El vecindario. Jaime Chavira Ornelas

Foto Pedro Chacón

El vecindario

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

Ella se acercó a la ventana y corrió ligeramente la cortina, afuera se veía el sicomoro, las enredaderas, el naranjo y la higuera en aparente calma; más allá las rejas negras, la calle y la casa de los Marrufo, enseguida la casa de Lolita Sisniega, una anciana con demencia senil y cuatro escandalosos perros. Luego, la casa de don Liborio Rodríguez, otro anciano viudo que vivía solo con ocho gatos.

Cerró la cortina y se convenció de que todo estaba en calma, los ruidos que había oído no representaban ninguna amenaza. Se sentó de nuevo en el sofá y siguió tejiendo la bufanda que regalaría a su nieta Refugio en Navidad. Conforme tejía, los recuerdos venían a la mente como cascada y no lograba detener alguno, pues caían al vacío llevándoselos el caudaloso río del olvido. Sigo tejiendo y de nuevo escuchó el mismo ruido de antes, tiró a un lado el tejido y de nuevo se asomó por la ventana; esta vez se fijó en la casa de los Marrufo: entre los arbustos y los viejos sauces de podía distinguir una silueta humana que se movía de un lado a otro con algo que cargaba de su mano derecha.

La penumbra del atardecer llegaba y esa figura le inquietó de gran manera, trató de identificarla, pero con su vista, aun con los anteojos puestos, le era imposible saber quién a esa hora rondaba la casa de los Marrufo. Corrió más la cortina y ni así pudo ver mejor.

La figura se agachaba una y otra vez como un pájaro en un alambre, trataba de ver si había alguien dentro de la casa. En uno de sus movimientos volteo sobre su hombro y vio la casa de enfrente, donde alguien lo miraba atentamente por la ventana. Ella se fijó que la figura se dio cuenta de que ella estaba viendo todos sus movimientos sin perder detalle.

Roberta vivía en ese caserón toda su vida, allí nació, creció, vio a sus padres morir y a sus dos hermanos y una hermana migar a diferentes partes del mundo. Ella estudió medicina, pero nunca ejerció porque tuvo que cuidar a sus padres hasta su muerte. Ahora está sola desde hace más de quince años y viviendo de la herencia de sus padres. Era una anciana solitaria, solo su sobrina Cuquita la visitaba, hija de su hermana Jacinta que vivía en Europa.

Luego de que la descubrió mirando por la ventana, la figura se detuvo y se escondió entre los sauces; se podía ver que lo que cargaba era un saco de color claro y daba la impresión de estar muy liviano. En este punto, ella se puso muy nerviosa, cerró las cortinas y se sintió angustiada, pensó en llamar a la policía, pero ¿qué diría? ¿Que alguien afuera cargaba un saco? Ni caso le harían. Tenía que descubrir quién era aquella persona y que diantres hay en el saco, cuáles son sus intenciones.

Caminó pensativa por unos minutos y de nuevo los recuerdos caían como cascada en su mente, pero ahora sí pudo retener uno: recordó a su padre cuando era joven y muy cariñoso, recordó cuando le regalo su primera muñeca, era grande y con ojos azules, recordó cómo jugó por años con la muñeca a la que nombro Priscila, jugó tanto con ella que se le cayó un brazo y un ojo. Un día Priscila desapareció, después supo que su madre la había tirado a la basura porque según ella ya daba miedo sin un brazo y sin el ojo. Roberta lloró por semanas y ahora al recordarlo lloró de nuevo.

Despertó de su letargo y salió al jardín, se escondió entre los sicomoros, cruzó hasta llegar a la reja y se dio cuenta que la figura humana ya no estaba, solo el saco tirado entre los arbustos. Se quedó mirando el saco a lo lejos y pensó: Debe ser basura, pues la dejó tirada; que gente tan cochina.

Se dio media vuelta y entro de nuevo a su casa, aun pensando en lo estúpida que son algunas personas por la manera en que se comportan.

Sentada de nuevo en su sofá siguió tejiendo y de nuevo recordó a Priscila. Su padre le trajo una casita de juguete con la que pudo consolarse por la pérdida de Priscila, jugaba por horas, pues estaba muy bien amueblada además de toda la familia, un perro y un gato.

