El tramposo cae al pozo
Por Karly S. Aguirre
Natalia navegaba por sus redes sociales cuando de pronto vio tierra a la vista. Se trataba de la publicación de una psicoterapeuta feminista que hablaba sobre red flags al inicio de salir con alguien. Compartía la anécdota personal de una cita de terror con un machito alemán que, pese al oscuro pasado de su nación, se había atrevido a usar la palabra feminazi luego de que ella lo abandonara a media cita y no respondiera sus mensajes.
Antes se había burlado de ella diciendo que las víctimas de violencia no existen, sino que también son parte del problema.
La terapeuta invitaba a sus seguidoras a compartir algún relato personal que relatara indicios de violencia en primeras citas, o primeros contactos virtuales.
Natalia recordó entonces una desagradable experiencia de su pasado inmediato con Carlo, un hombre que su editor le había presentado pretendiendo que se formulara una relación formal y romántica entre ellos. Natalia no lo pensó mucho y procedió a compartir la historia en un comentario:
Por medio de una de las muchas aplicaciones que existen para encontrar pareja, conocí a un hombre doce años mayor que yo. Tiene treinta y siete y yo veinticinco. Era un prospecto prometedor, erudito de la filosofía, venerado y respetado por sus alumnos, un hombre maduro que se había ganado su lugar en la sociedad por su evidente intelecto y humanidad. Teníamos varias cosas en común, desde las más profundas como la pasión por la cocina, el mambo y el arte en general, hasta algunas superficiales y sin importancia como el modelo de computadora que usábamos.
La primera red flag que identifiqué fue que, sin conocerme en persona, empezó a criticar a su exesposa, quien era al parecer una mujer abusiva y aprovechada.
Aunque los profesionales en salud mental advierten que hay que tener cuidado con ese comportamiento, sentí que el hombre solamente buscaba un desahogo, así que lo dejé pasar.
Lo segundo que me pareció extraño fueron un par de mentiras que a simple vista pudieron parecer inocentes, pero la intención era manipularme para que cediera a sus peticiones. Por ejemplo, una vez habíamos quedado de vernos el sábado en la mañana para tener sexo, pero yo no estaba tan segura de querer hacerlo en tan poco tiempo de habernos conocido; ya había pasado por mi época de libertinaje sexual en la adolescencia y el saldo solo me había dejado una sensación de vacío que me tomó años volver a llenar. Como sea, trató de convencerme con un argumento muy pobre para ser la mente brillante que todo el mundo adulaba: “Pero ya estoy listo, me desperté temprano por ti en mi día de descanso y me bañé solo para verte”.
Le dije que lo sentía mucho.
Después de dos horas le invité un café de consolación, a lo que respondió: “Híjole, pero no estoy listo, tardaría una hora en bañarme y todo eso”.
Esa fue solo es una mentira de las muchas que contaba.
Días después tuve un mal día. Me habían dado los resultados de la valoración oftálmica para ver si era candidata a la operación de la vista, ya que sufro de miopía; el resultado fue que no podían operarme porque tengo la córnea muy delgada. Yo estaba triste y a él lo único que le importaba era que le diera un masaje, porque llegó cansado del trabajo. Pero se van a ir para atrás, cuando les cuente lo que sigue.
Me encontré en el supermercado a una amiga que hace años no veía. Ella había estudiado una licenciatura en filosofía, así que para sacarle plática le pregunté que si conocía a Alejando Orozco, a lo que su rostro me respondió antes que las palabras, pues su cara cambió de felicidad a angustia. Su respuesta fue: “Sí lo conozco. Es una mala persona, Nat, aléjate de él. No lo dejes entrar a tu vida si no quieres problemas. Soy amiga de su esposa y la verdad ese hombre no se merece ni los buenos días”.
Sentí un escalofrío. El que alguien más me confirmara lo que yo venía sospechando desde hace tiempo, que era una mala persona, ¿y además tenía esposa?
Me había dicho que la mujer con la que vivía era su hermana, y de hecho me había parecido bastante antipático cuando me ofreció pasar a recogerme en el auto de su hermana para ir a un motel, ya que a ella la acababan de operar y lo había dejado conducir su auto mientras lo necesitara, pues él a pesar de ser un presuntuoso no tenía un auto propio. Así me di cuenta de que el maldito planeaba llevarme en el auto de su esposa recién operada a un motel. Si la idea de que fuera en el auto de su hermana recién operada me parecía un poco enferma, el hecho de que fuera en el auto de la esposa lo hacía aún peor.
Natalia compartió su comentario en la publicación de la psicoterapeuta, pronto las mujeres comenzaron a compartir esa información para que con suerte pudiera llegar a las manos de la mujer de Orozco.
Un par de semanas después de haber escrito el comentario, Natalia recibió una llamada de Alejandro, ella no reconoció el número, ya que lo había borrado desde hacía tiempo.
—¿Qué hiciste, pendeja? ¿Se puede saber por qué carajos publicaste esa basura sobre mí?
—Porque me pertenece. Esa es mi verdad también, Alejandro, y yo soy libre de contarle a quien quiera mi vida. Además, te lo tienes bien merecido por mentiroso. Jamás mencionaste que eras casado. Eres un miserable, mira que dejar a tu mujer recién operada para irte a coger a otras mujeres, que asco.
—Pues Dania acaba de pedirme el divorcio gracias a tu comentario estúpido, alguien se lo encontró y le mandó tu comentario a mi esposa, mínimo hubieras tenido cuidado.
—Ni siquiera tienes un poquito de vergüenza, ¿hasta dónde crees que llegarías con tus mentiras? ¿Cuánto tiempo crees que podías engañar a todo el mundo? El tramposo siempre cae al pozo. No puedes ser tan estúpido y creer que en esta pequeña ciudad nunca me daría cuenta. No podías esperar que cuando la verdad llegara no la vomitara. Me diste algo realmente podrido para digerir. Ni siquiera puedo tenerte cerca de nuevo, apestas a humedad. Nunca te lo dije, pero así es, hueles a toalla sucia. Quizá es que el aroma de podrido de tu alma ya está saliendo a la superficie, así como ya salió a la superficie tu verdadero yo.