Dante el soñador. Jaime Chavira Ornelas

Dante el soñador

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

No puedo dejar de sonreír desde esta mañana muy temprano, pues soñé que caminaba entre gente con rostros deprimidos y amargados pero me vi en un espejo grandísimo y yo era el único con una sonrisa tatuada y franca en el rostro. No recordaba por qué reía, pero brotaba de mi garganta una risa Sonora. En el sueño los rostros deprimidos bailaban sus ojos con ritmo salsero y sus labios hacían diferentes muecas como ataques leves o por dolor de una uña o un “padrastro” en los dedos; los rostros no tenían cuerpo, pero arrastraban alguna deforme extremidad gelatinosa.

Ahora voy rumbo a mi trabajo en mi viejo Chevy tres puertas, son las 5 de la mañana y la junta de los lunes ya debe haber empezado. De nuevo recuerdo el sueño y me da risa. Llego al estacionamiento y no encuentro espacio, logro estacionarme en un recoveco y salgo corriendo para no ser multado por llegar tarde (hay tolerancia de 10 minutos). El salón de juntas está a reventar, pero me escabullo y me paro en un buen lugar. Después de 30 minutos de sermones y amenazas de cesar contratos por mal comportamiento, salimos a toda prisa para empezar la jornada. Me subo a mi camión (el número 289) entre saludos, chistes y sarcasmos con los compañeros de trabajo arranco y voy en camino de mi ruta.

Soy uno de los 11 hijos y 7 hijas nacidos en el burdel Las Ninfas, nací hace 20 años en el cuarto número 8, ahí fue la partera y me ayudo a salir de mi primera zona de confort; dicen que pegue sonoros gritos y sollozos como cantos rancheros. Mi madre fue una de las 25 putas que vivían en el burdel por mas de 30 años hasta que un día ya no despertó, muchos dicen que de cansancio, otros que de tristeza, yo digo que solo ya no quiso despertar (ella siempre hizo lo que quiso) y el burdel fue mi casa hasta que salí de mi segunda zona de confort a enfrentar mi destino, mis 17 “hermanos y hermanas”, 11 mayores y 6 menores, nos mantenemos en comunicación y nos ayudamos en cualquier situación.

La ruta me la sé de memoria, inclusive los pasajeros casi son los mismos todos los días, la que mejor me cae es una anciana llamada Lidia (le dicen doña Lili) siempre sube en la estación Revolución saluda muy alegre y se sienta detrás de mí, me pregunta como amanecí y me cuenta de sus nietos y cosas de familia; también tres hermanos que van a la escuela, siempre van platicando de diferentes deportes. Uno aprende de los demás y sus vivencias, como enfrentan sus problemas y como los resuelven, los que aprecian lo que la vida les da y los que reniegan por su mala suerte, al final todos me enseñan algo. Identifico de inmediato que tiene malas y buenas mañas, los que se levantan a chingar, los que se levantan a no dejarse chingar y los que viven con miedo.

Hoy las pláticas de los pasajeros las oigo todas al mismo tiempo y llega el momento que son como un río salvaje: que los platos, la colegiatura sin pagar, el jefe vale madre, el profe es un ignorante, la Mague es una piruja, mi patrona se mete con el jardinero jajajajaja, todo esta muy caro y los pinches sueldos no alcanza pa ni madre, ya me voy a salir del jale porque no aprecian mi trabajo, la clase de filosofía esta super aburrida mira solo no te claves y aprovecha que tienes beca, en cuento lleguemos a la casa te voy a poner pando.

Llego a la última estación y el camión queda vacío y en silencio. La jornada ha terminado por hoy, son las 10:50 pm y aun permanecen en mi cabeza el bullicio, las voces, las carcajadas, los sollozos infantiles y el subir y bajar de los diferentes cuerpos con sus rostros. Camino rumbo al estacionamiento y de repente un dolor intenso en mi cabeza, un zumbido y todo negro.

Dante cae al suelo, convulsiona, el guardia de seguridad corre hacia él, trata de reanimarlo, llama por su celular. La ambulancia va de prisa al hospital, Dante sigue inconsciente, lo mantienen vivo, llegan al hospital y de inmediato lo pasan a urgencias.

