El viento como el tiempo. Jaime Chavira Ornelas

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Foto Pedro Chacón

El viento como el tiempo

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

No recuerdo la fecha en que llegué a este lugar, este lugar tan lejos de todo, creo que fue en primavera, ¿o fue en otoño? Solo recuerdo al hombre que me trajo en una vieja camioneta que se paró en el camino infinidad de veces, me recogió en la estación de tren El fuerte y de allí recorrimos ochenta kilómetros que parecieron cientos de kilómetros por la incomodidad, el fuerte olor a trasero, sudor, aguardiente y comida podrida, para luego por fin llegar a El Jarro, un pueblucho minero con veintitrés habitantes, doscientos perros y ochenta y cuatro gatos.

El hombre me dijo en la estación:

―Me manda el Don por usté.

Nunca supe quién es el Don, y fueron todas las palabras que dijo. Ya en el camino solo fumaba, comía y tragó como diez litros de aguardiente, su rostro cacarizo y curtido por el sol parecía de piedra, tanto por el rostro como su complexión, pues media más de dos metros y el aguardiente nunca le hizo efecto. Nunca supe su nombre, pero cuando me dejo hizo una seña extraña con los ojos y las cejas que me dejo varios días intranquilo. Dicha seña la comprendo ahora, fue una seña de advertencia, pues desde ese momento el tiempo dejo de existir, los días a veces son obscuros y las noches aluzadas por tanta estrella y unas lunas que deslumbran. Cuando llueve no caen gotas sino chorros de agua y en los días secos todo se muere por el ardiente calor de más de cincuenta grados. Los gatos y los perros son los amos y dueños de este lugar.

El trabajo que me prometió mi primo nunca me lo dieron, y como tampoco he podido juntar dinero para el pasaje de regreso, aquí estoy atorado, viviendo en una vieja pocilga y trabajando para la anciana del pueblo de más de ciento cincuenta años de edad. Limpio el excremento de todos los animales, que son quince: tres marranas y un marrano, dos vacas y un toro, tres chivas y un carnero, tres gallinas y un gallo, además de alimentarlos y juntar leña, partirla y mantener el fogón prendido. Duermo en un catre que yo creo que es de la primera guerra mundial, he perdido la noción del tiempo. Siempre me despierto con hambre y durante el día ando aletargado.

Los mineros (si se les puede llamar así) trabajan catorce horas diarias y solo sacan rocas, tierra y más piedras, según dicen buscan oro, pero hasta ahora no han sacado de media onza Su lema es “Un minero nunca se da por vencido”. Todos son ya ancianos, pero no puedo decir cuáles son sus edades, ni ellos mismos las saben. Unos dicen que tienen explotando la mina más de sesenta años: otros dicen que solo diez años, pero que no están seguros. A pico y pala han hecho un gran túnel que llega hasta el océano, pues se han visto salir gaviotas y cuando se inunda y corre el río subterráneo han brotado peces multicolores y tortugas gigantes que obviamente nos las comemos, y hasta se hacen fiestas como si hubieran sacado oro. Me han tocado ya más de veinte fiestas y la verdad han estado de banquete. He pensado varias veces en internarme en el túnel y ver a donde salgo, bueno, si es que hay una salida, pues ya estoy desesperado por salir de este pueblo, pero así como vienen las ganas también así de rápido se van.

La noche es calurosa y los pensamientos llegan como río embravecido, es el síndrome angustioso de la soledad y viene a mi memoria un poema de alguien desconocido

 

Calla mi pensamiento, calma el brioso corcel

calma su coraje

amansa las angustias

Calla mi pensamiento oh torrente de penas

calla todas las emociones y lamentaciones

calla oh loco pensamiento mis preocupaciones

calla, calla, calla busca la paz en el enfurecido ventarrón

calla sus silbidos que penetran por las rendijas del alma

calla, calla pensamiento del rostro amado y ausente

calla pensamiento del viejo hermano enfermo y solo

de la hermana llorosa hundida en el dolor

calla, calla, calla y rema hacia el remanso

hacia las aguas cristalinas y pacientemente dormidas.

