Tres amigas 2/3. Almudena Cosgaya

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Dintel de Almudena

 

Tres amigas

2/3

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

El viento aulló, envolviendo las tres amigas en un abrazo helado. Las sombras danzantes parecían cobrar vida, se estiraban hacia ellas como dedos. Un silencio invadió el ambiente y el aire se llenó de un aroma a descomposición.

—¿Quién está hablando? —preguntó Rosa, agarrando el brazo de Itatí.

—Es como si fueran voces de otra dimensión —dijo Itatí, con un nudo en la garganta.

Una figura emergió de la penumbra, la forma era borrosa y el rostro apenas un destello. Flotaba en el aire como si su esencia se desvaneciera. Su contorno se ondulaban, la presencia emanaba un frío helado. Los ojos brillaban con una luz sobrenatural, el espectro de la mansión había cobrado vida.

—Bienvenidas —dijo la figura con una voz que parecía surgir de todas partes a la vez—. Son las primeras en atreverse a cruzar el umbral del campo santo.

—¿Quién eres? —preguntó Andy tratando de mantener la calma.

—Soy el guardián de las almas perdidas —respondió la figura misteriosa—. Son valientes al adentrarse aquí, pero no están solas.

Un escalofrío recorrió la espalda de las amigas mientras miraban a su alrededor buscando a quién más podría habitar aquel lugar.

—¿A quién te refieres? —preguntó Itatí, su voz temblando.

La figura señaló hacia las sombras que danzaban en las paredes. Un extraño espectáculo se desplegó ante las tres amigas. Sus propias siluetas se reflejaron en la penumbra, pero algo estaba terriblemente mal. Los contornos se deformaban en figuras grotescas, de los rostros emanaba un aura azul. Los reflejos parecían revelar un aspecto oculto de sus almas, uno que nunca habían confrontado, como si la mansión hubiera capturado su esencia más sombría. Un sentimiento de angustia se apoderó de ellas mientras observaban aquellos reflejos macabros, como si estuvieran enfrentando el abismo de sus propias almas.

—Ustedes… son las almas que quedaron atrapadas aquí —susurró el guardián con voz que resonaba como el eco—. Las que buscaron ansiosamente la verdad y en este rincón olvidado del universo encontraron su perdición. Palabras sin respuesta. Sus esperanzas se desvanecieron en la penumbra, como estrellas que se apagan en la vastedad.

Un latido desbocado agitó el pecho de las tres mujeres ante la revelación impactante. La mansión, lejos de ser solo un lugar abandonado, se convirtió en un siniestro refugio para sus almas perdidas. Allí, condenadas a vagar en una eterna penumbra, sus existencias se entrelazaban con el tiempo y el espacio. Como marionetas de lo sobrenatural, sus destinos se enredaron en un tejido oscuro.

—¡Muertas! —gritaron las tres mujeres, sus voces se ahogaron en el terror que se reflejaba en sus ojos.

—Esa es la verdad. Si acaso creen que siguen con vida… solo respóndanme una pregunta —susurró el guardián, su voz resonando en sus almas como un eco—. ¿Se han visto realmente a ustedes mismas más allá de esta morada? ¿O acaso son meros reflejos de lo que una vez fueron en un tiempo que ya no les pertenece?

El velo que ocultaba la oscura verdad fue arrancado de golpe, ante ellas las imágenes crudas de sus propias muertes se desplegaron como un recordatorio. En un instante revivieron los momentos finales de sus vidas, sintiendo el terror y la agonía que las llevaron a encontrarse atrapadas en aquel limbo sobrenatural.

La verdad, dolorosa y despiadada, las golpeó como un torrente de emociones. El silencio fue roto por sus sollozos mientras las lágrimas inundaban sus rostros marcados por el horror.

Sin palabras se abrazaron buscando consuelo en la compañía. Juntas compartieron el peso de sus trágicas historias, encontrando un consuelo efímero en la comprensión mutua de su destino compartido.

El abrazo se convirtió en un vínculo indeleble, una unión de almas que se aferraban a la esperanza de encontrar la redención. Sus corazones se entrelazaron en un pacto silencioso, jurándose apoyarse mutuamente para enfrentar la eternidad de sus existencias perdidas.

—¿Qué podemos hacer para salir de aquí? —suplicó Rosa, con desesperación, sus ojos llenos de angustia y anhelo.

El guardián con una sonrisa impregnada de tristeza alzó la mirada hacia las profundidades de la mansión.

—Sus almas están atrapadas en el siniestro abismo —susurró con una voz que parecía ser transportada desde el mismísimo inframundo—. Un puente estrecho separa este mundo de la morada celestial. Solo aquellos que enfrenten su propio pasado y se rediman de sus pecados podrán cruzarlo.

—¿Y tú puedes ayudarnos? —inquirió Andy, con determinación y valentía, mirando fijamente al misterioso guardián.

—Sí, pero la senda hacia la redención será ardua. Deben enfrentar sus demonios internos, desenterrar los secretos enterrados en lo profundo de sus almas. Han dado el primer paso, adentrándose en este abismo —susurró el guardián, su mirada penetrante como una espada—. Pero eso es solo el comienzo.

Las amigas se miraron entre sí, comprendiendo que solo enfrentando sus propios miedos y secretos podrían encontrar la redención que ansiaban.

—Lo haremos. No dejaremos que nuestras almas estén atrapadas aquí por toda la eternidad —declaró Andy, con determinación en su voz, mientras sus amigas asentían.

El guardián se desvaneció en la neblina, dejándolas con un sentimiento de inquietud. La mansión parecía suspirar en espera. Sabía que el destino de aquellas almas perdidas estaba en manos de la valentía y la determinación de tres mujeres. Un sendero de oscuridad se extendía ante ellas, pero juntas se aferraron a la esperanza de que, finalmente, podrían encontrar la redención.

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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