Divertimento: Un cuento de hadas. Lilvia Soto

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Divertimento: Un cuento de hadas

 

 

Por Lilvia Soto

 

 

Para Robert Irwin

 

 

De desus ot un mireor

iluec poent tres bien veor

quant l’an les vendra aseor

ou fust par mer ou fust par terre

bien veoit an el mireor

qui ert asis desus la tor

lor enemis vers aus venir

donc se pouvoient bien garnir

aparoillier aus a deffandre

n’erent legier pas a sorprendre.

– J.J. Salverda de Grave,

Eneas, roman du XIIe siècle, adaptation normande de Virgile

 

 

 

En los tiempos de conflicto, en un lugar llamado Abundancia, vive un soberano que de noche se pasea por su palacio preocupado por sus vecinos del sur. Cuando por fin se acuesta, es solo para dar vueltas en la cama y en la mañana sus ojeras revelan a sus consejeros que no ha podido conciliar el sueño. Tras meses de insomnio y con su túnica colgándole como agua de río, no puede ya atender los asuntos de estado y es indiferente a los más simples placeres. Por fin, una mañana de invierno decide preguntar al Gran Brujo quien, después de escuchar sus premoniciones, decide consultar al Espíritu del Espejo. Tres días más tarde dice:

―Construye un muro en los confines de tu reino.

―¿Un muro? pregunta el Rey. Pero la frontera sur es larga y arduo el terreno.

―2000 millas ―añade la primera ministra.

―¿Cómo podríamos? Ni el Emperador de la China…

―Es la única manera. El Espejo así lo ordena. Manda a tus más valientes soldados, tus mejores ingenieros, tus más diestros artesanos. Dales materiales. Oh, algo más, el muro debe abarcar toda la extensión de la frontera desde el Pacífico hasta el Golfo y debe además ser hermoso. Necesitas mandar al Arquitecto Real con las tropas. No le cuestiones nada. Dale lo que pida.

            El Rey John le ordena al General Nova, su soldado más leal, que organice y dirija la construcción de lo que los bufones de la corte llamarán la maravilla arquitectónica de su época. Después de meses de talar bosques, escalar montañas y cruzar desiertos, el General y Robert, el Arquitecto Real, llegan con miles de soldados, albañiles, picapedreros, carpinteros y fabricantes de espejos al último confín de la frontera sur, la orilla del mundo civilizado.

            Robert desempaca sus cuadernos, reglas, cuadrantes, plumas y pinceles, así como sus libros de fortalezas medievales, ciudades renacentistas, las pirámides de Egipto, Machu Picchu, Tenochtitlán, Mitla y Monte Albán, el Faro de Alejandría, el Coloso de Rodas y los Jardines Colgantes de Babilonia. A la mañana siguiente se encamina hacia el río. Pronto se da cuenta de que escucha cantos de pájaro que no había oído antes. La fragancia de la salvia penetra hasta sus pulmones. Más adelante el aroma se convierte en lavanda, luego en romero. La brisa de marzo que acaricia su cara lo hace sonreír. La vegetación es escasa: mezquite, tamarindo, flores silvestres, miles de flores en todos los colores del atardecer. De vez en cuando ve saguaros, ocotillo, maleza del desierto. Admirando los cerros lejanos, pierde la noción del tiempo y al respirar el aire seco y templado siente una sensación de bienestar que ya había olvidado. Decide empezar su muro en este lugar, a mitad de la frontera. Más tarde lo extenderá hasta el Pacífico y hasta el Golfo. Regresa al campamento cansado y repleto de ideas. Disfruta de un delicioso almuerzo de pollo salteado, que más tarde descubre que era serpiente, con ensalada de nopales y de jugosas tunas. Al atardecer comienza su primer plano.

            Mientras tanto, el General Nova pasa la mañana inspeccionando el territorio, contando hombres, almacenando provisiones. Se da cuenta que la construcción del muro se va a llevar años, que sus suministros no bastarán, que tendrá que plantar cosechas para el invierno.

Al día siguiente, mostrándole al General sus primeros planos, Robert dice que el muro debe seguir el camino del río y estar hecho de flores. El General piensa que ha oído mal, pero Robert repite y amplía sus ideas. La mejor protección contra cualquier invasión será un jardín de dos mil millas en el que los árboles y los arbustos más resistentes y las flores más bellas y exóticas florecerán en una siempre cambiante estación de color y canto, las flores atraerán a los pájaros y a las mariposas de todo el continente.

