Artesanos del destino. Jaime Chavira Ornelas

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Foto Pedro Chacón

Artesanos del destino

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

El viento está de mal genio, su fuerza hace que Pancho tenga que ajustar más el cordón de su sombrero para que no salga volando. Le grita a Juan que no lleve el paso tan apurado y aquel solo le hace una seña con el brazo y le grita que le apure. Son vendedores de vasijas de barro negro, viajeros que duran meses fuera de casa, en su afán por darle una mejor vida a su familia, ahora ya en el norte donde el clima es más extremoso y la gente más arisca, pero hay que terminar la ruta y ya solo falta ir a Ciudad Juárez.

A Pancho ya le pesa cargar la mercancía; a sus 48 años y 35 recorriendo la ruta, los huesos que a veces rechinan, la carne cada vez más correosa y callos hasta en el pelo, su cuerpo le avisa que algo ya no está bien, pero no le pone atención al aviso, sigue caminando por la ajetreada avenida y resuella para agarrar fuerza, piensa en su esposa e hijos y se le olvidan las dolencias. En cambio Juan, con sus apenas 17 años, camina como si no llevara cargando nada, es un joven con muchas ilusiones y planes para él y su esposa Martha, pronto llegara el primer hijo y tienen que estar preparados.

Por fin llegan a la esquina que el patrón les había apartado para que exhiban la mercancía: macetas, vasijas de varios tamaños, figuras de diferentes animales, jarros y jarrones. Más tarde llegará el camión con más mercancía, pero Pancho y Juan aprovechan cada minuto, pues el tiempo vuela y quieren vender hasta el último jarrito. Es artesanía de gran calidad, la elaboración es en Coyotepec en el estado de Oaxaca, con técnicas ancestrales por generaciones; Pancho y Juan pertenecen a esas familias.

Ya que instalaron la mercancía ahora solo queda esperar.

De pronto, una ráfaga de viento provoca que salgan volando algunos jarritos y los animales más pequeños, Pancho sale corriendo para recogerlos, mientras Juan protege lo que puede, Pancho regresa con tres piezas quebradas y las demás en su jorongo, el viento sigue de mal genio y tal parece que tendrán que lidiar con eso, solo guardan lo dañado y cruzan miradas de coraje y frustración; pasa el tiempo y nadie pregunta, ni se para.

Le pregunta Juan a Pancho que si trae algo de comer y este responde que no. El día sigue su inevitable curso y no han vendido nada, de nuevo otra ráfaga fuerte de viento y de nuevo más mercancía sale rodando por la calle, esta vez no tienen la oportunidad de ir por ella pues están pasando los carros y se lleva algunas vasijas entre las ruedas, solo ven cómo quedan los pedazos en el pavimento. Juan le dice a Pancho que sería mejor juntar todo y esperar el camión para cargar, Pancho le dice que está bien.

Pasan las horas y ya empieza a obscurecer, ninguno dice nada, solo sentados en la banqueta, las tripas les piden alimento, pero no tienen nada, Juan le pide dinero a Pancho, pero él dice que no trae ni quinto, hay que esperar al patrón, es lo único que les queda. De pronto se estaciona un carro y baja una pareja joven, “¿cuánto valen los jarrones esos?” les preguntan, “los chicos 65, los medianos 95 y los más grandes 140” responde Pancho, “¿y los macetones grandes?” “esos 250”, a lo que la mujer le pregunta “¿van a estar aquí mañana?” “sí, desde las 9 am”, “bueno gracias, mañana venimos”, y se van tan rápido como llegaron. Por fin llega el patrón, cargan todo y los lleva a una fonda cercana a cenar, regresan y acomodan sus cobijas para dormir adentro del camión.

El ruido típico de la ciudad despertó a Pancho y Juan, doblaron sus cobijas, se lavan la cara y manos, van a una tienda cercana y compran pan y refrescos, luego descargan la mercancía y la acomodan para la venta, el día está con mejor clima y sienten que hoy sí venderán.

