La bedel. Almudena Cosgaya

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Dintel de Almudena

 

La bedel

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

La oficina, una entre las muchas que conformaban el corazón de la vasta urbe, nunca se entregaba por completo al abrazo del sueño. Aun cuando los pasos del último trasnochador se desvanecían y las luces cedían su brillo, una sombra insobornable persistía en el rincón más recóndito, una entidad expectante que aguardaba pacientemente su momento. La oscuridad, cómplice oculta tras los muros, parecía tejida con hilos de inquietud, como si una presencia inefable la habitara. Todos estaban familiarizados con la coreografía ritual de la limpieza, pero en la forma en que Malibe, la guardiana de la pulcritud, ejecutaba sus tareas, yacía un misterio, un eco de secretos en cada pasada del trapo humedecido.

Cada noche, cuando el edificio quedaba sepultado en el silencio, Malibe deslizaba su figura a través del umbral portando un carrito de suministros que se convertía en un desfile lúgubre de parafernalia siniestra. Su semblante aparentemente inofensivo y su sonrisa, que hubiera engañado incluso al más desconfiado, velaban tras de sí un enigma que se enroscaba como una serpiente en el núcleo de su ser. Mientras la aspiradora ululaba y el trapo acariciaba las superficies enmohecidas, ejecutaba una coreografía adicional, un ritual enmascarado por su precisión milimétrica, como las mecánicas y frías manos de la Parca hilando el destino de los mortales.

La danza adquiría tintes de perturbadora solemnidad a los ojos del Programador de Algoritmos y Variables en Estructuras de la Lógica; aquel cuyo nombre de pila era sencillamente Pedro, una designación que se deslizaba de un murmullo a otro. Un intento deliberado de ocultar su verdadero ser bajo la capa fina de ser un mero vigilante de seguridad, quien a cada caída de la noche se volvía el custodio solitario de las miradas proyectadas desde las cámaras de seguridad, volviéndose un testigo silencioso del ritual oculto por Malibe. Sus ojos fijos, como los de un cuervo que divisa el desenlace, seguían los pasos meticulosos de la afanadora.

Malibe sacrificaba horas de sueño para internarse en los pliegues de la oficina buscando algo más que migajas de pan o manchas de café. Fue en una lúgubre noche cuando halló la puerta oculta, un pasaje insospechado que desembocó en recovecos inexplorados del edificio. Estos eran sitios escondidos que habían eludido la atención de la mayoría de los empleados, rincones que nunca debieron ser descubiertos.

Allí, en las sombras donde la luz no osaba tocar, Malibe ejecutaba actos insólitos. Con herramientas meticulosamente seleccionadas dibujaba símbolos en las paredes y encendía velas en patrones insondables. Murmullos de palabras en una lengua profana llenaban el aire, y un escalofrío gélido se apoderaba de su ser.

Nadie se atrevía a sospechar los verdaderos propósitos de Malibe, excepto aquellos que esporádicamente atrapaban un destello de luz bajo una puerta cerrada con llave o percibían un susurro fugaz en los pasillos desiertos o incluso olores de inciensos poco conocidos. Las conjeturas se susurraban entre dientes, algunos murmuraban que la oficina estaba bajo el yugo de una maldición, otros preferían mantener el silencio, incapaces de encarar la verdadera oscuridad.

Pero la oscuridad de Malibe era mucho más siniestra y se volvía fuerte día tras día. Había descubierto que la oficina era el epicentro de una energía arcaica y maligna, una energía que cedía ante rituales viejos, capaces de desencadenar cataclismos insospechados. Cada trazo de su escoba y cada gesto de sus manos reverberaban con una magia perturbadora, una magia que trascendía la comprensión humana. Pronto Malibe se hizo poderosa, no había nadie que no cayera de cabeza a sus pies.

Con el paso de los días, las noches de limpieza se tornaron cada vez más intricadas y los rituales más temerarios. Malibe ansiaba el poder que fluía a través de ella, aunque la línea entre control y caos comenzaba a esfumarse, como sombras cerniéndose sobre la razón. La oficina comenzó a mutar, las paredes latían con una presencia oculta y los susurros se tornaron una sinfonía ominosa.

Malibe ya no aguardaba pacientemente en las garras de la penumbra. En los intervalos de su descanso se replegaba en su sancta sanctorum, el cuarto de limpieza, para emprender sus artimañas. Sin embargo, en medio de un rito desafiante, algo torció su trayectoria de forma irremediable. Las luces, comenzaron a parpadear como corazones inquietos y las sombras, como si hubieran cobrado conciencia propia, se revolvieron en una danza inquietante. Malibe luchó contra el crescendo del vendaval sobrenatural, sus manos extendiéndose como barreras contra la marea, pero la magia que ella misma había convocado mostró sus garras rebeldes. Una entidad oscura, nacida de las mismas profundidades abisales que había invocado emergió como un titán sediento de libertad.

El aire vibró con una disonancia aguda mientras la oficina se retorcía en agonía, sus paredes gemían como almas en pena y los muebles parecían haber cobrado vida propia en su frenesí distorsionado. Un pandemonio sin forma se extendió por el espacio antes ordenado, y Malibe se vio arrastrada hacia el epicentro de esta marea de oscuridad desbocada. Ella quedó atrapada en el ojo del huracán de tinieblas, su figura frágil fue como un insecto atrapado en un torbellino cósmico. Su mundo se desgarró, y en ese vórtice de caos y sombras, los límites de la realidad se difuminaron, y todo lo que había sido sólido se volvió ilusorio.

Y en ese punto crítico, donde el horror y la fascinación se entrelazan en un abrazo sobrenatural, este relato se desvanece, dejando una prueba de que en la oficina aún sigue el suspiro de Malibe y que aun Pedro intenta hacerla volver.

Mientras lees estas palabras, el hilo del misterio continúa sin resolverse, te encuentras en el umbral de un enigma que parece no tener fin. Tu curiosidad se aviva, tu deseo de adentrarte en los entresijos de esta historia crece, y te encuentras anhelando más, deseando con fervor descubrir qué destino caprichoso, cruel o maravilloso, que aguarda a Malibe en las fauces de esa oscuridad insondable. ¿Acaso logrará Pedro liberarla? ¿Qué secretos ocultos y aterradores yacen en los dominios prohibidos de esa oficina? La respuesta, estimado lector, permanece suspendida en la bruma de lo desconocido, esperando a ser desvelada por aquellos lo suficientemente valientes o muy tontos para adentrarse en las sombras.

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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