 

Me quedo dormido remando en el remanso de aguas cristalinas y sueño con mis hermanas y mis hermanos jugando en el patio de la vieja casona y entre risas y juegos me pierdo entre los ensueños.

Me despierta la anciana con una palmada en mi espalda y dice:

―Ya están hambrientos los animales.

Les doy de comer y todos me ven agradecidos, los observo con cierta lástima, pues algún día no lejano serán sacrificados para alimentar a los hambrientos mineros. Camino rumbo al pueblo para comprar aguardiente para la anciana y no sé por qué no recuerdo mi rostro ni mi figura, hace no sé cuánto tiempo que no me veo en un espejo pues aquí no existen, me veo las manos, los brazos, mis viejas botas, mi overol sucio y descocido, me toco mi cabeza y siento mis callosas manos, huelo a puerco y a estiércol, no sé cómo llegue a esto.

¿Por qué? ¿Qué hago aquí? ¿Acaso es alguna maldición? Pero qué importa, ya nada no tiene sentido, muchas cosas ya no existen en este pueblo lejano de todo y de todos. Compro el aguardiente y lo pago con cuatro huevos y dos pequeños trozos de carne; cuando salgo veo los cerros más verdes y el cielo más azul, me invitan a salir de aquí, a tomar el camino rumbo a casa, a volver para encontrarme y no vivir perdido.

Llegué y decidido metí en una sucia mochila lo poco que pude, y sin decir nada voy por el camino que me trajo a este extraño lugar, no sé si podré llegar a casa, pero si no es ahora ya no será nunca. Llevo caminando más de tres horas y solo veo cerros, gatuños, jaras, álamos; el ruido de mis pisadas me acompaña y el sonido es el sonido a determinación bien tomada, ese sentimiento me da valor para seguir caminando.

Poco a poco el sol desaparece en el rojizo horizonte y pronto ya es de noche, una noche alumbrada por la luna y la infinidad de estrellas, es claro que los animales nocturnos esparcen su presencia como sombras y luces en sus ojos. Me detengo en un lugar idóneo para pasar la noche, enciendo una fogata y como un pedazo de carne con tortilla y algunos sorbos de agua, me recuesto y puedo ver la impresionante bóveda celeste y me pregunto ¿Qué soy ante esta inmensa creación? ¿para qué sirvo o a quien sirvo, cuál es mi misión? ¿soy útil? Y entre preguntas sin respuestas me quedo dormido.

Amanece y mi cuerpo rechina de la cabeza a los pies. A paso seguro, sigo el camino a mi libertad; el paisaje empieza a cambiar, ahora el camino es de bajada y la vegetación es más densa, voy dejando los pinos atrás y son sustituidos por la maleza y los helechos, el aire es más húmedo y el calor aumenta. Después de caminar por un largo rato veo a lo lejos un puñado de casas y siento que se me sale el corazón de emoción y alegría, todo me parece un sueño.

Llego al pueblo y la gente saluda cordialmente, me detengo en una tienda, entro y le pregunto al dependiente:

―Buenas tardes, disculpe, ¿Cómo se llama este pueblo?

Me contesta:

―Aquí es san Patricio, ¿a dónde va usté?

―A El fuerte.

―Uy, pos creo que anda perdido, ¿ese lugar existe todavía? Lo he oído mencionar, pero solo a los ancianos, ¿de dónde viene?

―De El jarro. ¿Sabe cuánto falta para llegar a El fuerte?

―¿El jarro?

―Sí. El jarro.

―¿El pueblo disque minero donde una bola de locos no ha sacado ni un gramo de oro?

―Sí.

―Mire, el tren pasa como a doce kilómetros de aquí en una estación llamada La quemada. Mañana muy temprano sale un camión para allá, Si quiere, puede quedarse en el Mesón Maceira a pasar la noche.

―Es que no traigo ni quinto.

―Pos mire, si quiere ganarse unos pesos póngame esos costales en cuarto trasero y después me ayuda acomodando tanta chiva que tengo regada, y se queda a dormir aquí. Mañana sigue su camino, ¿cómo la ve?

No había acabado de decirme y estoy acarreando los costales.

