La puerta. Almudena Cosgaya

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Dintel de Almudena

  1. La puerta

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

Caminantes de abismos, es fácil confundirnos. No somos vulgares vampiros, pero poseemos la inmortalidad. Nos fueron encomendados trabajos, bajo determinadas condiciones de humor, paisaje, tiempo, estación del año y otras realidades.

Al relatar las circunstancias que han conducido a mi despertar, me doy cuenta del reloj a un minuto de la media noche. Ahora mi situación suscitará las naturales dudas sobre la autenticidad de mis memorias…

 

Alexia L.

 

*

 

Mi nombre es Paulina. Desde niña he sido temerosa de las historias con trasfondos fantasmales, pero al crecer fui dejándolas de lado como aquellos destellos de clarividencia que traspasaron el velo varias veces.

Hoy solo me limitaré a relatar los hechos sin indagar las causas.

Cerca de la casa de mis abuelos hay un bosque tan hermoso y misterioso, que no puedo saber si es bueno o de los que erizan la piel. Por la noche me gusta ver como la luna se alza de entre los árboles y los baña de luz.

No recuerdo cómo llegué al pie de sus musgosas laderas y di mis primeros pasos. Robles grotescos y nudosos tejieron mi fantasía y por momentos me pareció ver pequeñas dríades danzarinas bajo el resplandor de la luna… pero no debo hablar ahora de estas cosas. Hablaré únicamente de la puerta solitaria, intrincada en la espesura de la ladera.

La niebla apareció, cubría las raíces de los árboles y mis tobillos. Sentí una extraña sensación bajo mis pies al comprobar que no traía zapatos. Un instante después estaba frente a esa puerta: es de antiguo granito, con pátina del tiempo y manchado por la bruma de generaciones, imponente en su dintel donde se grabaron letras de un idioma muerto. Sobre sus pilares se amarran cadenas de hierro, colocadas a manera de impedir que se abra. Mis sentidos se embriagan con fragancia de tierra mojada y vegetación. Es tal efecto, que siento cómo mi razón pierde perspectiva; el tiempo y el espacio se vuelven triviales, escucho ecos del pasado que llaman a la puerta. Coloqué mi mano sobre el oscuro granito y pude sentir el interior, frío y húmedo. SE oyó una voz desde los árboles; era espantosa, helaba mi propia voz.

¿Una advertencia?

La necesidad de irme se apoderó de mis deseos. Quise abrir, aunque fuera un poco, la puerta de piedra, pero era imposible. Intermitentes rumores llegaron a mis oídos, susurros inquietantes y profanos.

«Limen in quo anima perditur».

«El umbral donde se pierde el alma».

Me creí embargada por un hechizo, el corazón saltaba con una exaltación dolorosa. La puerta se abrió un poco, lo suficiente para entrar. Un olor de humedad penetraba por la puerta. Surgió un grito de la niebla, llamada de muertos.

Una mano consumida por la senectud tomo mi brazo con fuerza, sentí que mis huesos cedían a la presión y el dolor crecía. Lenguas de fuego escapaban por la puerta y un rostro blanquecino me recordó la fragilidad humana.

Luego, el fantasma se desvaneció, desperté gritando y forcejeando locamente en brazos de dos hombres, uno de ellos era mi padre y al otro jamás lo había visto. Alguien detenía a mi madre por los hombros. Una mujer de aspecto dulce me sonrió.

Caía una lluvia torrencial, se veían alejarse hacia el horizonte los relámpagos. Fue cuando Alexia me susurró:

―El miedo es lo único que pone límites en esta vida.

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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