―Pero esto es el desierto y las flores no son impenetrables.

―Nosotros crearemos el hábitat, que a su vez alterará el clima para que las diversas secciones del jardín florezcan el año entero. Será la mejor protección. Se lo aseguro.

            El General piensa que Robert se ha vuelto loco, se pregunta si debe tomarlo prisionero y regresar al Palacio. Entonces recuerda las órdenes del Rey, debe dar a Robert lo que pida y protegerlo mientras construye el muro. El Gran Brujo le dijo que confiara en Robert, que no dudara que construiría el muro que protegería hasta los últimos rincones de su reino.

            Durante días, Robert sale de su tienda solo para comer. Por fin le entrega al General un saco de cartas que quiere que el mensajero entregue al Palacio. Explica que está pidiendo libros, cantera, árboles y semillas para construir su muro. Mientras espera que lleguen, pasa sus días recorriendo el desierto, tomando apuntes, llenando cientos de cuadernos de dibujos.

            Un día llegan del sur unos hombres, se presentan, preguntan qué hacen los recién llegados. Traen canastas llenas de frutas extrañas que les ofrecen. Las llaman mamey, guayaba, guanábana, zapote. Mientras los soldados miran con sospecha, los albañiles, carpinteros y picapedreros extienden una mano insegura y prueban la fruta. Cuando el sol explota en su boca, sonríen. Intentan repetir las palabras, pero con cada vocal sienten que en sus bocas germinan nuevas semillas de guanábana y sueltan la risa. Al día siguiente los vecinos regresan con un pan redondo y delgado que llaman tortilla y con fuentes de carne de puerco, frijoles y una salsa que llaman chile. Los obreros primero, después los soldados, prueban las nuevas ofrendas. Descubren que la salsa les quema la lengua y el paladar, pero los otros sabores les agradan.

Los vecinos llaman a los recién llegados amigos. A éstos les gusta la palabra y descubren que la pueden pronunciar mejor que guanábana o chile con carne. Al día siguiente los amigos llegan con guajes de un líquido que beben con jugo de limón. Lo llaman tequila. A los obreros les gusta el sabor. Después de un par de vasos, los sureños empiezan a tocar sus guitarras y enseñan a sus amigos Cielito lindo. Esa noche todos cantan, lloran, se abrazan.

            Al pasar los días, los vecinos les enseñan a construir casas de adobe, les ayudan a plantar maíz, tomate, chile, frijol. Semilla tras semilla y vocal tras vocal, cada uno aprende el idioma del otro. Cuando terminan su primera casa, festejan. Los del norte llevan whisky, los del sur, tequila. Los del norte tocan sus violines, banjos, acordeones, los del sur, sus marimbas y maracas. Los del sur bailan con sus mujeres, sus amigos, con sus hermanas.

            Después de algunos meses, el mensajero regresa con cientos de hombres y carretas llenas de cantera, árboles, azadones y las semillas de cientos de diferentes plantas y flores, así como libros sobre horticultura, ornitología y entomología para Robert. También lleva comidas y medicinas para el General y sacos de correo para los hombres. Sus madres y novias les cuentan lo que dicen en la Corte acerca de los extraños pedidos de Robert.

            El mensajero se sorprende con los cambios que encuentra al regresar, las casas de adobe, los campos sembrados, las comidas que preparan los cocineros, las amistades con los vecinos, las canciones en lengua extraña, las sonrisas de los que se han enamorado de las hermanas de sus vecinos. No sabe qué es exactamente, pero presiente un aire subversivo en el campamento.

            Robert espera ansioso el nuevo día para empezar el muro que ya ha terminado en su imaginación. Durante los meses de espera ha observado la danza de la luz en el río, en los cañones, en los cerros, y en la vegetación a diferentes horas del día durante la época de lluvias y a través de las otras estaciones. Ha estudiado las épocas de celo y los llamados de apareamiento del coyote, el jabalí y la víbora de cascabel. Sabe cuáles zacates vibran en plena temporada y desaparecen, cuáles mantienen la gracia de su penacho aun al secarse. Se ha dado cuenta que uno de los vecinos ha aprendido el inglés con facilidad y conoce bien la flora y la fauna de toda la región. Cuando llegan los suministros, le pide a Ricardo Naranjo que sea su ayudante.