 

Son las seis de la mañana y ya voy a tomar el camión rumbo a La quemada. Este camión es más bien un Torton de redilas donde viajamos treinta personas y treinta animales. Entre salto y salto, después de dos horas llegamos a la estación y comprendo el porqué del nombre, pues en la estación hay una estatua de una mujer en llamas, hincada, pidiendo perdón. Les pregunto a varios por qué está en llamas y nadie sabe la razón, solo se encogen de hombros y siguen su camino.

Entro en el baño de la estación a orinar y al entrar veo mi reflejo en el espejo del baño. No lo puedo creer. Me veo y veo a otra persona, me toco el rostro, los cabellos, los oídos, los ojos, la boca y estoy viejo, no lo puedo creer ¿Cómo me hice tan viejo? ¿Por qué estoy viejo? De pronto recuerdo el olor de los trochiles, pies hundidos en el excremento y los cerdos lloriqueando por su ración de friego, ese olor penetrante que me hizo vomitar un sin número de veces; recuerdo también el maltrato de la anciana y yo solo agachando la cabeza sin replicar, sin decir una palabra, solo hundido en mi propio fracaso y debilidad. Ahora en el espejo de un baño de la estación de un pueblo desconocido veo mi rostro sin replica, sin decir una sola palabra, solo ahí en el reflejo de un rostro desconocido, un individuo invisible que el tiempo me dejó vacío, tan vacío como el excremento de los cerdos, como los gritos de la anciana, tan vacío como la mina donde los hombres viejos y necios buscan el oro, un oro tan vacío como sus vidas y sus esperanzas. Pasó mucho tiempo y fue como el viento en un día nublado, como cuando nos quedamos absortos viendo salir o meterse el sol, como cuando pasa una gran parvada de gansos y solo vemos como en su majestuoso volar pasa la vida y solo podemos quedarnos allí sin palabras, así se me paso la vida en El jarro, solo absorto sin pensar, sin darle valor a mi existencia. Perdí la noción no solo del tiempo sino de todo.

Llega el tren y es ahora cuando debo escabullirme para localizar los vagones de carga, para escoger el mejor vagón y pasar desapercibido y que me lleve a la ciudad. Ya estoy escondido entre unas cajas y espero que todo salga bien. Han pasado más de tres horas y el tren va a buena velocidad, las tripas me gruñen como nunca y solo traigo un frasco con agua y un pedazo de pan. Tomo un buen sorbo de agua y una mordida al pan, siento cómo bajan el agua y el pan a mi estomago. Por fin llegamos a la ciudad y espero que el tren disminuya la velocidad para poder bajarme, abro la puerta del vagón y al ver la ciudad siento una gran emoción y alegría, el tren poco a poco va disminuyendo la velocidad y me bajo, reconozco el barrio donde camino y me dirigió a casa.

Después de una buena caminada llego a mi casa en el centro de la ciudad, la casa un poco más vieja pero hermosa como siempre, toco la puerta y abre la puerta mi hermana la menor, me observa por un instante y pega un grito y al mismo tiempo me abraza y me besa con un gran cariño. Entramos a la casa y de inmediato recordé a mis padres y el olor del amor y la fraternidad saciaron mis sentidos, los gritos de mi hermana hicieron que vinieran mis otros hermanos y mis cuñadas y cuñados que están celebrando el nacimiento de un nuevo sobrino, todos me abrazan y derraman su alegría con gritos y bendiciones, mi hermano menor me lleva a mi recamara y me ayuda a quitarme los harapos y las chanclas, saca ropa limpia del closet y se le nota el gusto de tenerme en casa. Entro al baño y me doy una ducha y siento que me limpio de todos mis fracasos… alguien me sacude la espalda y escucho a lo lejos:

―Ándale, levántate, los animales están hambrientos.

 

 

 

 

Jaime Chavira Ornelas es un sobreviviente de la desintegración familiar; estudió comunicación y manejo de negocios en el Colegio Comunitario de Maricopa en Phx. Az USA; tiene diplomados en exportación, importación y manejo de aranceles por Bancomext, también varios cursos de inteligencia emocional y lingüística. Trabajo para empresas a nivel gerencial. Actualmente es pensionado por el IMSS. Escribe cuentos cortos y poemas ácidos.

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