Columna de Acuña
La búsqueda
Por Leoncio Acuña Herrera
De jovencito me llamaban poderosamente la atención temas que hoy podrían considerarse filosóficos y que de alguna manera, pese al desprestigio que les ha rodeado, siguen vivos y resurgen, incluso se potencializan con las redes sociales.
De los 70’s recuerdo que en su momento estuvo muy en boga Uri Geller, un tipo que con la mente doblaba tenedores y cuchillos.
Por entonces se leía mucho también la revista Duda, lo increíble es la verdad, que hoy podría equiparse con los documentales del Discovery Chanel con series sobre alienígenas.
En esa época de patrañas me alimentaba de las lecturas de Lobsang Rampa, tremendos betsellers de un supuesto monje tibetano que había nacido en el Lhasa y que habría sido algo así como la reencarnación del Dalai Lama. Los temas del Tercer Ojo, el aura humana, los viajes astrales, se vendían entonces como pan caliente.
Años después de muerto se supo que Lobsang Rampa era un escritor inglés, con una imaginación prodigiosa y una pluma sumamente comercial.
Sería entre sexto de primaria y primero de secundaria cuando, en compañía de un amigo, Reynaldo, fui a investigar directamente de qué se trataban las religiones, en la Cananea de aquel entonces, de los adventistas, mormones, bautistas y también católicas.
Un compañero, Saúl, al que le decían “el Ovni” juraba que sabía hipnotizar y en alguna ocasión me “hipnotizó” y yo le seguí el juego.
Adicionalmente mandé una carta a los Rosacruces, a California. Me respondieron con un montón de folletos y promociones para inscribirme.
El asunto no paró ahí porque en la prepa, en el Bachilleres 2 en Chihuahua, cerca de donde rentábamos la casa, en la esquina de la Colón y lo que antes era la Alameda, había en esas viejas casonas, hoy derruidas, un centro gnóstico.
Allí impartían conferencias nocturnas gratuitas con un nivel de asistencia bastante aceptable. Resulta que en una ocasión se organizó una “velada”, para experimentar con algún un viaje astral o recibir algún extraterrestre. Me llevé mi cobija, igual estaba a unos cuantos metros. Pero no pasó nada, solamente la desvelada.
Creo que lo rescatable de esta última época en particular es que cayeron en mis manos libros de Herman Hesse y, no sé cómo, de Nietzche, aunque El Anticristo y Así hablaba Zaratustra fueron a dar a la hoguera por parte de mi noviecita de entonces.
Antes de irme a la Universidad, en Guadalajara, cayeron en mis manos unos panfletos de los Krishnas. ¿Se acuerdan? Eran chavos pelones a rapa, con vestimenta hindú, que bailaban y oraban el Hare Hare, tipo George Harrison.
Pues lo primero que hice llegando a Guadalajara fue buscar unas supuestas oficinas de los Krishnas, que por supuesto no existían.
De regreso a Chihuahua, en los ochenta se pusieron de moda los Esenios, que se reunían por ahí de la Zarco y 1º de Mayo, para dar terapias de “saneamiento”; tampoco pasó a mayores.
Con los años me fui volviendo escéptico. Dijo Lennon en “Dream is over” que él había dejado de creer en los Beatles, en Cristo, en Mao, en Nixon, incluso en Yoko, y que ahora solo creía en él mismo.
Pero qué tal lo que ha insinuado Yuval Noah Harari no hace mucho: que en realidad no existe un “yo”, sino una serie de personalidades distintas ante diferentes situaciones. Así que en una de estas tampoco exista un Yo único, sino varios… y a la vez ninguno.
Termino diciendo lo que un maestro de literatura me dijo una vez que le pregunté si creía en Dios: “Creo en el hombre”. Ojalá, ojalá recuperáramos por lo menos la fe en la humanidad. Esa sí sería una verdadera búsqueda.
3 noviembre de 2023
Leoncio Acuña Herrera, periodista y escritor, es licenciado en ciencias de la comunicación. Ha sido reportero en Novedades de Chihuahua, subdirector editorial de Norte de Chihuahua y jefe de información de El Heraldo de Chihuahua. Actualmente cursa la maestría en periodismo en la UACH.