Crónicas de memoria fotográfica
Por Luis Carlos Salcido
Cuando en el año 2020 algún cineasta quisiera hacer una película de época que hable de los años ochentas o los noventas en Chihuahua, se las va a ver negras a la hora que ande hurgando en la hemeroteca del Cidech siglo 21 (aquel que fuera antes el Cidech a secas) la información que le diga cómo era la vida cotidiana hace 25 o 30 años.
En los diarios de la época, aparte de las noticias, lo único que va a encontrar son notas sociales que se limitan a mencionar cuán puntuales llegaron los invitados a la reunión en la que se dieron cita los amigos de Quiquis Muñoz para darle toda clase de parabienes en su próximo enlace.
Si en el futuro algún estudioso de las artes plásticas quisiera hacer su tesis sobre la pintura chihuahuense de la segunda mitad del siglo 20 y buscar en los periódicos de la época ‒esta época‒, encontrará muchas fotografías de los asistentes a las exposiciones, casi ninguna de la obra, y un texto que describiría con exactitud quién fue la distinguida personalidad de la vida cultural chihuahuense que cortó el listón para luego dar paso a la nutrida concurrencia que admiró la obra del talentoso pintor o la talentosa pintora que ha expuesto en el Cedart y otras partes del país y del extranjero sus hermosos quijotes y sus coloridos floreros tan mexicanos.
La prensa local, tal como la leemos actualmente, está construyendo un inmenso hueco en la historia impresa de Chihuahua. Hoy padecemos la notoria ausencia de crónica y, con el tiempo, esto se convertirá en un borrón de nuestra memoria histórica. Recientemente Diario de Chihuahua estuvo publicando crónicas urbanas de Jorge Lerma y de Gabriela Borunda, en una fugaz excepción a la regla. La columna ya no existe.
Quizá otra excepción sean las crónicas de la nota roja, que sí describen con una exactitud sui generis retazos de la otra vida social.
¿Alguien se ha preguntado a qué obedece la afición de los lectores hacia las planas policiacas? ¿De veras será el puro morbo? No creo que sea necesariamente una actitud enfermiza la que empuja al lector a meterse en esas páginas. Tampoco que los reporteros de barandilla hayan creado gratuitamente un estilo propio tan descriptivo y florido como el que utilizan; que armen una historia completa en cada nota con su respectivo inicio, desarrollo y desenlace, como un cuento corto a veces trágico; pero frecuentemente cómico. ¿No será la afición del lector a buscar las historias cotidianas, y las policiacas son las únicas que encuentra? ¿No será que por eso la nota roja trata de ser divertida y atrayente para muchos lectores desde su encabezado?
La gente, definitivamente, busca la otra noticia, la que está fuera de libreta, detrás de la nota informativa, de la noticia de espacio destacado. Le gusta leer las noticias y rafagazos de lo extraoficial, de lo que se dice o se rumora, del ruido que hace el río cuando agua lleva.
Debe ser difícil ejercer el oficio de cronista en un círculo tan estrecho como el de la sociedad chihuahuense. Es difícil, por ejemplo, hablar de una institución en términos críticos porque allí trabaja el hermano del cuñado; o señalar lo que hizo el director de tal o cual, porque de vez en cuando me da algún trabajito que aliviana eventualmente mi frágil economía; o mencionar aquel detalle fuera de tono porque después me deja de hablar la Chacha Pérez, amiga de la novia de mi hermano.
Ser cronista, sobre todo ser un cronista crítico, debe ser una odisea en un lugar donde los que no son tíos, primos, cuñados, amigos o vecinos, son amigos o conocidos de los tíos, primos, cuñados, vecinos o amigos. Siempre se corre el riesgo de tocar aunque sea epidérmicamente algún interés, ficticio o verdadero.
Se requiere algo más que oficio, ojo crítico o memoria fotográfica para ser cronista. Se requiere además una buena dosis de honestidad, y sobre todo de gran valor para dejar impreso un testimonio que va a quedar allí, firmado de tecla y letra. Se requiere también ser cínico, como Jesús Chávez Marín. Favor que me haces, carnalito, dice él mismo cuando se le hace ver esa cualidad.
Jesús Chávez Marín es un cronista nato. Sus crónicas nos remontan hasta su infancia, cuando vivía frente a las vías del tren y gozaba aquellas tardes garcíamarquezcas comiendo paleta de limón con su madre. Su memoria absorbe y luego reproduce las imágenes como si desde los cuatro años de edad tuviera la intensión de dejarlas plasmadas, algún día, de alguna manera.
No debe ser difícil para Chávez construir los capítulos que vivió. Desde sus tiempos de secundaria va llenando cientos de hojas de un diario que va construyendo noche a noche, o tarde a tarde con su escritura fluida. Ejerce el oficio –dejando lagunas esporádicas‒ desde hace diez años en periódicos y revistas, con agudeza crítica y una socarronería admirable. Su escritura reproduce fielmente su propia manera de hablar: claro, conciso, burlón irónico, divertido. Dice que goza infinitamente lo que escribe y que sufre lo indecible cuando lee sus textos publicados, cosa totalmente comprensible. Sus crónicas provocan, la mayor de las veces, la risa incontenible. O el torzón del aludido cuando se ve retratado en versión caricatura para la posteridad. Tiene un estilo para describir con palabras a sus personajes que nos remite inmediatamente a imágenes visuales cómicas, grotescas o ridículas, según sea su intensión.
