Un hombre muy perro. Jaime Chavira Ornelas

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Foto Dizán Jesús Ortiz Chávez

Un hombre muy perro

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

Miro fijamente al otro lado de la calle, son las tres de la mañana y ando con varios tequilas, de la vista tengo un veinte-veinte o algo parecido, o lo que quiera decir eso; tengo que fijar muy bien la vista porque lo que según yo veo es un perro en dos patas, recargado en el poste, y está fumando. Bueno parece un perro o a lo mejor es un lobo, ¿o será alguien disfrazado?, me froto los ojos y sigue allí fumando y mirando el cielo estrellado Trato de esconderme entre los árboles para que no me vea, creo que el tequila estaba adulterado y estoy alucinando ese pinche perro parado fumando.

Es de color café con blanco y de buen tamaño, el hocico húmedo y chato presume buenos colmillos cada vez que se pone el cigarro en el hocico; me llama mucho la atención la manera en que observa el cielo pues parece que está rezando o buscando alguna estrella en particular. De pronto tira el cigarrillo y lo pisa con cierto estilo caballeroso, como si le preocupa causar algún incendio o cualquier otro percance, pasa sus patas delanteras por su cara, se pone en cuatro patas y camina rumbo al sur de la calle.

Sigilosamente lo sigo, camina garboso y parece contento, la noche es agradable, pero me siento como un idiota siguiendo a un perro que fuma y se para en dos patas mirando a las estrellas.

No muy lejos veo que se aproxima un anciano en muletas y el perro se para junto a él, se saludan, parece que platican y se alejan juntos. Los sigo asombrado, pues estoy seguro de que van platicando. Llegan a una vieja casa, el anciano abre la puerta y entran, me siento frente a la casa y puedo verlos por la gran ventana, el anciano sentado en una mecedora y el perro en el sillón de nuevo prende un cigarro con un encendedor con gran facilidad y, sentado como todo un caballero, acerca un cenicero, le da grandes bocanadas al cigarrillo y deja salir el humo que lo envuelve y le da un aire teatral.

Estoy boquiabierto sin poder procesar lo que estoy presenciando, por un momento creo que me estoy volviéndome loco. El anciano parece que está muy contento con lo que le está diciendo el perro, pues sonríe y gesticula con gestos de agradecimiento. El perro apaga el cigarro en el cenicero se para, en dos patas, se despide del anciano.

Estoy escondido entre los autos estacionados y veo cómo sale el perro en dos patas, pero de inmediato se pone en cuatro y camina rumbo el este de la solitaria calle. Ya son las tres cuarenta y cinco am y la cruda llega sin avisar, me siento un poco mareado y, con todo lo que ha pasado, me siento confuso y, no sé por qué, angustiado, pues después de todo esto mi vida ya no será la misma, todo me parece tan absurdo y bizarro, yo siguiendo a un perro humano, o un humano perro, cualquiera que sea, ambos son salidos de un cuento de horror para niños.

Veo que el perro entra en una casa moderna y lujosa, me apresuro y salto las rejas, corro hacia donde se prenden luces y veo al perro en dos patas colocándose una especie de careta de humano en su cara que le queda a la perfección, luego se viste con un cuerpo humano, camina hacia la cocina y se toma un vaso de leche; estoy en shock, siento que me voy a desmayar, mi estomago se quiere salir, todo me da vueltas y corro tambaleante hacia la salida pero no puedo más y caigo de bruces en el jardín, siento cómo el césped entra en mi boca y al mismo tiempo sale un gran vomito de mis entrañas que sabe y huele horrible y eme aquí tirado en el jardín de un perro-hombre o un hombre-perro.

Trato de levantarme, pero peso una tonelada y mis brazos sucumben, ruedo sobre mi espalda para alejarme del fétido vomito y quedo bocarriba falta poco para el amanecer y debo largarme de este lugar lo más pronto posible, no sé dónde quedaron mis años de conocimiento y análisis. Era o soy, ya no puedo precisar eso, un ser inteligente y ahora estoy aquí tirado sin poder levantarme por el susto, por la cruda, por las dos cosas y se me vienen a la mente los nueve dioses egipcios, pues varios de ellos eran animales.

