Sobre Trazos en el tiempo y comentarios satélites. Luis Kimball

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Sobre Trazos en el tiempo y comentarios satélites

 

 

Por Luis Kimball

 

 

Aunque no tenga una mesa de café dónde ponerlo, cargar el kilo y 300 gramos del tomo Trazos en el tiempo con portada rosa solferino urge al café. A ese color también se le llama rosa mexicano y remite a la Guelaguetza; en la plástica, constituye una declaración de principios: lo tomó Chucho Reyes de bandera.

El libro congrega artistas plásticos en y de Chihuahua, de entre el año 1900 y el 2021. Está editado por el Grupo Cementos de Chihuahua (GCC).

Quien emprende colección o antología se prepara para coronas de halagos y coronas de espinas.

Este emprendimento fue conducido por el pintor José Pedro Gaytan ‒a veces lo encuentro comiendo en La Malinche‒. Este libro amplía la visión que me habían generado sus apreciaciones honestas y emotivas sobre, por ejemplo, pintores de Oaxaca.

Trazos en el tiempo presume ser primero en su tipo y es cierto, estaba pendiente. Ya había un tomo amplio sobre la fotografía de chihuahuenses a cargo de Héctor Jaramillo. Y la misma editorial nos ha brindado obras como la dedicada al escultor Sebastián, el cual supongo no fue incluido esta vez porque, ante lo internacional que ha resultado, lo chihuahuense le queda como mero dato biográfico. Es lamentable su ausencia, pero más adelante abordaré el asunto de las ausencias.

El tomo puede usarse de varias maneras: como asiento era indispensable; como material lúdico es ampliamente disfrutable, pues sus láminas llenas de color no son interrumpidas ni con paginación. Como fichero, informa y eso se agradece. Nos da a conocer, por ejemplo, que Asúnsolo es el escultor del Papelerito, y la relevancia que este artista tuvo en el panorama nacional. Además, puede usted ir al índice para informarse de quiénes han sido y, sobre todo, de quienes son los artistas plásticos de la entidad. Verá que la abundancia está en contemporáneos, personas vivas y activas.

Voy a detenerme en el disfrute.

El libro comienza desde el deco de Muller Cano en “Felices años 20”. Presenta el Niño del piano, de la artista Luly Sosa ‒aunque hay un error en el título de la obra, que se corrige en el fichero‒. Están las imágenes mostrando en pleno al pintor y también escultor Luis Yeffim Aragón, de tan larga carrera que comienza participando en el Mural de la Identidad de Irapuato, allá por los primeros años sesenta, y que merece ya una edición que hable formalmente de su obra. También contiene una selección de Alberto Carlos, chihuahuense por elección y adopción, que muestra su humor, su plástica por encima de la maestría, recordando décadas del siglo pasado en que pintaba ya deslindado de las corrientes principales del arte mexicano (si nos forzan a resumir en muralismo y ruptura, como hace el libro), inscrito en la naciente estética de lo cotidiano, donde cristalizó deslindado de modernismos. A él, lo recuerdo con tirantes, saliendo del super con su esposa, amable, fumando; recuerdo la bolsa de Futurama ‒ahora Alsuper‒, que apareciera como elemento poético en un cuadro, más cercano a Tiddebaud, a otras tradiciones, como emplastando colores de la bandera mexicana a territorios perdidos, antes de Belleza Americana. Y está el vórtice de Águeda Lozano como incrustación dentro del abstracto; con foto donde la encontramos sentada de perfil en un estudio altísimo.

Es un libro, como digo, para disfrutar, enterarnos, guardar conciencia y preguntar por más.

Se encuentra Issac Yapor, que no cabría en la miniatura y basta para una plástica de No Cauduro Required, el cual ponga usted que caía bien ‒para eso era persona privilegiada‒ pero era sexista en su pintura, descolocado en la composición (varias veces) y maestro del proceso industrial en afear pintura. Nosotros tenemos a Issac Yapor.

