Bicicleta
Por Jaime González Crispín
Rebeca:
Abuela cabeceaba evitando las ramas bajas de los arbustos que bordeaban los andadores del pequeño parque. Tú, Rebeca, ibas agarrada a su cintura, sentada en la breve tarima detrás del asiento de la bicicleta que ella pedaleaba lento.
La mujer pensaba regalarte a ti y a tu hermana mayor un biciclo en navidades. Ya era octubre. Aquellos paseos los tomaba como prácticas motivacionales.
Caía la tarde. Algunas lámparas ya habían encendido en el parquecito de pocos paseantes. Tú en lo tuyo, arrobada, con el pabellón de tu oreja derecha y cabeza pegada a la espalda de la abuela. Sentías su ritmo de respiración. Con los ojos cerrados oías el susurro de una canción, o el soliloquio de la abuela que te elevaba y te hacía sentir querida. Tus brazos formaban un cinto cuya hebilla eran tus dedos.
La senda caprichosa bajaba y daba vueltas. Iba por pendientes leves que tu mente convertía en lomas, en cerros, lago y veredas; en largas sendas que te imaginabas como cuestas sin fin, subidas con gran esfuerzo. Qué sabia esta mujer que te llevaba pedaleando, con una reseña del Tour de Francia, como locutor que trasmite El Giro italiano, La Vuelta a España, o la de Francia. Volabas con tus siete años tratando de alcanzar con tu mano las imaginarias nubes italianas, las gaviotas de la playa española o el sol de la capital francesa. Hasta que algo tronó por el rumbo del engrane, de la cadena, del eje trasero. Los lienzos largos de tu falda se habían enredado obstruyendo el mecanismo. La furia del cielo se les vino encima. La abuela nada pudo hacer y cayó sobre el tramado de hierros, tú a un lado, sin una parte del olán de tu vestido. Abuela quedó tendida boca arriba y el orgullo boca abajo. Un fierro en su costado no le dejaba auxiliarte ni respirar pleno. Tú llorabas aturdida, Rebeca. Pasaron minutos como años. Alguien se acomidió al auxilio. Llamaron a la Cruz Roja.
Todo bien, excepto por ese brazo tuyo roto, con yeso, que estará inmóvil por tres meses. Los tallones y el orgullo partido de la abuela Patricia tardarían un poco más.
Después de esto, nadie te propuso que aprendieras a andar en bicicleta, y tú jamás lo pediste. Abuela dejó de lado los paseos y los circuitos de ciclismo inventados en el parquecito aquel.
Años después, sería la abuela quien te enseñaría los primeros pasos de un vals; a leer a Borges y a desechar la mala poesía. Te enseñaría también a manejar autos, a escondidas de tus padres.
¡Ah, la abuela Patricia, tu abuela de oro, Rebeca!
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Jaime González Crispín es profesor, por la Escuela Normal de Durango, con grado de Iicenciatura. También estudió en el Taller de Escritura Narrativa, en la Universidad Juárez del Estado de Durango y en el Taller Levriano de Escritura, Querétaro. Ha publicado los libros de cuentos Matemos al cura, Alambre de Púas y Trece veces por minuto. Están inéditos sus novelas Eva Gorrión, o la monja que mató a su hermana y Casi quince, además de su libro de cuentos El mal samaritano.