Javier. Jaime González Crispín

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Julio de Jaime

Javier

 

 

Por Jaime González Crispín

 

 

Javier Lado «A»

 

Los años que traté a Javier fueron suficientes para conocer sus arranques y sus inquietudes, inclusive sus tendencias de guerrillero. Javier estuvo influido por el hermano que se fue con los de la 23 de Septiembre, aquel grupo subversivo de los años setenta- ochenta.

Muchas cosas compartí con él, por nuestra amistad.

Una vez, lo recuerdo ahora y por eso lo escribo, fuimos, Javier y yo, en la camioneta que le prestaba la hermana, a un día de campo al río. Llevamos comida para comer, bebida para beber y chicas para acariciar.

Antes y durante el viaje, Javier nos jodió conque no ensuciáramos nada en la camioneta. Y una vez, y otra, y veinte, nos lo repitió. Apenas llegamos al paraje, bajo los álamos y cerca del río, nos lo dijo otras tantas.

La tarde se hizo madura entre beber, comer y bailar. La música venía del auto estéreo.

Ya tarde, con varias cervezas en la cabeza, Javier descubrió una mancha de salsa sobre el asiento de la camioneta. Se encabronó y nos gritó pendejos muchas veces.

Ahora era cosa de lavar la tela del asiento. Pero no había jabón, por supuesto. Ni una franela. Agua sí, la del río.

Buscó por todos lados de la cabina, y nada de trapo.

Sin dejar de insultarnos, buscó y buscó un lienzo, algo que ayudara a sacar la mancha.

Las chicas se acercaron a donde él despotricaba.

Una a una se retiraron los calzones y se los arrojaron a la cara.

—Cómo bien chingas, puto —le gritó una.

—Y si necesitas más, nos quitamos el brasier, pendejo.

Javier dejó de manotear.

Sereno, tomó las prendas y la regresó, cada una, a su dueña.

Procedió a quitarse las botas, luego los calcetines. Con ellos procedió a lavar la mancha. Los demás, acomedidos, ayudamos en la tarea. Para entonces, Javier había cambiado ya su cara y genio de perro.

 

 

Javier Lado «B»

 

Dejé de ver a Javier semanas después de su boda intempestiva con una chica de su pueblo, dejando de lado los largos amores que tuvo con Brenda, su novia de siempre. Supe que estuvo muy enfermo por cosas de la anemia. Por otros supe que se fue al D. F., no sé a qué. Se fue con todo y mujer. Por otros me di cuenta de que la mujer tuvo una niña. Después, nada. Solo nos perdimos.

Muchos años después me encontré a un primo de él, en Torreón. Nos saludamos.

Pregunté:

—¿Y Javier?

—No sé, creo que se fue al De Efe.

—¿Se fue a la guerrilla?

—No sé.

—No me quieres decir.

—No, es solo que no lo sé.

—Está bien, entiendo.

—Javier cometió un error.

—Irse al De Efe o meterse a la guerrilla no es ningún error.

—No, hablo de otro error.

—¿Cuál?

—Javier mató a un hombre.

—¡Ay, wey! ¿cómo?

—Sí. A tiros. Lo peor fue que ese hombre era su tío, hermano de su mamá.

 

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Jaime González Crispín es profesor, por la Escuela Normal de Durango, con grado de Iicenciatura. También estudió en el Taller de Escritura Narrativa, en la Universidad Juárez del Estado de Durango y en el Taller Levriano de Escritura, Querétaro. Ha publicado los libros de cuentos Matemos al curaAlambre de Púas y Trece veces por minuto. Están inéditos sus novelas Eva Gorrión, o la monja que mató a su hermana y Casi quince, además de su libro de cuentos El mal samaritano.

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