El que observa. Almudena Cosgaya

Dintel de Almudena

10.- El que observa

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

Yo, Hetthel Kazaz, escribo esta nota con pleno conocimiento de que tal vez no pase de esta noche. Mi intención no es dejar una despedida, sino evidencia de las cosas que vivido en estas horas. He intentare ser piadosa, para que tu mente no se perturbe.

Mis manos aun tiemblan, sin embargo he tenido el tiempo suficiente para reflexionar y poner en orden mis ideas, cosa que jamás creí hacer. Si tuviera que precisar cuándo comenzó, supongo que fue hace dos días, cuando Salvador García, mi amigo desde la secundaria, me telefoneó para comunicarme que vendría de visita.

Debí haberme preguntado… ¿Por qué ahora?

Mi casa está en medio de un valle escondido, al lado de un riachuelo, no lejos del centro, pero suficientemente privado del ruido de la ciudad.

Salvador llego de noche, su aspecto era turbio y su auto parecía haberse llevado la peor parte. El motivo de su visita era oscuro, e incluso tardó más de una hora en decirme que lo había llevado a mi casa. La desolación se veía en su rostro, como si de pronto muchos años hubieran llegado de golpe. Su imagen de aquel día jamás abandonaría mi mente, ni sus palabras.

—El motivo que me trae a ti tiene que intrigarte, indudablemente —dijo, abriendo una vieja carpeta—. He encontrado información, luz y sombra. La hora y la urna.

No creí que hablara de los temas que, en la adolescencia, nos hacían clamar por información. Su bisabuelo nos había narrado historias del viejo mundo, cuando la tierra había vivido su día más oscuro. La guerra entre el bien y el mal estuvo a punto de cruzar a nuestro lado. Nombres como el valiente Alberich y el de su prometida Amanara e incluso el de Amelia, jamás dejaron de hacernos eco.

Aquella noche me sentí mortalmente cansada, y aunque me acosté temprano mi mente no dejo de repasar toda la información revelada. Naturalmente, comencé a sentirme despierta y no en un sentido físico, si no en el espiritual. Pronto tuve la vaga, casi tangible convicción de que ya no estaba sola. Aunque conocía sobradamente lo absurdo de tal idea, algo dentro de mí decía lo contario.

A la mañana siguiente desperté diferente. Todo parecía igual pero era ligeramente distinto. Toda casa, como sabe cualquier persona, posee su atmósfera peculiar. No es solo el olor de los materiales que la componen, sino una especie de aura de las personas que la han habitado y de los sucesos que han ocurrido entre sus muros. En mi casa, todo cambio.

Tuve la plena conciencia de ser observada. Al principio solo creí que mi mente me jugaba una broma, pero era la casa la que me espiaba, ya que sus ventanas parecían ojos negros. Presentí que mi vigilante se hallaba por la parte de atrás, donde se podía observar un viejo árbol sin hojas. Tomé una foto, al hacer zoom conseguí localizar al escondido espía. Saqué la cabeza por la ventana y grité:

—¡Hey! Váyase o llamaré a la policía.

La persona, o al menos eso quise creer, simplemente dio la vuelta y desapareció. Pero en la noche ocurrió el primer acercamiento. O tal vez lo ocurrido en el día me tuviera predispuesta a observar cualquier cosa un poco fuera de lugar. Sea como sea, el incidente fue tan nebuloso que casi me hace huir de casa, y hubiese podido dar miles de explicaciones. Es solo a la luz de los demás acontecimientos que ahora lo recuerdo.

Ocurrió dos horas después de medianoche.

Un sonido desusado el que me despertó. Estaba acostumbrada al coro de los grillos y los insectos nocturnos que invadían la noche.

El nuevo sonido era subterráneo; parecía venir primero de debajo de la casa, luego del piso de abajo y finalmente bajo la cama. No recuerdo qué paso después, pero al despertar encontré una marca en mi mano. Era un símbolo nunca visto. Sé que hoy algo pasará conmigo, pues la marca está a punto de desaparecer y…

Desde mi ventana me observa, desde la calle detrás del árbol muerto. Siempre está. El hombre no tiene sombra y solo observa. Lo llamo así porque no sé qué otro nombre darle, y tampoco sé si es un ángel o un demonio.

Al fin, una amorfa criatura fue ascendiendo y envolvió al durmiente… y ese… era yo.

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó La maldición del séptimo invierno, su primera novela.

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