El dolor en mi cabeza desapareció pero estoy en un lugar desconocido, la calle está poco iluminada y el camino es de tierra, voy caminando junto a una mujer que no pasa de los 50 que parece conocida, camina de prisa pues siento que tiene miedo y va rumbo a su casa, por fin llegamos, abre la puerta y un pequeño niño que no pasa de tres años la saluda amoroso con un beso en su mejilla y le dice “como te fue, abuelita” le contesta “bien mijo, gracias a Dios” de la cocina le gritan “¿mamá quieres cenar?” contesta “si, mija, voy al baño primero” tal parece que nadie se da cuenta de mi presencia. La casa es acogedora a pesar de la decoración humilde y sencilla, son dos recamaras pequeñas, el baño y la cocina, esta amueblada con lo básico y huele a comida casera; el niño y su madre son bondadosos y sencillos, en uno de los cuartos está un anciano dormido, la mujer entra en la cocina y se sirve algo de comer, platican de su día y los pendientes que hay que attender. Por mi parte solo estoy parado sin saber qué hacer o decir. De pronto la madre y el niño se despiden de la mujer, ella los bendice y les ruega que se cuiden mucho, ellos salen de la casa y se van caminando por la calle poco iluminada, yo no se que hacer, si quedarme o seguir al niño y su madre, la mujer solo los ve alejarse y con lágrimas cierra la puerta y se sienta con la mirada perdida y balbucea fervorosa oraciones que no entiendo. De pronto ya voy caminando junto a la madre y el niño, van de prisa, el rostro de ella me parece conocido y lo mismo el niño, llegamos a la avenida principal y ella para un taxi, subimos y ella le dice al chofer “a Las Ninfas por favor”.

Cuando estamos por llegar a Las Ninfas, le indica al chofer que se detenga antes de llegar a nuestro destino, le paga, nos bajamos, el niño ya está dormido y ella lo lleva en brazos a una casa que está a unos pasos del lugar. Llagamos a una casona con un gran portón (que se me hace conocido) abre con su llave, entramos a un zaguán bastante amplio, cruzamos un jardín y entramos en uno de los cuartos, recuesta al niño, lo desviste y le quita sus zapatitos, lo arropa y al hacer eso me envuelve un olor muy conocido, siento las sabanas y cobijas en mi rostro y un placer sumamente agradable me hace recordar momentos de juegos y alegría. La madre se viste con un atuendo muy provocativo y de prisa sale de la casona y se dirige a Las Ninfas. Yo me quedo observando al niño que esta plácidamente dormido. Y entro en sus sueños. Él esta jugando con unos carritos de madera en el patio grande y otro niño trata de quitarle uno de los carritos pero por arte de magia el niño brinca tan alto que el otro no puede ni tocarlo, el niño sigue saltando y se queda suspendido en el aire y puede ver toda la casa, voltea y puede ver el horizonte y pasan unos pájaros muy cerca y lo saludan y de pronto vamos volando juntos por la ciudad hasta llegar a un bosque dorado, bajamos y sentimos una gran tranquilidad, ahora el niño esta dentro de mí y veo mis pies descalzos caminando por la hierba dorada, me recuesto en la hierba y me quedo dormido.

Ahora estoy en la casa de la señora abuela del niño y ella está platicando con otra señora que le está diciendo alguna mala noticia porque la abuela se tapa el rostro y llora. La otra sale de la casa y ella se queda llorando desconsolada y gritando “¿cómo es posible tal engaño? ¿prostituta?… no puede ser possible” y seguía llorando. Me alejé y de nuevo, estaba en la calle confundido. Camino desorientado sin saber que hacer o a donde ir, el mundo parece cada vez mas complicado y no sé qué está pasándome, nadie me ve ni me escucha, soy un fantasma perdido.

Dante permanece en coma en una cama del Hospital Central, pues al no tener seguro fue llevado al mas precario hospital de la ciudad. El médico y sus hermanos esperan que despierte y se recupere.

