Mirar con desdén la desventura… Gustavo Hirales Morán

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Mirar con desdén la desventura…

 

 

Por Gustavo Hirales Morán

 

 

Me dice Vlady que Serge

tenía unas manos hermosas,

como de pianista,

y que fue agente del Komitern

(única y breve temporada de bienestar,

pues pasó por la vida atado a una

pobreza interminable, a una pobreza

sin final).

 

Murió de un ataque al corazón,

en alguna calle anónima de una

Ciudad de México

entonces todavía transparente

y ya cubierta por

la ocre hojarasca del otoño,

y dos días después Vlady fue llamado

para que identificara el cuerpo

de su padre,

en una maloliente comisaría,

y encontró a Serge tendido en una mesa,

en una plancha mejor dicho

de cemento,

y lo primero que el hijo vio

fue la vieja seña de identidad

de su aguerrido padre,

la imagen de la eterna pobreza:

los zapatos rotos,

reducidos a hilachos, del viejo

bolchevique, traicionado, perseguido,

defenestrado por Stalin y su ejército

de matones y corifeos

(desarrapado, desnutrido, cada vez más

aquejado de angina de pecho

—que empeoró a causa

de la altura de la ciudad—,

sufrió un infarto en la calle,

solo, a altas horas de la noche,

llamó a un taxi y apenas

le alcanzó el aliento para morir,

para irse muriendo en el asiento trasero,

escribió Susan Sontag

muchos años después).

 

Y aquella inteligencia, ¿no lo amargaba?

le preguntó el viejo y un tanto cínico escritor.

 

Aquella inteligencia –musitó Vlady–

le servía para ir con los demás…

“No tuvo nunca un gesto de amargura”.

 

Que era un hombre silencioso

pero siempre dispuesto a una buena

y cálida conversación,

amigo de Kazantzakis y de Panait Istrati

(si entienden lo que quiero decir),

un hombre que discutió

de tú a tú con Bujarin y con Gramsci,

y que al final vivía

de lo que le reunían sus amigos,

alguna colaboración que alguien le pagaba,

siempre en íntima familiaridad

con la penuria…

 

Mira Ricardo Garibay una foto

donde el veterano militante llora,

y escribe:

“probablemente el lector

estará de acuerdo en que,

entre lo que más nos conmueve,

está el ver llorar a un hombre

que parece hecho para mirar

casi con desdén la desventura”…

 

A partir de una vieja columna de Ricardo Garibay (en Proceso, allá por 1990)

sobre la suerte y muerte de Víctor Serge.

 

 

 

 

Gustavo Hirales Morán, escritor mexicano, ha publicado La Liga 23 de Septiembre, orígenes y naufragioMemoria de la guerra de los justos, El complot de Aburto, Camino a Acteal, Chiapas, otra mirada y Siempre de nuevo. Escribe también periodismo en El Nacional y Unomásuno, Nexos y Etcétera.

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