Día de Muertos. Almudena Cosgaya

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Dintel de Almudena

 

Día de Muertos

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

En un rincón de México, un pequeño pueblo rodeado de colores y tradiciones, la celebración del Día de los Muertos estaba en pleno apogeo. Las calles se llenaban de alegría, con ofrendas de cempasúchil y pan de muerto, calacas de papel y música que llenaba el aire de nostalgia y recuerdos.

Pero este año, algo extraordinario estaba a punto de ocurrir. En medio de la efervescencia de la festividad, Elena despertó confundida y aturdida. No recordaba nada y en silencio miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en un oscuro callejón. Se puso de pie siéndose tan ligera que lo había logrado al primer intento. Una sonrisa se dibujó en sus labios y entonces escucho la celebración.

Mientras deambulaba por las calles empedradas, Elena cruzó su camino con un niño llamado Diego. Los ojos del muchachito estaban llenos de lágrimas y miedo: había perdido a sus padres en medio de la multitud festiva y no podía encontrarlos por ningún lado.

Elena, a pesar de su propia confusión y desamparo, sintió una conexión inmediata con el niño, pero cuando quiso hablarle se dio cuenta que no salía sonido de su boca. Ahora no importaba este detalle, ya lo arreglaría más tarde. Con una sonrisa decidió ayudar a Diego en su búsqueda, aunque no sabía cómo. Al principio, sus intentos de interactuar con él fueron en vano, pero entonces una idea surgió en su mente. Miró a Diego y, con todas sus fuerzas, pensó en el deseo de ayudarlo. Sorprendentemente, Diego pareció entender lo que decía y aunque era raro ninguno de los dos pareció espantarse.

Durante la noche, Elena se convirtió en la guía de Diego a través del pueblo y del mundo de los espíritus, una dimensión paralela que se manifestaba en el Día de los Muertos y donde por una extraña razón ambos se encontraban ahí. Juntos exploraron este reino mágico lleno de ofrendas, calacas y velas encendidas. Elena descubrió que tenía la capacidad de comunicarse con otros espíritus que vagaban por ese lugar y pudo obtener información valiosa.

Cada encuentro en ese mundo de ensueño era una lección. Elena y Diego se enfrentaron a desafíos enigmáticos y se encontraron con espíritus amigables que compartieron sus historias y experiencias. Diego, a pesar de su corta edad, mostró una asombrosa sabiduría mientras escuchaba las historias de los espíritus y comprendía la importancia de honrar a los seres queridos. Elena, por su parte, descubrió que las apariencias engañan y que la belleza no siempre está relacionada con la luz, además de comprender la importancia de incluir flores de cempasúchil en las ofrendas. Es el vínculo entre la vida y la muerte.

Conforme avanzaba la noche, el tiempo se agotaba. La conexión entre el mundo de los vivos y de los muertos, estaba vinculada al Día de Muertos, y el amanecer se acercaba rápidamente. Sabía que debía ayudar a Diego a encontrar a sus padres antes de que la celebración terminara y su oportunidad de salir de ese reino se desvaneciera.

Un aroma dulce y penetrante aclaro sus mentes, era el cempasúchil. La esencia actuaba como una guía espiritual para las almas, ayudándoles a encontrar su camino de regreso a la tierra de los vivos. Pronto estuvieron en el Camposanto, donde su búsqueda final los llevó a un mausoleo en medio del cementerio del pueblo. Allí Diego encontró a sus padres, descansando en paz junto a sus antepasados. Las lágrimas de felicidad llenaron los ojos de Diego mientras se reunía con su familia.

Con una sonrisa entremezclada con un nudo en la garganta, Diego se despidió de Elena, sin tener idea de si volvería a verla. Mientras el sol comenzaba a iluminar el horizonte, Elena, exhausta, decidió descansar sobre una tumba. En ese instante, una mano tocó su hombro, y al girarse encontró con una mujer de una belleza sobrenatural. Vestía un elegante traje de catrina, y su maquillaje resaltaba sus facciones con una calidez inusual. La misteriosa mujer le sonrió y habló con una voz melodiosa.

―Dulce niña, es hora de ir a descansar.

Elena se puso de pie, sorprendida al escuchar su propia voz. Miró al horizonte que se llenaba de colores dorados y rosados y sus ojos se llenaron de asombro. «Es hermoso», dijo en voz alta, sorprendiéndose aún más al oír sus propias palabras. La mujer a su lado le sonrió, y juntas se desvanecieron lentamente con los primeros rayos de sol.

El Camino de las Almas, la conexión entre los vivos y los muertos, se desplegó ante ella. A medida que se desvanecía, sintió una paz profunda que había estado buscando desde que despertó en ese mundo extraño. Finalmente entendió que su propósito era ayudar a otros a encontrar la paz, y al hacerlo, había encontrado la suya propia.

Y tú, ¿Estas listo para el día de los muertos?

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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