¿Quién es este perro, a qué se dedica, qué hace aquí en esta pequeña ciudad? Los nueve dioses son o eran solo mitología, ¿acaso este perro es algún ser diabólico o un ángel? ¿O es solo parte de algún plan de la madre naturaleza? Entre tanta pregunta logro levantarme y salgo de la propiedad, me fijo muy bien en el numero de la casa y trato de identificar la colonia, voy caminando con un horrible sabor de boca y apesto a caño. Siento miedo, pero es un miedo desconocido, sale desde el pecho hasta los pies, es una sensación de derrota, de que nada tiene sentido, de que todo es irreal y eso me da pánico, es como saber la verdad de que todo es una mentira, de que no existo, de que todo es solo un juego macabro en nuestras mentes, que un ser todo poderoso nos mantiene a prueba ¿pero a prueba para qué? ¿acaso los más fuertes prevalecerán?

Y apareció en mi mente el recuerdo de cuando rezaba el rosario, era un pequeño de seis años, lo rezaba con fervor y entrega, mi fe era cien veces más grande que yo, pero esa fe se mermó por ver tanta violencia en el humano sangriento y cruel que veo todos los días, en tanto crimen de odio, tanta injusticia y corrupción y el Dios al que rezaba, me aleje de Él y ahora no recuerdo ni como rezar o pedir perdón por tanta confusión, por tanta sinrazón.     

Llego a mi casa y no me decido a entrar, me siento sucio y loco, entro en silencio y me voy directo a la recamara, mis padres tienen el sueño ligero y no quiero escuchar los reclamos de mi anciana madre o los regaños infantiles de mi padre, soy un hombre de cuarenta y dos años que aún vive con sus padres después de dos matrimonios echados a la basura, en fin, ya en mi recamara hago una crónica de los bizarros sucesos que acaban de pasarme.

No puedo borrar de mi mente el rostro humano del perro-hombre, me desvisto y caigo en la cama ya dormido. Sueño que me persiguen varios perros vestidos como miembros del KKK, traen en sus manos-patas antorchas y me quieren quemar vivo gritando ¡a la hoguera! ¡a la hoguera! y yo desesperado corro y me refugio en un templo, ya dentro del templo me fijo que no es para nada un templo sino unas ruinas de lo que antes era un trochil o algo parecido.

Puedo oler un olor penetrante a cagada, camino entre las ruinas y oigo los aullidos y gritos afuera que por alguna razón no entran a buscarme, sigo caminando entre el lodo y la cagada, mis pies se hunden cada vez más hasta el punto de no poder avanzar un paso más, poco a poco me hundo más y más hasta que llega a mi cuello; de pronto veo a lo lejos al perro-humano aullando y gritando ¡que no se hunda, que no se hunda! ¡hay que quemarlo! Pero me hundo, queda todo en silencio.

Me despierta mi madre a las once treinta de la mañana; su rostro arrugado y frágil enseña lo vulnerable que es la vida, su voz como un pequeño arroyo me pregunta que si quiero desayunar y solo afirmo moviendo mi cabeza, se va ella y su tierna mirada. Por un momento no sé si aún estoy dormido y estoy soñando. Ya en la regadera, el agua fría me despierta a mi extraña realidad, esta realidad pasmosa.

Salgo y la calle permanece igual de vieja y hermosa, me inspira confianza y serenidad solo respiro profundamente y camino decidido a que este domingo será revelador y descubriré quien es ese perro-humano. Me dirijo a casa de Josías, un amigo de la infancia al que le tengo confianza y aprecio, le contare lo que me sucedió y a ver qué piensa.

La avenida Ocampo esta semi tranquila, camino hasta la calle Segunda, subo hasta el parque Veinticinco de Marzo, lo atravieso y de nuevo llego a la calle Segunda, una cuadra y llego a casa de Josías, le grito por la cochera pero no tengo respuesta, le toco en la puerta principal y nada, me siento un momento en el porche esperando que alguien salga y me diga si esta Josías, pero no sale nadie.

Me doy por vencido y de nuevo bajo por la calle Segunda, llego al Paseo Bolívar y camino para atravesar y de la nada sale un auto a toda velocidad directo a mí, me fijo en la cara del chofer y es el perro-humano directo con su auto que me atropella. No siento nada, todo parece en cámara lenta, solo veo la sonrisa en el rostro del hombre-perro, mi cuerpo se eleva y veo el parque, los árboles, las bancas, el museo, el templo bautista y el pavimento donde me estrello y luego una obscuridad tan obscura como ninguna otra y un silencio.

 

 

 

 

Jaime Chavira Ornelas es un sobreviviente de la desintegración familiar; estudió comunicación y manejo de negocios en el Colegio Comunitario de Maricopa en Phx. Az USA; tiene diplomados en exportación, importación y manejo de aranceles por Bancomext, también varios cursos de inteligencia emocional y lingüística. Trabajo para empresas a nivel gerencial. Actualmente es pensionado por el IMSS. Escribe cuentos cortos y poemas ácidos.

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