Cayena Opus cuatro. Jaime González Crispín

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Cayena

Opus cuatro

 

 

Por Jaime González Crispín

 

 

No me importa mucho qué hará mi esposa cuando en diciembre se estrene como nueva viuda, a pesar de nuestro divorcio. Ni qué harán mis hijos con sus vidas sin mí.

Cayena me anuncia mi muerte y yo le creo, por más que la muchachilla está en espera de una reacción mía, algo que me delate mortal y frágil. Yo le he dicho que me muero y ya. Que muy poco se pierde.

Ella viene cada día a mi trajín, sin más. Se me aparece sin yo buscarla.

Sé que la veré porque ella se encarga de ir por donde paso, dejándome señales, tips, parpadeos de sus lindos ojos, con su nombre escrito en papelitos, dibujados en colores de arcoíris, pegados en muros, escaleras, elevadores, vidrieras. Por donde quiera que yo pase o cruce. Bueno, hasta en el menú de los cafés a donde suelo ir me topo con sus señales y presagios. Ella aparece en mi mesa, se acomoda, me mira, sonríe. Eso si es Café o Restaurante, o en la banca si de un parque o jardín público se trata. Llega como si nada, como si todo.

Sus grandes ojos se abren, lindos y bastos. Su tez morena. Si no tuviera ese acento extraño que no ubico, diría que viene de Oaxaca o de Perú, no sé. Su nariz perfecta. Cayena me enseña su cara, de una piel linda, como de luna llena. Sus grandes ojos claros, plenos, armónicos. ¡Dios, que belleza de niña, de mujer!

—¿Tienes miedo morir? —me pregunta.

—Sí, pero no.

—Vaya, qué respuesta…

—Solo mírame, Cayena, eso es suficiente —le digo.

Y me repite, sonriendo leve, cerrando apenas sus ojos, que estoy loco. Muy loco. Cuando levanta sus párpados se sigue con que estoy reventado, loco, de verdad loco. “A mí lo que me enloquecen son tus ojos, la verdad. Y lo de tu anuncio de mi muerte, ¿pues ya qué?, Cayena.”

Se queda en silencio.

—Nada me consuela —le digo suspirando.

Ella cambia de tema.

—¿Has visto a Roberto?

—No, y ni lo quiero ver.

—¿Qué es lo que quieres, por ahora? —me dice tratando de paliar mi pena y tomando mis manos entre las suyas.

–Que me dejes tomar café; que me mires y me digas que estoy re loco.

Soltando mis manos, se pone de pie. Da vuelta a la mesa y viene a mi lado. Se acomoda tan bien y tan cerca, untada a mi espalda. Y me da un beso en la mejilla.

—Si eres la Muerte, Cayena, que bella eres.

—Estás loco —me susurra  de nuevo, y me llena de besos el dorso y las palmas de las manos.

Luego se va.

¡Ay, Cayena, Cayena!

Y diciembre está cerca.

 

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Jaime González Crispín es profesor, por la Escuela Normal de Durango, con grado de Iicenciatura. También estudió en el Taller de Escritura Narrativa, en la Universidad Juárez del Estado de Durango y en el Taller Levriano de Escritura, Querétaro. Ha publicado los libros de cuentos Matemos al curaAlambre de Púas y Trece veces por minuto. Están inéditos sus novelas Eva Gorrión, o la monja que mató a su hermana y Casi quince, además de su libro de cuentos El mal samaritano.

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