Al amanecer, ordena a sus capataces que organicen a sus cuadrillas y que comiencen a mover las piedras y rocas a los lugares que ha indicado en sus mapas. El centro de esta sección del muro será un riachuelo borboteante. Quiere que el agua baje de la cima del cerro como un riachuelo bordeado de piedras y rocas para aumentar el sonido de su gorgoteo. Al pie construirá un dique para crear un cuenco que reciba el agua. En el centro habrá tres círculos cortados de flores rosa, morado y bugambilia, o amarillo, naranja y rojo. Las especies variarán con las estaciones y las plantas vivirán en macetas semicirculares para formar el núcleo y para que las flores parezcan flotar sobre el agua. El resto del estanque será un espejo líquido.

Cuando lo terminan, los hombres se sienten fascinados con el paisaje siempre cambiante que refleja el espejo. Durante el día se miran y miran a sus amigos y los domingos pasan horas admirando el cielo brillante y las nubes danzantes. Las estrellas convierten el estanque en espejo del alma de los amantes.

Robert y Naranjo discuten la ubicación de las rocas. El mensajero llegó con rocas de Montana, granito rojo de Dakota del Sur, losas de arenisca de Tennessee para los caminos y granito descompuesto para las terrazas, madera de teca para los puentes, pérgolas y bancos, pino para las espalderas de las bugambilias y bronce para los pasamanos y resumideros. Naranjo lo convence que use mezquite para los puentes y hierro forjado para los pasamanos.

Durante meses los hombres esparcen grava, colocan losas de arenisca, clavan enrejados, cavan hoyos, hacen lagos, construyen terrazas y fuentes. Los amigos ofrecen su ayuda. A Robert le da gusto descubrir que son buenos artesanos. Después de un tiempo llegan otras gentes del sur y son bienvenidas. Durante el día trabajan, por la noche cantan y bailan.

Primero plantan los árboles, naranjo, limonero, nogal, mezquite, mirto, granada, después, arbustos y enredaderas; finalmente, las flores, bugambilia, madreselva, salvia, mimosa, lilo. En la primavera aparecen los colibríes en el almez, bajan a la madreselva, a los áloes en flor. A los jilgueros les encantan la caléndula y el girasol. Los pajarillos de cabeza amarilla hacen sus nidos en el palo verde. Las mariposas son las últimas en llegar, cubren el jardín.

            Con los nuevos inmigrantes llegan mimos, cuentacuentos, magos, malabaristas, tragafuegos, titiriteros, poetas, gitanas con filtros de amor, jóvenes que hacen ángeles de paja, mujeres que hilan rebozos, hombres que soplan unicornios de vidrio. Algunos labran criaturas mitológicas que llaman alebrijes, otros montan sus tornos de alfarero y hacen fuentes y pilas para pájaro. Hay mujeres que preparan sensuales salsas oscuras, dulces ligeros como el aliento, bebidas intoxicantes. Una vieja muy vieja pasa sus días haciendo pescaditos de oro, sus noches derritiéndolos. No los vende, no los regala. Le dicen Úrsula.

            El desierto toma un aire de peregrinaje medieval, de carnaval de cuaresma. Se respira una delirante vida. Los soldados y albañiles se enamoran de las hermanas de sus amigos. Se celebran bodas, nace la primera niña, de ojos verdes, piel de trigo. Le ponen Aura.

Robert y Naranjo se van a construir la siguiente sección del muro, confiados en que dejan una frontera segura y hermosa, pues con los nuevos lazos familiares y las florecientes amistades, el Rey John no tendrá nunca motivo para temer una invasión del sur.

 

 

 

Lilvia Soto nació en Nuevo Casas Grandes, emigró a Estados Unidos a los 15 años, reside en Philadelphia, Pennsylvania. Tiene un doctorado en lengua y literatura hispánica de Stonybrook University en Long Island, Nueva York. Ha enseñado literatura y creación literaria en Harvard y en otras universidades norteamericanas. Fue cofundadora y directora de La Casa Latina: The University of Pennsylvania Center for Hispanic Excellence. Fue directora residente de un programa de estudios en el extranjero de las universidades Cornell, Michigan y Pennsylvania en Sevilla, España.

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