El cochinito de la amistad. Karly S. Aguirre y Jesús Chávez Marín

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Foto Mague Alcaraz

Al alimón

El cochinito de la amistad

 

 

Por Karly S. Aguirre y Jesús Chávez Marín

 

 

Después de diez años, Catalina decidió romper su relación de amistad con Antonia. Los primeros cinco habían sido los más hermosos, como los matrimonios jóvenes que comienzan tantas aventuras y todo es fresco y nuevo. Antonia era divertida, hermosa, ingeniosa y tenía uno de los más exquisitos sentidos del humor en el mundo. Por otro lado, los últimos cinco habían sido violentos, pasivo agresivos y tristes, como el final de los matrimonios viejos cuando los cónyuges ya ni siquiera son capaces de dormir en la misma cama.

Catalina intuía los motivos de ese cambio tan drástico, pero no quería darse por enterada para no asumir su parte, aunque sabía que su examiga tenía la mayor parte de la culpa; lo más penoso es que todo fuera por el maldito dinero y no por el imbécil de Genaro, que con Antonia era de noviecita santa y en cambio con ella le daba vuelo a la hilacha bien y bonito: todo muy cumplidor.

Desde el inicio de la amistad, Catalina asumía los gastos de las salidas con Antonia, pues ella estaba desempleada y pasando por una mala racha. Con tal de pasar tiempo con su amiga, a Catalina no le importaba compartir con ella lo que tenía. Después de todo, como una persona exitosa, sabía que pasar tiempo con su amiga valía la pena. Además con Antonia podía  sincerarse con toda confianza, siempre había sido un libro abierto para su amiga. Antonia le conocía los más oscuros secretos.

Genaro apareció después. Su primera tirada había sido conquistar a Catalina, pero ella lo rechazó hasta el cansancio. Luego, en una maniobra para deshacerse de él, se lo presentó a Antonia. Pero luego Antonia, entre pláticas íntimas de medianoche, le había contado a Catalina lo bueno que era Genaro en la cama y a ella le empezó a dar curiosidad todo lo que con detalle Antonia le contaba.

Para su buena suerte, Genaro seguía encaprichado con ella, a pesar de que ya andaba de novio formal, y, como quien dice, fue la misma Antonia la causante de que Carolina se interesara por las múltiples invitaciones que él le hacía, a pesar de que lo había bloqueado de todos lados. Decidiendo para sí misma que sería por una sola vez, contestó la llamada que sonaba todas las noches a las diez en punto.

―¿Bueno? ―preguntó displicente.

―Hasta que por fin me respondes ―dijo la voz, tratando de controlar la ansiedad.

―¿Quién habla? ―preguntó ella, haciéndose Que La Virgen le habla.

―Soy tu más ferviente admirador, ¿no me reconoces?

―Pues sí. Eres el novio de mi amiga ―sonó sentenciosa, con tono de prefecta de escuela.

—Estaba pensando en ti, como de costumbre —respondió Genaro con serenidad para romper la tensión que Catalina acostumbraba poner como barrera—. Me di cuenta de que te soy más fiel a ti como amante que a Antonia como novio.

—Te dije que sería cosa de una sola vez, Genaro, ya deja de buscarme.

—No te hagas, bien que te gusto. Ya nos hemos visto catorce veces y te aseguro que esta noche será la número quince.

—Qué pelado barbaján —dijo Catalina colgando el teléfono.

Fue la última llamada que contestó. Desde entonces a partir de las nueve ponía el teléfono en silencio y santo remedio. La mera verdad sí le causaba tentación recetarse la quinceava vez, porque el hombre sabía hacer bien el trabajo y estaba dotado, pero no quería jugar con fuego. Su amiga era su amiga y había que respetarla. Bueno, volver a respetarla.

En lo que sí fue cayendo de su gracia es que ya se había retrasado tres largos meses en pagarle el préstamo que en mala hora le hizo, y no se veía que tuviera mucha prisa de pagarle. Fue una soberana estupidez soltarle lo que estaba ahorrando para el carro cuando prometió que en un mes de seguro se lo repondría. Fue para pagar el hospital de su mamá, quien estaba enferma de los riñones y necesitaba constantes diálisis, pero Antonia con su sueldo misérrimo de vendedora departamental apenas le alcanzaba para sobrevivir la semana.

Catalina le había prestado el dinero de todo corazón, pero claro que necesitaba recuperar esa fuerte cantidad, pero ahora resultaba que Antonia no tenía para pagarle ni se le veían ganas. Fue así que comenzaron los comentarios pasivo-agresivos en los que Antonia demostraba tenerle envidia y odio a su amiga. Catalina con gran esfuerzo había logrado terminar una carrera en contabilidad y ahora llevaba las cuentas de varias pequeñas microempresas locales, a lo que Antonia le decía que no tenía caso tener una carrera, porque los profesionistas poco saben en verdad, que solamente usan el título para adornar las paredes de sus salas y que además los títulos colgados en las paredes de las salas son de muy mal gusto en cuanto a diseño de interiores. Se aseguraba de recordarle cuánto se avergonzaba de sí misma hacía seis años por haber padecido sobrepeso y constantemente tachaba de mala amiga a Catalina cuando esta le cobraba el dinero que le debía.

Pero la gota que derramó el vaso fue cuando le dijo:

—Eres la peor amiga del mundo, Catalina. Ya te dije que te pagaré hasta el último centavo. Pero si tanto necesitas tu cochino dinero veré qué empeño hoy en la tarde, pinche gorda miserable.

En silencio prefirió retirarse. Sabía que ya no recuperaría su dinero, pero también tenía la íntima convicción de que Antonia había dejado de ser su amiga para siempre. Otra cosa de la que también estaba segura es de que muy pronto se echaría el número quince con Genaro, y otras poquitas más.

 

 

 

 

Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH y publica cuentos en redes sociales.

Jesús Chávez Marín es editor de Estilo Mápula revista de literatura.

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