Mami, tienes parásitos. Karly S. Aguirre y Jesús Chávez Marín

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Foto Pedro Chacón

Mami, tienes parásitos

 

 

Por Karly S. Aguirre y Jesús Chávez Marín

 

 

—La verdad, desde que te dejé mi vida se vino abajo —le dijo Manuel a Flor al otro lado del teléfono.

—No sigas. No vas a conmoverme esta vez, ya te he pasado muchas. Eres un manipulador. Que te crea tu madre, aunque ya la tienes bien fregada; un día de estos se va a morir de un coraje. ¿En serio no le tienes tantito cariño? Un mínimo de consideración con ella, con tus hermanos, tus hijas? —reclamaba Flor, aun sabiendo que era inútil hablar con ese narciso irredento.

—Si no quieres perdonarme, está bien, nada más dame chanza de agarrar algo de dinero y te pago la pensión alimenticia de las niñas. Puntualito. Hay que arreglarnos tú y yo fuera del Juzgado, por favor —pedía con su falsa mansedumbre Manuel.

—Eso ni se te ocurra pensarlo, se te acabó tu pendeja. Al principio te creí, pero nunca has respetado los acuerdos. ¿Ya se te olvidó que hace dos meses me colgaste el teléfono y dijiste que no tenías los treinta pesos que te pedía para material de Mariana? Llevas catorce años sin preocuparte por las niñas y repentinamente, cuando te cae la demanda penal, entonces sí muy mansito, cuando nunca te ha importado si tienen que comer, si tienen que vestir o si se enferman. Esto lo hago por ellas, me ocuparé de que cumplas tus obligaciones, aunque sea obligado por la ley.

—¿Estás segura? —preguntó Manuel, con un cambio de voz radical, ahora altanero y burlón—. No se te olvide que ya te he vencido antes en el tribunal, y esta vez no será diferente. Yo siempre gano.

—Pues te va a salir caro. Nunca hemos ido a juicio, como ahora; antes solo íbamos a sesiones de reconciliación, ahora es un juicio penal. Estás bien frito.

 

*

 

Manuel tenía problemas de alcoholismo y además de eso era un manipulador muy mañoso. Explotaba a su madre, que era una mujer jubilada de la tercera edad, para mangonearla a su antojo y mermarle su pensión de retiro a su santa voluntad. Le contaba mentiras sin un gramo de inteligencia ni audacia; la madre confiaba ciegamente en su hijo, le creía hasta los disparates más retorcidos.

A sus 33 años, el hombre no trabajaba. Había conseguido un carro de Uber dizque para ganar un dineral, pero más bien era para tener en qué mover a su novia, ya que su madre le había comprado a lo largo de su vida aproximadamente cinco autos seminuevos, mismos que vendía para gastar el dinero en alcohol.

Si a ella no le quedaba dinero, la obligaba a pedir préstamos extravagantes en el banco. Todo el dinero que el hijo tocaba sus manos se evaporaba en alcohol. Se las daba de muy hombre, pero no era más que un niño asustado que se escudaba en las faldas de mamá, o de quien se dejara. Era un parasito.

A las hijas las usaba para impresionar a sus novias y quedar como el padre ejemplar. Cuando ellas lo visitaban a la casa de su madre, ni siquiera les abría la pueta de su habitación. Con el dinero que le quitaba a su madre, se encargaba de llevarles regalos a sus novias, que casi siempre eran mujeres oportunistas y de muy bajos valores. También halagaba a los hijos de sus ellas, llenándose la boca de grandes hazañas paternales que nunca habían sucedido.

Desde hace años se ganó la desconfianza y el repudio de sus hermanos, a quienes había chantajeado y robado múltiples veces. Fueron ellos quienes un día se hartaron de tan tóxica situación y decidieron tomar cartas en el asunto: Convencieron a la madre de que lo sacara de la que había sido la casa familiar, batallaron mucho para convencerla de que era el único remedio. Se presentaron todos ellos como testigos en el juicio penal que su ex esposa había promovido. Gestionaron y consiguieron una orden de restricción para que ya no se volviera a acercar a la casa de la que por fin lo expulsaron y, por último, convencieron a la madre de que durante un año les otorgara una carta poder para manejar el dinero de su pensión, ya que ella durante años no había sido capaz de negarle dinero, ni comida, ni carros, ni siquiera botellas de licor, nada. Llorando y todo, ella por fin estuvo de acuerdo de que esa era la única manera de hacerle. A grandes males, grandes remedios.

 

 

 

 

Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH y publica cuentos en redes sociales.

Jesús Chávez Marín es editor de Estilo Mápula revista de literatura.

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