Año bisiesto. Jaime González Crispín

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Año bisiesto

 

 

 

Por Jaime González Crispín

 

 

Ayer, apenas salió Cayena de mi departamento, entró tu abuela. Se cruzaron en la puerta, pero nada se dijeron.

Cayena vino a dejarme otro recado del hombre que sí sabe cortar el bacalao, pero que no sabe si este año es bisiesto. Tu abuela vino a que la apapachara por la muerte de Yayita, su vecina, amiga y casi hermana.

Abracé a tu abuela, le dije lo que se acostumbra en esos casos. Ella lloró unos minutos.

─Lo peor es que murió y yo no estuve a su lado; todo por andar en Zacatecas, en una salida con jubilados ─dijo entre llanto y suspiros.

─Pero estuvieron sus familiares, ¿no?

─Sí, eso creo. A Yayita y a sus hijos, ahora unos hombres, no los veía desde que se fueron a vivir a Puebla.

─ ¿Dónde murió ella?

─Acá, en Querétaro. Pidió que la trajeran a su casa de siempre… ¡Y yo visitando museos, mientras ella moría!

La apreté contra mi pecho. Limpié sus ojos. Le ofrecí café, me dijo que no, que prefería un tequila. Se lo serví. Luego otro.

Ya más relajada y lubricada la lengua con la bebida, me contó que estuvo en la funeraria de varias capillas ardientes. Que asistió a la misa de cuerpo presente ofrecida ahí mismo, en un altar muy bien dispuesto, con muchos de negro y oliendo a perfumes caros. No fue hasta cuando el padre que oficiaba dijo: «Roguemos a Dios por el alma de nuestro hermano…» cuando tu abuela reparó en que estaba en el funeral equivocado.

—¿Hermano?, no mamen, —dijo, y salió rápidamente.

Preguntó en la Administración. Le dieron Norte y pudo llegar a la capilla ardiente donde estaba Yayita, su amiga, su hermana.

Después de eso, rio un poco por el equívoco. Luego se quedó dormida en el sillón. Yo puse música baja, el concierto Número 21, Mozart, mi favorito, nuestro, tuyo y mío, ¿lo recuerdas?

Cuando abuela despertó, se despidió. Antes de salir me dijo:

—Si vas a morir en diciembre, deberías ir a ver cómo son los funerales, para que sepas.

—Te agradezco el consejo —respondí.

Y se fue. Tomé y leí el papelillo que con Cayena me había enviado el maestro, el que sigue acentuando la palabra solo sin que le importe lo que diga la Academia. Quería hablar conmigo.

 

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Jaime González Crispín es profesor, por la Escuela Normal de Durango, con grado de Iicenciatura. También estudió en el Taller de Escritura Narrativa, en la Universidad Juárez del Estado de Durango y en el Taller Levriano de Escritura, Querétaro. Ha publicado los libros de cuentos Matemos al curaAlambre de Púas y Trece veces por minuto. Están inéditos sus novelas Eva Gorrión, o la monja que mató a su hermana y Casi quince, además de su libro de cuentos El mal samaritano.

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