Ahora estoy afuera del Ninfas, la señora que lloraba, ahora le esta reclamando y gritando a la mamá del niño “no lo puedo creer que me hayas mentido todo este tiempo y que te hayas hundido en la prostitución”, dice entre lagrimas y gritos. Por su parte, la mamá del niño solo agacha la cabeza y se limpia su rostro mojado por el llanto, la señora se aleja gritándole “no vuelvas más por mi casa, ya no eres mi hija”. La mamá del niño se queda ahí parada, se ve tan sola, tan a la deriva como un trozo de madera flotando en el mar embravecido cayendo una tormenta implacable, me acerco a ella queriéndola abrazar y consolarla, pero solo me quedo callado y con un vacío en mi espíritu por no poder hacer nada.

Estoy en la casa de la señora, pero ahora es ya una anciana, toma un café y come un moño dulce; en su rostro se notan los años de trabajo, la casa ya no está impregnada del olor casero de antes. Termina su desayuno y sale; ahora la calle está pavimentada y se ven los postes con luminarias. Llega a la calle principal y espera el camión, llega después de unos minutos y le pregunta al chofer (que se me hace cara conocida) “¿cómo sigue el güerito, ya esta mejor?” el chofer solo le hace una seña con su mano y ella busca asiento.

Cansado voy por un camino desconocido, a lo lejos veo un jardín y me llega su fragancia, pero mis piernas están pesadas y no creo poder llegar al jardín para descansar. Caigo, pues ya no puedo más estoy sumamente cansado, el jardín me llama con su fragancia pues es muy agradable, puedo ver frondosos arboles y el pasto invita a descansar, trato de levantarme pero no tengo fuerza ni para mover las manos, solo puedo ver el cielo y me quedo dormido en la arena.

Abro los ojos y en vez del cielo veo una lámpara que me ciega por un momento, luego aparecen tres rostros conocidos, son mis hermanos, me abrazan y alegres saltan y agradecen a Dios por que desperté, me siento débil y sediento, me dan agua y me animan a seguir despierto, llega el medico y me dice algo que no entiendo.

Salgo del hospital después de 12 días, me llevan a mi casa y cuando llego veo a mi viejo Chevy, me despido y quedo solo en la entrada de mi humilde vivienda, entro y todo está igual, abro una lata de atún y como despacio con galletas y agua, me acuesto e inmediatamente me quedo profundamente dormido. Sueño a mi madre, a la señora del niño y a la otra señora y me doy cuenta de que la señora del niño es mi madre y que yo soy en niño y que la otra señora es mi abuela y me doy cuenta por qué ya no visitó más mi madre a mi abuela. Todo es ahora muy claro.

Las creencias, las costumbres, los prejuicios y el orgullo de mi abuela destruyeron a la pequeña familia y afectaron a la sociedad en su conjunto, pero también la mentira de mi madre y el no pedir perdón y tratar de cambiar a una vida honesta, su orgullo y la falta de amor a mi abuela influyeron para que hoy aquí en esta pequeña cama, en esta desordenada vivienda esté yo tratando de procesar tanta confusión y poder asimilar mi destino marcado desde el vientre de mi madre.

Un nuevo día, hoy ante el universo, con mi pequeñez cósmica y mi grandeza atómica saldré a enfrentar el mundo y sus asombrosos sucesos. Nacerán de mí ramas fuertes, darán abundante fruto dulce y nutritivo y así el árbol genealógico que es ahora débil y casi seco renacerá para contar a todos sus miembros lo valientes, honestos, leales y amorosos que fueron los ancestros. Iniciare visitando a la abuela, me superare en todos los aspectos y ¡hasta la victoria! Aunque me muera en el intento.

 

 

 

Jaime Chavira Ornelas es un sobreviviente de la desintegración familiar; estudió comunicación y manejo de negocios en el Colegio Comunitario de Maricopa en Phx. Az USA; tiene diplomados en exportación, importación y manejo de aranceles por Bancomext, también varios cursos de inteligencia emocional y lingüística. Trabajo para empresas a nivel gerencial. Actualmente es pensionado por el IMSS. Escribe cuentos cortos y poemas ácidos.

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