Un beso de la muerte
Por Karly S. Aguirre
Tu nombre es Rayo, sin embargo, eres centella. Tu vida ha sido una tormenta furiosa, sin tregua. Tú, un árbol torcido. Nadie sabe de dónde proviene la ira infinita de tu ser. Me pregunto si proviene de la sangre, herencia genética de pesares que desembocan en un camino hacia la locura.
Mientras otras chicas de diecinueve años sueñan con diamantes, tú sueñas con los cristales de la muerte. Mientras ellas olfatean el dulce aroma de las flores, tú apeteces la hierba verde. Mientras ellas prosperan y crecen, tú te haces pequeñita, solitaria y sin consuelo.
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No quiero consejos ni lecciones de paternidad. Solo quiero que ustedes conozcan la verdadera historia detrás de los encabezados en los periódicos: Murió por el beso de una mujer, es el más popular y el que más me indigna.
Rayo no es una mujer, es una jovencita que acaba de cumplir diecinueve años el pasado 31 de octubre del 2020, mismo día en que ocurrieron los hechos.
Para celebrar el cumpleaños, su novio, Mateo, pasó por ella. Me dijeron que irían al cine y a cenar, les faltó decir que irían a misa para aparentar ser niños buenos. Las drogas los tienen consumidos, olvidaron que durante el semáforo rojo todo está cerrado. La dejé salirse con la suya, estaba cansada de luchar por ella.
Yo sé que mi muchacha anda en drogas desde hace seis meses, quizá más. La pobre siempre ha sido tan solitaria, nadie quería ser su amiga en la escuela porque siempre fue perversa, les hacía maldades a las compañeras solo por diversión.
Antes de que me llamen irresponsable o indiferente, sepan ustedes que lo intenté todo. Desde pequeña noté que Rayo tenía demasiada ira en su interior, misma que no sabía controlar. Me lanzaba juguetes como protesta cuando la reprendía, me rasguñaba cuando trataba de levantarla del suelo cuando hacía berrinches en la calle y, si no podía lastimarme a mí, entonces se lastimaba a ella misma, se arrancaba el cabello y se arañaba la cara.
La llevé con psicólogos, psiquiatras, curanderos y finalmente a la Casa del Señor, nada funcionó. En el 2015 Conoció a Mateo, su novio, en el último templo cristiano al que asistimos en busca de un cambio.
Durante un tiempo pensé que él era su salvación, era un muchacho educado y servicial. Él era la única persona con la que ella había entablado relación en toda su vida.
Pronto me di cuenta de que Mateo no era más que un charlatán, manipulador y drogadicto, me endulzó el oído como a toda la congregación.
La noche del 31 de octubre fueron a una fiesta clandestina en Punta Oriente, donde consumieron alcohol y otras drogas ilegales. Como era de esperarse, ambos se contagiaron de Covid. No se sabe con certeza si fue en esa fiesta o en alguno de los muchos lugares a los que habían salido sin preocupación ni precaución, tampoco se sabe quién de los dos se contagió primero.
Rayo presentó síntomas menores, pero Mateo no contó con la misma suerte, pues era asmático de nacimiento y padecía obesidad. Las drogas no ayudaron a su sistema inmune, necesitaba un respirador, pero todos los hospitales estaban colapsados, su familia no tenía dinero para pagar un cuarto en el hospital Ángeles, donde se presumía que aún quedaban algunos cuartos. El precio por ingreso era de cuarenta mil pesos y había que sumarle a eso setenta mil del cuarto por noche, más medicamento, servicio médico y equipo.
A la madre de Mateo se le ocurrió la brillante idea de denunciar a Rayo por delitos contra la salud, acusándola de haber contagiado conscientemente a su hijo. De ese modo, si ella ganaba el juicio, los gastos correrían por nuestra cuenta: habríamos de pagar la cuenta del hospital; en el peor de los casos también los gastos funerarios y una indemnización por una hija que él tuvo a los quince años, a quien ni el mismo Mateo daba manutención.
Las personas que estuvieron en la fiesta clandestina de Punta Oriente apoyaban a la madre de Mateo, me acosaban en la calle, lanzaban piedras a mis vidrios, pincharon los neumáticos de mi coche, me hacían llamadas anónimas durante la madrugada y amenazaban con incendiar mi casa, bañarme en acido para desinfectarme o denunciarme por el mismo delito si alguno de ellos se contagiaba también. Les dijeron a los periódicos que mi hija estaba visiblemente enferma en la fiesta, que tenía tos seca y sudoraciones, que aun así había besado a Mateo en repetidas ocasiones. Lo narraban como si cada beso hubiera sido una puñalada, y mi hija una asesina.
Rayo se fue de la casa cuando llegó la notificación de la denuncia, lleva ya tres días en casa de mi madre. Eso no se verá muy bien a los ojos del juez, cuando se sepa que contagió a su propia abuela.
Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Escribe relatos y crónicas en redes sociales.