El eco de los recuerdos, episodio 2. Almudena Cosgaya

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Dintel de Almudena

El eco de los recuerdos, episodio 2

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

La noche siguiente, el doctor García se hallaba solo en la penumbra de su estudio. Las páginas del antiguo libro reposaban sobre la mesa, sus bordes desgastados como las memorias que contenían. Había encontrado el libro mencionado por Elena y los secretos ocultos en esas páginas, y ahora estaba a punto de desvelar el mayor de ellos.

El aire estaba cargado de electricidad, como si el Antes se hubiera filtrado a través del tiempo. Cerró los ojos y comenzó a recitar las palabras en una lengua olvidada. Cada sílaba resonaba en la habitación como lamento y como imploración.

Y entonces ocurrió que las sombras se alzaron de los rincones, figuras desgarradas por el sufrimiento emergían ondulantes: eran ánimas cuyos rostros reflejaban dolor, ira acumulada. Elena, la mujer que había perdido su vida esa misma mañana, estaba allí. Su mirada frenética atravesó a García.

—Los espíritus buscan venganza. Nos culpan por el sufrimiento, por los pecados que cometimos en vida y ahora usted se ha sumado al rosario —exclamó.

El médico temblaba. Unas voces se entrelazaban como hilos invisibles. Elena mencionó un secreto, un amor prohibido que había desencadenado la maldición sobre aquel lugar. Un amor que había trascendido la muerte.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó García, temblando ante la magnitud de lo revelado.

Elena lo miró fijamente. Sus ojos eran ventanas al pasado, a un tiempo en el que los corazones latían con pasión y los errores tenían consecuencias.

—Hallar la verdad —dijo ella—. Así podrás liberarnos y romper la cadena del dolor. Una madre no descansa hasta saber que su hijo es inocente.

El médico cerró los ojos y se dejó llevar por el eco de los recuerdos. Las paredes del sanatorio temblaron.

En la oscuridad de la habitación, García se adentró en un laberinto de enigmas.

Un velo se rasga en la penumbra. Una madre había cruzado los umbrales del Sanatorio. El hijo, atormentado por una enfermedad sin nombre, había sido su razón de vivir y su condena.

García la observó: su figura traslucida, los ojos hundidos por el dolor.

Vio caer a un ser sin alma al abismo. El cuerpo sin vida del muchacho yacía sobre la camilla de piedra. La madre lo acarició por última vez, lágrimas cayendo sobre la piel helada. La maldición se desató.

Ibrahim, se acercó al espíritu de la madre. Sus ojos eran pozos de sabiduría y tristeza. Le habló en voz baja, como si temiera despertar a los otros muertos:

—El mal que aquejaba a tu hijo no era terrenal. No tenía cura. Saltó hacia la oscuridad buscando respuestas que solo los espíritus conocen.

El rostro de aquella ánima miro al doctor. Ibrahim continuó:

—Ahora, debes cruzar el umbral. La verdad te espera al otro lado.

¿Qué oscuros secretos se ocultaban en los pliegues del tiempo? ¿Qué destino aguardaba al doctor García y a los espíritus atormentados?

La noche se volvió más densa.

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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