Se encuentra Jesús Helguera, a quien yo hubiera citado menos: pintor para turistas, quien no creo haya tenido mayor pretensión que ganarse la vida y darse gusto pintando el estereotipo de mujeres objeto con la estilización del cartel de Hollywood. Pero sí: es parte de la historia; colgó de las paredes de muchos mexicanos.

Se encuentran Benjamín, Leandro Carreón, Efrén Ordoñez, el vitralista resuelto de confrontación ´66 ‒porque como dicen los bolivarianos: no importa dónde se nace ni dónde se muere, sino dónde se lucha‒.

Dice el libro que Siqueiros tiene tres pasaportes firmados en Chihuahua, pero que no se ha encontrado ninguna acta de nacimiento aquí. La verdad es que existe su acta de nacimiento de la ciudad de México, se crio en Irapuato y murió en Cuernavaca, pero su acta de defunción, de 1974, lo señala como  originario de Ciudad Camargo, Chihuahua.

La selección del libro lleva más a una visión histórica/ social chihuahuense sobre su plástica que a una consideración estética sobre el arte que se hace en la región. El libro narra y educa. Entendiéndolo así, no le sorprenderá encontrar en él a Cuevas o a Orozco. Intenta brindar preliminares y referentes como debió hacer la escuela primaria o la secundaria, para comprender el arte chihuahuense en la plástica nacional, para entender los ecos de Tamayo, Gerzo o Wilfrido Lam.

Y ahora sí, la corona de espinas.

Guardo mis diferencias con los textos. No comparto el tono anti revolucionario de un discurso que empieza por nombrar “las ingenuidades del presidente Madero”; tampoco estoy de acuerdo con aquello de no estar “a las alturas de ciudad de México”: gente de Chihuahua ha producido arte que no tiene gradación. Por su parte, en ese sentido del valuar, cuando Gaytán nombra a los Tres Grandes de la Pintura en Chihuahua, históricamente está en lo correcto, pues así aparecieron en el imaginario; pero desde luego, no se puede sostener la obra de Piña Mora, pintor pagado, como si valiera en plástica lo que vale la de Luis Aragón o la de Águeda Lozano.

Habría deseado que cuadros como los de Lorena Borja o Arturo Hinojos ocuparan una página completa, como lo hace el de Laura Murillo. Algunos, son casi imposibles de apreciar en miniatura ‒por otra parte, a la relación del índice final, falta al menos esta miniatura‒.

Y falta Batista, pintor, nuestro mejor arquitecto y escultor de El Quijote y de Andrómeda que, gusten o no, integran el paisaje urbano de la maquila en Chihuahua.

Falta Bandido. Falta Felipe Alcántar. Falta Héctor Barrón Quiroz y su omisión es como omitir a Adolfo Quinteros. Falta el maestro Enrique Samaniego Sainz –nuestro Cuevas, nuestro Gironella‒. Falta el Manuel López, de Santo Domingo, quien entre muchas otras obras pintó el altar a Agustín Malverde y quien debe ser reivindicado con todo y su biografía, que mostraría como una vez y otra fue víctima del abuso por ser un marginal y protestar.

Cualquiera de los artistas incluidos sabe de quiénes hablo.

Estas faltas son graves. Se me escaparán otros, pero yo no preparo una colección.

Por lo demás, felicito al autor.

 

Gaytán, José Pedro: Trazos en el tiempo 1900 – 2021 artistas plásticos de Chihuahua. Editorial Grupo Cementos de Chihuahua GCC, México, 2021.

 

 

 

 

 

Luis Kimball nació en Chihuahua en 1974. Vivió en Chihuahua, en Veracruz, en la ciudad de México, y ahora reside en Querétaro. Hizo estudios universitarios que no le satisficieron. Se interesa en el conocimiento y escribe desde joven, ha publicado en la revista Solar y en Manual del desierto. Es coautor del poemario Luna de hiel para tres, y autor de Puros de amor. Ha participado en la coordinación de espacios culturales y actualmente coordina el taller literario Escritura al día.

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