6. La huida… parte 2. Almudena Cosgaya

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Dintel de Almudena

  1. La huida… parte 2

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

Paola abrió la puerta de su recámara con temor, tratando de contener la ansiedad. Escudriñó de prisa la habitación, buscando aquellos objetos que debía llevar consigo. Sabía que no podía perder tiempo, pero el miedo le impedía pensar con claridad.

Afuera, el sol brillaba con intensidad, pero para Paola todo parecía sombrío y amenazador. Tomó una bolsa deportiva y comenzó a meter sus pertenencias más valiosas, tratando de ignorar las lágrimas que amenazaban con caer por sus mejillas.

Con profunda pena se armó de valor y salió de la habitación, prometiéndose a sí misma que no volvería jamás. El corazón le latía con fuerza y sus manos estaban sudorosas. Miró hacia atrás, temiendo ser seguida, pero no había nadie.

—Adiós…

Caminó a través del desolado paisaje, luchando contra los pensamientos que se enredaban en un laberinto de incertidumbre. Sin rumbo fijo, sus pasos la llevaron por senderos desconocidos y, después de un par de horas, un destello de esperanza la iluminó. Recordó la casa abandonada de sus abuelos paternos, un refugio seguro que se encontraba lejos pero que podría ofrecerle la protección que necesitaba. Con un renovado sentido de determinación, se dirigió hacia allá, sabiendo que debía llegar antes de que la oscuridad se adueñara de la noche.

A medida que se acercaba a su destino, la sensación de peligro se intensificaba. Algo dentro de ella la hacía sentir que estaba entrando en un territorio desconocido y lleno de secretos, pero no se detendría ante nada para alcanzar su objetivo.

Finalmente, llegó. Frente a Paola, una estructura imponente se alzaba majestuosa en medio del paisaje. La fachada, cubierta de una capa de polvo, era una clara señal que había estado en el abandono por años. Los ladrillos blancos, que en un tiempo fueron la marca de una vida próspera, ahora están cubiertos de musgo. La gran puerta de madera, que una vez fue el orgullo de la casa, ahora está desgastada y descolorida, con los goznes oxidados y las bisagras que crujen con cada movimiento.

En el jardín ya no hay rastro de los bellos rosales de su abuela, ahora solo crece mala hierba y la vegetación salvaje ha tomado el control, devorando el césped y cubriendo casi todo el suelo. La valla que rodea la propiedad estaba inclinada y en varios lugares rota, ofreciendo una entrada fácil a cualquiera que quisiera entrar.

A pesar de su estado de abandono, hay algo en la casa que atrae a Paola. Tal vez sea el recuerdo de tiempos mejores, o la sensación de seguridad que siente al acercarse a ella, pero sabe que esta casa es su refugio, su último recurso en un mundo que parece haberse vuelto en su contra.

“He vuelto… aunque no recuerdo por qué dejamos de venir”, se dijo Paola.

Mientras se acercaba a la casa con precaución, su corazón latía con fuerza. Llegó ante la gran puerta de madera, la empujó con suavidad, pero se resistía; nuevamente lo intenta con más fuerza, pero la puerta no cede. Entonces decide revisar la valla que rodea la propiedad. Encontró una sección rota, dejó su bolsa deportiva afuera y se deslizó a través de ella, luego con su brazo jaló su bolso. Se sacudió la ropa y comenzó a caminar por el jardín. También allí todo estaba cubierto de yerba y hojas secas.

“Recuerdo haber jugado aquí”, se dijo Paola en voz baja, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

Caminó hacia la casa, notando que las ventanas estaban cubiertas con tablones y las persianas estaban cerradas. Sin pensarlo dos veces, comenzó a recorrer el perímetro de la casa en busca de una forma de entrar. Se detuvo frente a una ventana al nivel del piso, era del sótano, la cual estaba entreabierta. Con cuidado, empujó la ventana y se asomó adentro. Lo que vio la dejó sin aliento. La casa estaba vacía, pero aún se podía sentir la presencia de algo o alguien.

Paola se preguntó si debía entrar, pero decidió seguir adelante. Con una mano sobre su corazón, comenzó a subir por la ventana. Una vez adentro, se encontró con una habitación vacía y polvorienta, pero con una sensación de familiaridad.

Se dirigió hacia las escaleras que conducían al primer piso, con el corazón acelerado y los sentidos alerta, preparada para lo que pudiera encontrar. La oscuridad se adueñaba de la casa, y solo el débil resplandor del sol que se filtraba a través de las ventanas rotas iluminaba su camino. Con cada paso, el viento gemía a través de las vigas del techo y las tablas del piso crujían bajo sus pies.

“Esto es una locura”, pensó, mientras se preguntaba si había tomado la decisión correcta.

 

Continuará.

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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