Flores imperiales. Lilvia Soto

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Flores imperiales

 

 

Por Lilvia Soto

 

 

De mi libro Lies of an Indispensable Nation: Poems About the American Invasions of Iraq and Afghanistan.

 

 

Veo las fotos que dieron la vuelta al mundo 

como iconos de la decadencia americana.

Veo, fijo mi mirada

y me doy cuenta de que no es lujuria

la que sostiene mi atención,

pues cuando el presidente dijo

que somos los buenos

con Dios de nuestro lado

y los otros, los malos,

supe que el horror seguiría al Imperio.

 

No es solo la revulsión natural del ser humano

a la crueldad

la que me mantiene pegada a las imágenes,

más bien es la fascinación

con los impulsos creativos

que movieron a los soldados en Abu Ghraib,

pues dejando a un lado

las paredes salpicadas de sangre,

las bocas llenas de semen,

los cigarros que cuelgan de las bocas,

los guantes azules de los verdugos,

los gestos, las burlas, las miradas lascivas,

los pulgares erguidos,

me fijo en el plato fuerte.

 

Es la pirámide de cuerpos desnudos

la que me recuerda el arte.

Dudo que ninguno de los soldados,

generales, expertos en inteligencia militar,

contratistas civiles,

ni siquiera el Secretario de la Defensa,

se haya especializado en arte,

mucho menos visitado El Prado

para estudiar el tríptico

y, sin embargo, todos ellos parecen

resueltos a montar el paraíso de El Bosco.

 

Por supuesto, el ufano presidente

y el narcisismo ilimitado del Imperio

con sus desvergonzadas mentiras

y hogueras de Armagedón

ya habían montado los tormentos del infierno

que muestra el tercer tablero

con sus cielos en llamas,

mutilaciones carnales,

espeluznantes puercos religiosos

y culos desnudos que vomitan mentiras

y excretan monedas de oro.

 

Pero El Jardín ‒las delicias terrenales

que por fin convencerán al Islam

de la superioridad de la civilización judeo-cristiana‒

hacía falta,

así que nuestros soldados decidieron completar el tríptico.

 

Tenían las garras,

ásperas como ramas de árbol,

para rodear el torso de una mujer

estirándolas hacia sus pechos

y, como en el panel central,

montaron a pelo.

No tenían caballos,

ni tigres, ni cabras, ni cerdos salvajes,

ni pájaros como sementales,

así que se las averiguaron

con la única criatura de cuatro patas a su mano,

los prisioneros que les habían encargado cuidar.

 

Nuestros soldados los montaron

y los ablandaron,

haciéndolos flexibles y dóciles,

y, de vez en cuando, muertos.

Incluso los encapucharon para que parecieran

los pájaros del Bosco.

 

Aunque no hayan estudiado arte,

nuestros soldados tienen un instinto para el drama.

Saben que la sodomía es parte de la lujuria pan-erótica,

uno de los deleites del jardín.

No tenían flauta,

como el Bosco,

así que sustituyeron palos de escoba y luces químicas

y, para fascinación adicional,

vertieron líquido fosfórico sobre sus monturas.

 

Nuestros soldados, nuestros pobres soldados,

saben de la fauna del Edén

pero solo tenían perros,

así que usaron los perros para asustar a los prisioneros

y hasta hacerlos sangrar.

 

Y, como el Imperio es superior,

nuestros soldados decidieron aventajar al Bosco

y al panel central le añadieron

puñetazos y cableado de órganos,

arrestos cardíacos, y congelación de cuerpos.

Nuestros buenos soldados

con su instinto dramático

supieron cómo montar

el Jardín del Imperio.

 

Es lamentable, sin embargo,

que nadie haya estado en El Prado

a estudiar el tríptico,

pues habrían sabido

que en el original

nadie usa guantes azules de latex

ni uniforme,

que la democracia es la base

del regreso orgiástico a los orígenes

y que debieron mostrarnos

sus propios culos desnudos.

 

Nuestros soldados, nuestros buenos soldados,

habrían sabido,

si hubieran estudiado arte

o estado en El Prado,

que a su panel le hacían falta

harpas, flautas, y peces voladores,

cerezas y fresas,

culos que expulsan pájaros negros

y flores que brotan de los culos.

 

 

 

 

Lilvia Soto nació en Nuevo Casas Grandes, emigró a Estados Unidos a los 15 años, reside en Philadelphia, Pennsylvania. Tiene un doctorado en lengua y literatura hispánica de Stonybrook University en Long Island, Nueva York. Ha enseñado literatura y creación literaria en Harvard y en otras universidades norteamericanas. Fue cofundadora y directora de La Casa Latina: The University of Pennsylvania Center for Hispanic Excellence. Fue directora residente de un programa de estudios en el extranjero de las universidades Cornell, Michigan y Pennsylvania en Sevilla, España.

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