La escupidora de soles
Por Leslie Dolejal
I
La paloma vino y se posó en las acémilas a recitar, El negro olor a nardo de las barcas
Pepinos de mar, Reinos de cárceles para los pescadores, Tendían sus barras grises en la orilla
Y allá en la aduana el hombre asimilaba en los cuadernos contables cuánto habría de pagar para mañana
Por dónde un día sería hoy, Hasta dónde tenía derecho de mirar sobre las barcas
II
A reventar cayenas vino el aroma vago de la tarde,
Los hombres hablaban de encontrar al pescador,
Y entre copa y copa arrumbaban en las aves de río la mirada.
Año tras año,
Donde las flores revientan amarillas,
Llegaron a escuchar noticias que trajeran los barcos
Que atracan al ras de las cantinas del puerto,
Hasta que un día cansados
Decidieron por buscar entre las lomas minerales,
Y ahí solo encontraron más pelícanos.
Los viejos limpian las sienes de las máquinas grasosas,
Dicen con todo que hay que quitar el lodo de las quillas.
III
Ahora están sentadas todas las palomas que bullen en el puerto,
Las escucho zurear entre las hojas negras de los árboles,
Y dicen que amar es parecido a considerar
Cada uno de los nombres que uno elige al escribir palabras.
También amar es parecido al silencio,
Lo he visto en las caras de mis padres
Cuando entraron fastidiados a jugar baraja,
Luego se pusieron a lavar los platos.
Los viejos dicen que eres un muchacho portentoso,
Que tú sabes que los hombres
Solo pueden agotarse en asuntos importantes,
Que los hombres solo dan la vida por asuntos importantes,
Y donde se pudre el tiempo,
Terminan soñando el regreso de las barcas.
IV
Esta es la edad en que lo encuentras todo, La edad en
que las ilusiones se marchan y queda frente a ti la
realidad, La edad en la que los marchantes no quieren
comprar más jitomate en la rebaja
Los grandes pájaros indican junto a la ventana que ya
no tiene sentido amar, Ni recordar, Ni ser valiente,
Todos han terminado huyendo en el mismo barco
detrás de las columnas que nacen del rigor que nos
impone ser algo, Y hacia las cocinas del puerto, Donde
el día parece que se parte, Las mujeres amasan harina
para pan en una palangana
V
A donde vayan los hombres no quiero ir yo.
A donde digan que hay acierto no quiero ir yo.
A donde dejen un día discreto para hablar.
A donde se dispongan a escuchar las diferencias.
A donde comiencen a encauzar para nosotros.
No quiero ir yo.
A donde los barcos parezcan más hermosos.
A donde las grandes ideas florezcan.
A donde cada uno tenga que dejar de ser para ser.
No quiero ir yo.
Ahora sube, Déjame sentir tu piel,
Domadora de caballos, Domadora de hombres.
VI
Subir a ser el delicado mar
Después de hacer más claro este pertrecho.
Luego de abandonar la sal, el hecho
De continuar la vida ha de soñar
Un barco en la estación, y a reparar
La lluvia, vendrán nubes por el techo.
No aguardo amar al tiempo en este lecho,
Ni por morir me angustia respirar;
Quizás, amar, amada, el mar, sea esto:
Los barcos nos regresan su canción,
Y ser un ser que es todo sea instrumento.
Azul será la sal el día que quieras,
La parte de esta historia en la oración,
Mi nombre, que no es nombre, ni lamento.
VII
Sagrado es este amor como las flores,
Y las avispas, y los días de lluvia,
Y el sonido perpetuo de la cumbia,
Que acompaña los cirios y los soles.
Sagrado es este amor como las coles,
Y las papas, y el pecado que rumia
En la cocina, y tu destreza, Luvia,
Para encontrar de noche tenedores,
Que suelen ocultarse entre las sobras.
Sagrado es este amor al mar que nombras,
Y a los peces, y a todos los luceros,
Y a las calles de tierra con esmeros,
Y al día que nace al respirar la aurora.
Sagrado el grito, y el silencio ahora.
Leslie Dolejal, escritor y músico mexicano, es autor de diez libros, entre ellos Café del Funky y Casa de madera. Ha compuesto y grabado un disco de piezas para guitarra y otro de canciones.