Rollos cortos
Una película musical para las personas que odian las películas musicales
Por Raúl Herrera
“Por lo tanto, si alguna vez quieres algo y llamas, llámame, entonces voy a venir corriendo para luchar, y estaré a tu puerta cuando no hay nada por lo que valga la pena correr. Cuando tu mente toma una decisión no tiene sentido tratar de cambiarla, cuando tu mente toma una decisión no hay razón para tratar de detenerte. Tú ves, eres igual que todo el mundo, cuando la mierda llega todo lo que quieres hacer es correr lejos y ocultarte de ti misma, cuando estás lejos de mí, no hay nada más. Cuando tu mente toma una decisión no tiene sentido tratar de cambiarla, cuando tu mente toma una decisión no tiene sentido siquiera hablar, cuando tu mente toma una decisión no hay razón para tratar de luchar contra ella. Por lo tanto, si alguna vez quieres algo y llamas, llámame, entonces voy a venir corriendo.”
Esta es la letra de la canción –hermosa, por cierto– con la cual el personaje principal de la película Once (Érase una vez) de 2006 nos convence de que tiene verdadero talento para la música. Esta cinta dramática irlandesa fue dirigida por John Carney y cuenta con las actuaciones de los no actores Glen Hansard como el músico y Markéta Irglová como la muchacha.
Hay literalmente miles de películas que tienen un romance central como tema principal. De hecho, un gran porcentaje de la producción de Hollywood es de este tipo. El principal problema con estas películas es que la relación entre las parejas parece poco creíble. Esto no es un problema en Érase una vez. A diferencia de las historias forzadas y los encuentros demasiado preparados de las típicas películas románticas, el guion de este pequeño filme –filmado en apenas 17 días– es muy sencillo: un hombre y una mujer se encuentran como la gente se encuentra, hablan como la gente habla, sentimos que podríamos ser cualquiera de ellos. Esta es una cosa muy difícil de llevar a cabo, ya que la mayoría de las parejas del cine romántico suelen ser creaciones especiales del guionista.
La belleza de Érase una vez radica en su sencillez y el retrato cálido de dos seres humanos que coinciden en un momento determinado y tienen gustos afines, pero que por cosas del destino no pueden estar juntos. Una cinta sin escenas de sexo, ni besos siquiera, pero llena de una música maravillosa que hace estremecer el corazón y refuerza una historia sencillamente hermosa, la historia de un cantante callejero y una inmigrante checa en Dublin que limpia casas para vivir, pero cuya pasión es tocar el piano.
Al igual que las mejores obras de arte, Érase una vez es una película melancólica y bella, un poema frágil que parece casi demasiado delicado para la gran pantalla. Tan modesto que ni siquiera se molesta en nombrar a sus personajes, la película, sin embargo, nos transmite emociones a través de una cámara al hombro y las imágenes de una soledad citadina abrumadora. Estamos ante una rareza del cine actual: un musical más preocupado por la música que por los vestuarios, una historia de amor más interesada en el amor que el sexo.
En fin. Érase una vez es un musical para las personas que odian los musicales, y no solo porque tiene virtudes raramente asociadas con el género, como el realismo, la intimidad y la verosimilitud. Las canciones se integran en la historia orgánicamente, los protagonistas son músicos, después de todo, y las canciones que cantan dicen más acerca de los personajes de lo que cualquier monólogo posiblemente podría.