Un día de tantos, ya no lo vi… Sigfrido Viguería Espinoza

Utrora

Un día de tantos, ya no lo vi…

 

 

Por Sigfrido Viguería Espinoza

 

 

Supe su nombre hasta el día de su muerte. Desde 1985 lo veía subirse a los camiones en la parada principal, enfrente de Bancomer. Cuando niño, lo miraba en compañía de mi madre, tomábamos El Calera para ir a La Villahermosa, o El Obrera para ir a La Jaramillo. Desde siempre con su mirada dulce y voz bajita, arrastrando el sonido como el ulular del viento, decía:

―Dulces, garampiñados, cocadas…

Yo prefería las cocadas, por ese sabor entre afrutado y dulce.

Después, ya adolescente, tomaba yo El popular para ir a mi casa, y desde esa estación central de los urbanos subía de un bus a otro, y la mayor parte del tiempo lo miraba y escuchaba incansable, con una sonrisa tranquila y mansa, su voz cálida; diría que hasta su muerte me pareció el mismo de siempre.

Nuestra ciudad, muchos años después, cambio sus lógicas y usos, o al menos eso es lo que se piensa… el progreso llegó en una especie de crecimiento contradictorio. Vender dulces en el centro ya no era negocio. Hablo de que dejé de verlo mucho tiempo, me fui a estudiar fuera.

Regresé a mi ciudad, pero no supe de él hasta que transité sus lares en la esquina de la Avenida Tecnológico y Libramiento Luis R. Blanco. Empecé a verlo casi a diario, porque soy muy andariego y me gusta el paseo. Desde hace mucho que no subía a La burra, entonces, pues no sabía de él y tampoco me lo preguntaba, hasta que se me hizo un pensamiento cotidiano el verlo, saludarlo y comprarle duraznos, manzanas, garapiñados. Siempre decía:

―Muchas gracias tesorito, Dios le dé más a mijo.

Ahora que ya no está físicamente… me digo: Que no me dé más, sino que no me falte para dar.

Cuando dinero, me decía:

―No se preocupe mijo, ahí en la vuelta… Dios lo bendiga.

O:

―Ande mijo, ahí en la vuelta, gracias tesorito.

Su corazón y gentileza eran tan grandes como su mirada y calidez en el trato.

Mi padre me dijo:

―A ese señor lo conozco desde hace como treinta y cinco años, debe tener mi edad, o es hasta mayor que yo. Así como lo ves, siempre vendió dulces y de ahí vivió toda su vida.

Mi padre con gran memoria y genio sensible para platicar, escribir y cantar, no se equivocó en esta historia.

Para mí, y creo para muchos aquí en Casas Grandes, era naturalmente una tradición verlo, a pesar de las inclemencias del tiempo. Antes de que partiera en definitivo de este trance físico, lo dejé de ver una semana. Le decía eso a mi padre y esperábamos que no estuviera enfermo. Hasta que, quince días antes de su fallecimiento no le vi, y no pude estar en su velatorio.

Pienso que hacer memoria y homenaje es una forma de honrar y reconocer, por ello le escribo este anecdotario a la persona, el personaje, el hombre y ser humano, nuestro querido Don Arnulfo Téllez Jurado. Tesoro de nuestra historia comunitaria.

 

 

 

 

Sigfrido Viguería Espinoza es licenciado en letras españolas por la UACH, profesor de Literatura I y II en la Preparatoria Francisco Villa y asesor del Taller de Periodismo y Ecología, instructor de secundaria, modalidad abierta con el programa nacional SEDENA-SEP-INEA, profesor del Colegio Las Américas, a cargo de las materias Español y Ciencias Sociales, profesor de Literatura, Comunicación, Etimologías, Taller de Lectura y Redacción, Filosofía, Geografía, Individuo y Sociedad, reportero en la revista Nosotros, profesor de tiempo completo y coordinador de la Licenciatura en Intervención Educativa, en la Universidad Pedagógica Nacional 08B, Subsede Nuevo Casas Grandes. Publica constantemente ensayos y poemas en medios impresos y electrónicos.

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