Al alimón
Tardes de Café
Por Karly S. Aguirre y Jesús Chávez Marín
Reinaldo era paciente y metódico, parecía el vivo ejemplo de un hombre equilibrado y en muchas formas lo era, excepto porque el mayor de sus propósitos era conseguir el amor imposible de Luciana, la esposa de Enrique, el poderoso director de la empresa global donde Reinaldo era un modesto ingeniero, el más cumplido y puntual de la planta.
Luciana, era una muchacha acomodada que había tenido una vida llena de privilegios y uno de esos privilegios había sido su educación. Estudió Historia del arte en una escuela de renombre, era simpatiquísima y buena cocinera. Enrique, por otro lado, a pesar de sus cuantiosos estudios, era barbaján y soberbio.
Reinaldo la había conocido cuatro años antes, cuando todavía era soltera, en la primera fiesta de Navidad de Motorola a la que le tocó asistir. Ella era la directora de producción, esa vez había organizado el evento. Manejaba las relaciones públicas con soltura y calidez y al final decidió sentarse en la misma mesa donde estaba Reinaldo, pues le parecía atractiva su seriedad y la manera como él se manejaba en la vida, con pocas palabras y claridad de pensamiento. Él, por su parte, apenas podía creer su buena suerte de estar al lado de aquella hermosa mujer, que siempre le había parecido tan lejana y con la que ahora conversaba en tono de compañerismo y afecto navideño.
Así nació una bella amistad entre ellos dos. Reinaldo no sabía nada de arte y Luciana le fue enseñando poco a poco sobre aquel mundo que a él siempre le había parecido tan lejano. Luciana lo invitaba a obras de teatro y a exposiciones; para ella era solo una salida con un amigo, para él eran citas.
Él disfrutaba con plenitud la compañía de la bella Luciana, su olor, su voz, la elocuencia de la conversación. Y eso era suficiente. Jamás se le ocurrió apropiársela con una declaración amorosa, pero en cambio siempre estaba dispuesto para ella, todo su tiempo y su pensamiento se los había dado en ofrenda a esa mujer a la que poco a poco iba queriendo con toda la naturalidad de los amores serenos, los que se cultivan en un jardín de libertad y cariño.
No tenía prisa en acelerar el paso de la relación que crecía entre ellos cada día, con cada mirada y cada sonrisa. Era como el aleteo de una mariposa, etéreo y natural el que nos hace disfrutar del momento, del ahora. Pero entonces sucedió lo impensable. Otro hombre apareció en la oficina y, por consecuencia, en la vida de Luciana. Reinaldo lo notó inmediatamente, Enrique posó sus ojos sobre ella desde el primer instante que la conoció.
Enrique llegó a la empresa contando ya con el título de director, pues su padre, quien se había retirado, le había cedido el puesto, como suele suceder en el México mágico del nepotismo. Enrique sin ningún esfuerzo había heredado el alto puesto en la empresa y ahora sin ningún esfuerzo había ganado la atención de Luciana.
Para cuando Reinaldo se dio cuenta, ya era demasiado tarde, la verdad se vio lento. Luciana lo invitó un café para comentarle que andaba saliendo con Enrique: a Reinaldo ya no le cupo la menor duda que en lo que respecta a su amada él era solo un amigo cercano, el hombre de confianza, el amigo gay que tienen todas las bellas. Y eso que no era gay.
En el pasado, Reinaldo había planeado confesarle su amor, pero aquel día Luciana comenzó a platicarle algo sobre su mejor amiga, Beatriz, quien era al igual que ella una mujer hermosa. Beatriz estaba decepcionada de Óscar, de quien ella pensaba era su legítimo amigo pero solo se había acercado con la idea de conquistarla, y para las mujeres modernas esa era una gran ofensa, así que Beatriz no tuvo opción más que enviarlo al nuevo territorio internacional de la friendzone: la del Mi too. Desde aquella charla, Reinaldo temía ganarse un boleto todo incluido para aquella isla solitaria donde se envía a los pretendientes que se acercan con disfraz de amigo.
Ahora, pensando todas estas cosas, sabía que había quedado al margen de la mujer más hermosa del mundo y desde ese momento se hizo el propósito de tener a Luciana, que fuera suya aunque fuera por una sola vez. Primero vio cómo se precipitaban los hechos y cada acción era una flecha que destrozaba sus ilusiones: la petición de mano, la boda, la luna de miel, el primer embarazo. Durante todos esos meses él había iniciado las estrategias de su atrabiliario plan. Lo primero que se le ocurrió fue contratar a un detective carísimo para que investigara hasta el último detalle en la vida de Enrique, desde su nacimiento hasta el año que corre.
Para sorpresa de nadie, el detective descubrió una lista larga y detallada de nombres de mujeres con las que Enrique se divertía frecuentemente desde hacía varios años y lo seguía haciendo desde el inicio de los pocos años de casado. Reinaldo supo que debía informar a Luciana y así en venganza ella caería con facilidad en sus brazos.
Con torpeza inaudita así lo hizo: la citó para soltarle toda la sopa y fue entonces cuando la perdió para siempre:
―Reinaldo, nunca pensé que fueras tan vil. Cómo no me di cuenta todos estos años de la clase de persona que eres. Por favor no me vuelvas a llamar ni a vigilar a mi marido, o me voy a ver en la necesidad de ponerte una denuncia. Y no vuelvas a dirigirme la palabra.
Luciana salió del café con furiosa elegancia y Reinaldo se quedó de una pieza, chiflando en la loma.
Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia letras españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH y publica cuentos en redes sociales.
Jesús Chávez Marín es editor de Estilo Mápula revista de literatura.