¿Cómo escribe Chávez Marín? Yo diría que escribe como piensa y piensa como habla. Cuando uno lo escucha hablar, se da cuenta de que su lenguaje es cuidadosamente atrabancado. Y esta definición viene a cuento porque alguna vez que vino a Chihuahua Carlos Monsiváis, nuestro cronista lo describió como un personaje cuidadosamente desgreñado. Y es que Chávez lo ve todo como a través de un espejo. Él empieza por viborearse a sí mismo, para continuar luego con el resto de la humanidad. Sus textos, sin embargo, y a pesar de que él diga lo contrario, no le han acarreado demasiadas enemistades. Como Salvador Novo en su tiempo JChM es respetado y hasta querido por una buena parte de los habitantes de esta localidad… salvo deshonrosas excepciones en que es temido.
Cuando yo era editor de una sección de Diario de Chihuahua, Chávez Marín se integró como colaborar imprescindible. Cuando le tocaba escribir, me llamaba muy temprano a la redacción y me decía que no podía ir a entregarme su colaboración pero que ya la tenía lista y me la iba a dictar ‒al cabo es corta, carnalito…‒ y empezaba con su crónica indicando puntos y aparte, acentos, punto y comas. –A ver, léeme el párrafo; cámbiale guapa por linda, ponle mirada autista en vez de mirada tierna, ‒me ordenaba‒. Eran textos que iban saliendo, no era cierto que ya estaban escritos, aunque me lo jurara. Y eran unos textos frescos que iban dejando la huella del acontecimiento actual, vigente, filtrados siempre a través de su lente irónico, preciso. –Ya párale, Chávez, esto ya no va a caber, le reclamaba yo. –Es que soy rollero, tú escríbela y luego le cortas lo que quieras‒, me respondía. Era imposible recortar algo sin llevar a la conciencia el remordimiento de una mutilación.
Nadie podrá acusarlo de haber sido difamado en sus textos. Cuando mucho, se pitorreó hasta saciarse o dijo verdades demasiado ciertas, que, más que una crítica destructiva fue una llamada de atención para que el agraviado se mire al espejo cuan risible es.
Entre otras cosas, Chávez Marín es un admirador confeso de Panchito Ontiveros, de Queta Santiesteban y de Marco Antonio Guevara. Admira y es gran amigo de Zacarías Márquez Terrazas; dice tenerlos como influencia. En el programa radiofónico de Panchito confiesa públicamente de querer parecerse a él, vaya usted a saber si por mera galantería. Pero no obstante influencias asumidas, es obvio que este cronista no tiene las intenciones ni los propósitos de sus influenciadores. Lleva consigo un proyecto propio. Sus textos divertidos y regocijantes son la recreación de la cotidianeidad chihuahuense en detalle; nos cuenta cuando y a qué horas sucedió, por ejemplo, el encuentro nacional de escritores de las chulas fronteras de norte, pero también, y muy profusamente, el cómo sucedió:
El cafecito es parte del ambiente en estos encuentros. También el público es típico: uniformados de mezclilla, los culturitos no perdonan coctel, congreso, conferencia o película de arte. Abundan los costalitos de manta colgando al hombro, los libros anidando bajo el brazo sus vagos sueños, los lentes de fondo de botella, las barbas largas (¿ideas cortas?). Siempre nos topamos con la misma gente: aquel pintor vestido de tarasco con su tasolera de greña no muy limpia recogida a la espalda con listoncitos de colores, en forma de cola de caballo. Esta señorita disfrazada de tehuana llena de collares de chaquira, que es muy liberada a sus horas y jamás lleva ropa interior.
Es también y aunque usted no lo crea un tierno irremediable:
Entre las casas y los edificios y las casas de una ciudad así, vivió entre nosotros un poeta que se llamaba Ramón Armendáriz. Él murió el mes pasado. Hasta el día de su muerte, su figura era natural en las calles del centro, siempre muy serio vestido de traje y corbata lo mismo en junio como en enero. Quiero hacer para ti un poema violeta un laudatorio en tisú y un soneto de grana y con tus palabras, Ramón, saludar contigo la muerte prematura de los poetas.
El hueco de crónica que hoy existe en la ciudad está siendo cubierto por Chávez Marín, en los espacios que él mismo se ha procurado: desde el volanteo de sus propios textos entre amigos, hasta las revistas culturitas, marginales o no, pasando por sus apariciones ocasionales en los periódicos, pero, sobre todo, en su voluminoso diario. Dios nos guarde de aparecer en él.
Por eso, si alguna vez un cineasta, en el año 2020 quisiera documentarse sobre el Chihuahua de los años ochentas o noventas, y si yo viviera para aconsejarlo, irremediablemente le diría que acudiera a los textos de Chávez, testimonios que reflejan con sal y pimienta cómo fueron, o sea cómo son hoy, los acontecimientos en nuestra adormilada ciudad.
Chávez Marín, Jesús: Te amo Alejandra crónicas, Tintanueva Ediciones, México, 2020, tercera edición. (Primera edición, UACH, 1995).
Mayo 1995
Luis Carlos Salcido (1953 – 2015) fue un gran artista del diseño, en especial del diseño editorial. Al terminar su licenciatura, desde muy joven, trabajó como editor en CdMx, en la Secretaría de Educación Pública, y, desde 1985 en su propia empresa. Gracias a tu trabajo tan intenso, tan vasto y tan sorprendentemente creativo, renovó la imagen gráfica de muchas revistas literarias, libros de arte y periódicos de la ciudad de Chihuahua.