17. Ellos… Almudena Cosgaya

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Dintel de Almudena

  1. Ellos…

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

Día tras día busco en los reflejos de los sueños leyendas en las que nadie se atreve a creer.

Hasta que un día, la suave caricia del viento me lleva a lugares que no imaginaba. Caigo. Y es entonces que descubro lo que nadie había jamás hallado. El siglo del gran vacío.

 

*

 

Era una noche sin luna, solo la niebla se paseaba en la oscuridad. La pequeña habitación era iluminada por la luz de las velas. Acostada sobre una improvisada cama, estaba una linda muchacha. Su cabello pelirrojo hacia un mar sobre la frazada.

Después del largo silencio, Joe dejó oír su voz, cuyo tono y sentimiento era cálido.

—Angie, ¿ya te sientes mejor? —preguntó—. No me gusta ver tu rostro sin tu habitual color.

—Tú tampoco tienes muy buena cara, Joe —dijo Angie—. Lamento haberte preocupado. Ante todo, quiero decir que yo no he hecho nunca nada malo. A nadie.

—Lo sé… por eso estoy aquí contigo— Joe sonrió mientras tomaba su mano—. Seguro que ellas también se dieron cuenta.

—No era yo… alguien se alimentó del miedo que había en mi interior —dijo Angie, mientras lágrimas bañaban su rostro—. Era ella…

Un momento después, cuando estuvieron más calmados, se sentaron a la mesa, sus rostros miraban al centro un misterioso libro. Las sombras se proyectaban en las paredes, el fino perfil de la chica hizo nacer una negrura inquieta y por un momento Joe se estremeció.

El ambiente se percibía como el presagio de una portentosa revelación. Angie sintió la presencia de un secreto y este no tardaría en revelarse. Joe era sensible también a esta atmósfera expectante.

—No tienen ningún derecho a encerrarnos aquí. No tienen ningún motivo para hacer lo que presiento que van a hacer.

El cuerpo de Angie se estremeció. No era el frío lo que la hacía temblar, era lo que descansaba al centro de la mesa.

La puerta se abrió lentamente. Apareció un pico muy afilado, un rostro indescriptible, y el cuerpo de una mujer de muchos años. Con su nariz husmeó el aire y miro a los jóvenes, sin dar un paso más allá del marco de la puerta.

—¿Bien…? —preguntó la mujer observándolos. Su cara sólida carecía de expresión.

—Tengo una idea concreta de lo que pretenden, y estoy asustada —dijo Angie.

—Serías muy tonta si no lo estuvieras —la mujer sonrió—, Branna nos dio el secreto y…

—¡Abuela! —Angie suspiro—. Ella solía contármelo cuando era más pequeña; era con quien yo vivía, mis padres murieron antes de que pudiera recordarlos. Mi abuela me enseño todo.

La mujer tomo el pomo de la puerta.

—Volveré más tarde.

 

*

 

—No estás sola —dijo Joe al cerrarse la puerta.

—Lo sé… solo espero que esto me libere de Cihuacoalt. Y que nuestro grupo se vuelva a unir.

—Seguro así será…

Angie abrió aquel libro, sus páginas encerraban una maldición. El olor a moho que desprendían sus páginas traía consigo un vaho que parecía brotar de la tumba. Aquella noche contó a Joe la historia del libro de las hadas del viento.

¿Quién sabe qué conocimientos se ocultaban en sus páginas?

¿Qué consecuencias trae el profanar sus secretos?

Branna, mi abuela, sabía toda clase de cosas sobre nuestra raza y de los bosques. Me contaba algunas historias. Siempre desee el día que pudiera hacer las cosas que hacía ella.

Pero no todo era lindo, también había historias sobre ellos, los que se ocultan en las sombras, los que habitan en tus sueños sin que apenas los notes.

Los antiguos humanos hacían círculos en los pantanos, y grandes piedras eran llamadas altares donde ellos solían ofrecer sacrificios a lo que adoraban.

La abuela decía que esas historias se las había contado su abuela… para que aprendiera de ellos. Los que tenían los ojos blancos y poseían los cuerpos mortales. Les encantaba la penumbra, no podían soportar la luz del sol. Solo los humanos sabían cómo tenerlos controlados y pacíficos. Un sacrificio.

Nuestra raza solo observaba, pero no interfería, hasta aquella terrible noche. Era la víspera de Todos los Santos. Mi madre murió evitando que yo fuera un sacrificio y mi padre se quitó la vida para contenerlos.

La abuela alcanzo a ver una monstruosidad negra que se inclinó sobre el cuerpo de su hijo. Cadenas rematadas con garfios que habían atravesado su carne. Con el mensaje de que su sangre era la siguiente.

—¿Qué son ellos? —preguntó Joe.

—Son los innombrables, no decimos jamás su nombre. Son seres que estuvieron antes de que naciera la luz. Y ahora es cuando vendrán por mí; cuando oscurezca. Romperán la puerta y me bajarán al pozo, me llevarán al valle de la sombra donde están ellos, me van a sacrificar. Pero antes debo hacer lo que dice el libro del viento.

La puerta fue derribada y entonces…

 

*

 

Girándose hacia sus compañeros, Amelia les murmuró:

Es el sonido de una trompeta. El tiempo ha empezado.

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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