Pancho se sienta en la banqueta y piensa en su familia, hace ya tres meses que no los ve. A su esposa Sara la conoció cuando él tenía 14 años y ella 12 fue amor a primera vista, sus 3 hijos José, Jacinto y Lupe, todos están estudiando; recuerda a sus abuelos don Melchor y doña Petra, padres de su papá (ya los tres muertos); ellos le enseñaron a trabajar el barro. Recuerda a todos sus parientes, recuerda también todo el sufrimiento, el hambre y las humillaciones, pero siguieron moldeando el barro, ese barro de donde nacieron todas su costumbres y tradiciones, barro que moldeó la historia de su raza, una raza olvidada y suprimida, de huaraches y taparrabo, de lengua ancestral y que los demás solo ven un indio pata rajada. Siente pena y vergüenza porque sus hijos ya no quieren moldear el barro, ese barro negro como su piel quemada y agrietada, ese barro que habla y piensa como sus ancestros, ese barro que se transforma en lo que quiere, y da la tortilla, el atole, la mazorca, el zarape y el chal, recuerda también la bella sierra de Oaxaca, cuando apenas era un niño y corría libre por los cerros arriando las diez chivas de su padre, ahora aquí entre el cemento y el pavimento solo le queda esperar y dejar sus recuerdos escondidos en el barro negro.

Juan por su parte solo piensa en su joven esposa Martha y el bebé que ella lleva dentro, le llama todos los días y le cuenta cómo le ha ido de ventas, le manda lo poco o lo mucho que ha ganado; Juan no trabaja el barro, él compra toda su mercancía a diferentes artesanos y algunos hasta le fían, él desea en un futuro exportar a donde se pueda fuera de México, quiere vivir en la capital, Oaxaca, dice que para cuando cumpla los 21 años debe tener su bodega y mercancía lista para exportar, él no usa huaraches, se viste con ropa vaquera y sombrero. Su padre y su madre son agricultores y pequeños ganaderos, ellos son zapotecos pero hace dos generaciones se dedican a la agricultura, así que Juan quiere ser empresario, exportador de la artesanía Oaxaqueña.

Pasa ya de las diez de la mañana y no se ha parado nadie a ver o preguntar, de pronto llegan dos hombres en una troca de reciente modelo, se bajan y Pancho reconoce a uno de ellos, es el que anoche vino con una joven y quedó de regresar. Se dirigen a Pancho y le preguntan que si tiene precio de mayoreo, Pancho les dice que no, que solo son precios únicos, pero que si cuáles y cuántas son las piezas que les interesan. El hombre mayor, gordo y con cara sucia, le dice que van a ver qué les gusta. Luego de un rato los dos hombres le dicen a Pancho todo lo que les interesa comprar y le piden precio especial, lo ve con Juan y llegan a un acuerdo, empiezan a cargar todo en la troca, en total son 98 piezas. Los dos hombres rápidamente se suben a su troca y tratan de huir, pero Pancho forcejea con el más joven, Juan se une al forcejeo y el hombre mayor saca una pistola y le dispara a Pancho primero y luego a Juan.

Pancho siente el pedazo de metal ardiendo entrar al pecho, cae al suelo, solo siente el fuerte dolor y su cuerpo paralizado; el cielo está más azul que hace rato, lo ve y es un cielo claro sin una sola nube, recuerda a su esposa e hijos, a sus padres y abuelos, los ve jugando en ese cielo azul tan claro, están tan vivos, tan cerca que puede tocarlos, pero no pude levantar su mano, solo los ve y los siente, quiere decirles que los ama y los extraña, pero no pude hablar; todo es tan brillante que lo ciega, siente una paz indescriptible, ya no hay dolor.

Juan en cambio sigue de pie y gritando, ve cómo los hombres se alejan a toda velocidad llevándose la mercancía, trata de seguir de pie pero cae de rodillas y luego se golpea la cara contra el pavimento, siente un dolor intenso en el estómago, oye los gritos de la gente a su alrededor, él solo siente ese dolor que le ahoga, piensa en Martha, ve su rostro y es lo último en su cabeza.

Los dos hombres zapotecos, yacen en ese suelo ajeno, lejos de su tierra, solos, quedan tirados junto con sus sueños y esperanzas; se desangran y su sangre se junta con tanta que se ha derramado en esta ciudad ametrallada, dominada por la delincuencia y la impunidad.

Los malos aniquilando a los buenos. Pasaron los días, los meses y la avenida ya no recuerda la tragedia, la vida sigue, y tal parece que es una vida tranquila, sin novedad en el frente.

 

 

 

 

Jaime Chavira Ornelas es un sobreviviente de la desintegración familiar; estudió comunicación y manejo de negocios en el Colegio Comunitario de Maricopa en Phx. Az USA; tiene diplomados en exportación, importación y manejo de aranceles por Bancomext, también varios cursos de inteligencia emocional y lingüística. Trabajo para empresas a nivel gerencial. Actualmente es pensionado por el IMSS. Escribe cuentos cortos y poemas ácidos.

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