Se levanto y fue al ropero, saco la casita que aún estaba muy bien conservada y se puso a jugar tal como la hacía cuando era niña, sintió una inmensa alegría, veía como los pequeños juguetes cobraban vida, papá y mamá sentados a la mesa con la familia reunida para cenar envueltos por el ambiente de amor y armonía, el perro echado a un lado del niño y el gato en los brazos de la niña. Podía Roberta oír el ronroneo del gato y toda la algarabía familiar.

De pronto le invadió un sentimiento de urgencia, tenía que hacer algo con su vida, tenía que tomar riesgos, tenía que llenar ese inmenso vacío, esa tristeza cotidiana, detener la cascada de recuerdos y cambiar para bien o para mal. Pensó en la figura humana con el saco y ahora lo sabía, la figura era ella y el saco todos sus recuerdos y frustraciones, sus traumas y lamentaciones que eran basura y que no sabía qué hacer con toda esa carga emocional. Cruzó la calle, busco el saco y no había nada, todo estaba limpio. 

A la mañana siguiente Roberta se levantó más temprano que de costumbre, lo único en que pensaba era en Librado, un pretendiente que tuvo varios años atrás y que vivía en el vecindario. Estaba preparada para tomar el riesgo de visitarlo hoy mismo. Tomo un baño de tina, se arregló de pies a cabeza, se vio en el espejo y noto su gran personalidad, su cabello largo y ondulado lucia brilloso y suave, su cuerpo aún conservaba una atractiva figura femenina; se puso un vestido rojo y sus zapatos negros de piel le lucían muy bien, por último, pinto sus labios y roció perfume en cuello y muñecas, cogió su bolso y salió.

La mañana era nueva y hermosa, escucho a los pajarillos y los vio volar cerca, tan cerca que parecía que la saludaban, el cielo de un azul profundo y limpio, sentía que la vida le daba otra oportunidad de vivirla intensamente y ella estaba decidida a no dejarla pasar y aprovecharla al máximo.

Camino por la banqueta y observó el viejo vecindario, conocía a todos en las cuatro cuadras alrededor y eso la emociono aún más, caminó tranquila respirando los diferentes olores de las flores y los árboles, el olor del almuerzo salía de las cocinas y se fusionaba con todo el ambiente casero.

Roberta pensaba ahora en Librado a quien conocía desde la escuela primaria, se hicieron buenos amigos, él iba mucho a casa de Roberta y era muy bien recibido y Roberta también iba a casa de Librado, sus familias se frecuentaban en los cumpleaños y también en Navidad. Ellos dos habían sido novios por varios años y estaban muy enamorados, pero por cosas del destino no se casaron. Librado siguió visitándola, pero dejo de hacerlo hacía ya dos años.

Roberta llegó a casa de Librado y observó el jardín del frente, los árboles frondosos y las enredaderas muy bien podadas; suspiro varias veces y tocó el timbre. Librado abrió la puerta y se quedó un momento tratando de contener sus emociones, pero no pudo, salió a toda prisa y con los brazos abiertos recibió a Roberta, la abrazó, la besó sin decir palabra. Ella respondió a las caricias y abrazados caminaron dentro de la casa.

Mientras tanto, el vecindario recibía el sol de todos los días, los pájaros y los árboles bailaban con el viento, la mañana era una mañana como todas para los Marrufo y los demás ancianos, pero no para Roberta y Librado para ellos era una mañana nueva con un cielo azul intenso dando a muchos otra oportunidad de ser mejores, de ser agradecidos por respirar ese viento con olor a vida, con olor a serenidad.

 

 

 

 

Jaime Chavira Ornelas es un sobreviviente de la desintegración familiar; estudió comunicación y manejo de negocios en el Colegio Comunitario de Maricopa en Phx. Az USA; tiene diplomados en exportación, importación y manejo de aranceles por Bancomext, también varios cursos de inteligencia emocional y lingüística. Trabajo para empresas a nivel gerencial. Actualmente es pensionado por el IMSS. Escribe cuentos cortos y poemas ácidos.

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