El récord. Jaime González Crispín

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julio de Jaime

El récord

 

 

Por Jaime González Crispín

 

 

En un pueblo español, la gente se reunió con un objetivo: Romper el récord de “Tirar el mayor número de fichas de dominó” en ese juego llamado Efecto dominó.

Autoridades de todos los niveles, radio, tv, prensa, internet, se unieron con el mismo propósito. En el pueblo no se hablaba de otra cosa. En el café, la tienda, el súper, la escuela, en todos lados. La gente estaba convencida de romper el récord.

La sede: el Auditorio del Pueblo, que no solo fue remozado, sino que dentro se colocaron tantas mesas, tablas, alfombras lisas, tapetes e implementos tales que hicieran del acomodo de los miles de fichas no solo un evento para romper el récord, sino algo que maravillara al ojo humano, con movimiento, color y música. Todos coordinados por uno que decía saber del asunto. Las gentes no solo cedieron su dominó personal, sino que hasta cooperaron para tener más, más, miles y miles de fichas.

Los alumnos de las escuelas dedicaron su tiempo para el acomodo de una y otra y otra ficha, con el cuidado requerido y siguiendo un patrón. Los medios se encargaban de dar reportes a la comunidad, y la gente los escuchaba emocionada. Horas y horas de trabajo de estudiantes, amas de casa, obreros; todo mundo se ofrecía para acomodar fichas en aquel pretencioso juego comunitario.

Cuando el acomodo de fichas alcanzó un avance importante, se anunció una posible fecha y hora para el derribo de tanta y tanta ficha. Pocos podrían estar en el auditorio, los más lo verían a través de la televisión.

Cuando estaba todo listo, alguien reparó que en lo alto del Auditorio, por una pequeña ventana, entraba y salía, inocente y ajeno, un gorrión. A la inicial “No importa”, se agregó la preocupación de: “¡Qué tal y la avecilla vuela bajo, y con su aleteo mueve una ficha, y provoca que…!”

Alguien propuso cazarla con un rifle, pero…

Otro sugirió que, con una resortera, aunque la piedrecilla podría caer y…

¡Y si provocamos una humareda tal que haga que la avecilla salga…!

¡Quizá si traemos a un halcón, un azor, o algún depredador que la ahuyente…!

Pero apenas alguien proponía algo, otro ya estaba desechando la idea.

Mientras, el gorrión volaba por el alto entramado metálico; abajo fichas y mirones esperaban su salida.

Alguien propuso imitar el chillido de las águilas, para persuadir a la avecilla a su salida, pero no solo no funcionó, sino que otra avecilla, gorrión también, se agregó al vuelo interior.

A los locutores les dio por azuzar a los moradores contra los gorriones. Otros más los maldecían, y hasta hubo quienes empezaron a cazarlos de cualquier manera. De pronto en el pueblo hubo muchos gorriones muertos.

Al fin, una de las dos avecillas abandonó el espacio. Ahora solo quedaba una.

Con tanto barullo, el ave, tímida, comenzó a volar y volar, hasta que sucedió lo esperado. El vuelo raso del gorrión, con el aire de sus alas, movió una sección del acomodo de fichas… ¡y todo se fue al caramba!

Un ¡Ahhh!, largo se escuchó por las calles del pueblo.

Y todos salieron a cazar gorriones. ¡Cómo se atreven! ¡Malditos!

Una voz razonable les llamó la atención, les dijo que pararan, y en su lugar volvieran a acomodar las fichas.

Pararon el exterminio. Y de nuevo acomodaron las fichas.

A poco, todos festejaban haber roto el récord.

Pero nadie, o muy pocos, lamentaban haber roto la vida de cientos, miles de vidas inocentes.

 

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Jaime González Crispín es profesor, por la Escuela Normal de Durango, con grado de Iicenciatura. También estudió en el Taller de Escritura Narrativa, en la Universidad Juárez del Estado de Durango y en el Taller Levriano de Escritura, Querétaro. Ha publicado los libros de cuentos Matemos al curaAlambre de Púas y Trece veces por minuto. Están inéditos sus novelas Eva Gorrión, o la monja que mató a su hermana y Casi quince, además de su libro de cuentos El mal samaritano.

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