El segundo piso

Dibujo de Beatriz Bejarano

El segundo piso

 

 

Por Karly S. Aguirre

 

 

El segundo piso de la casa aún se encontraba en proceso de construcción. De día se llenaba con sonidos de herramienta, música norteña y gemidos, producto del esfuerzo de los albañiles. Pero por la noche se escuchaban crujidos, pisadas: se podía sentir y escuchar el eco del peso de lo que sea que caminara.

—De seguro es un gato que se metió, todavía no ponemos las ventanas. Debe ser el cambio de temperatura de los materiales que se están secando. Es el viento que movió las tablas —decía la madre, inventando toda clase de explicaciones lógicas y convincentes.

Convencida de que la criatura que ocasionaba esos sonidos extraños era uno, o quizá varios gatos, le pidió a su marido poner una malla en el hueco de la escalera que ya estaba terminada, para que ningún animal pudiera meterse a la casa y dejar suciedades. Sobre todo porque estaban a punto de recibir a su cuarto hijo, y no quería que la cuna se llenara de pelos de gato, o de la alimaña que rondaba.

Una noche, cerca de las once y media, la madre comenzó con las contracciones. Era hora de ir al hospital. Los tres hijos; Leonardo, Marco y Rogelio, se quedaron solos en la casa. Ya no pudieron volver a dormir. Trataban de distraerse con juegos y conversaciones triviales para calmar los nervios, pero no eran nervios referentes al parto de su madre los que trataban de calmarse, sino por los extraños ruidos provenientes de la parte de arriba.

Se escuchaban claramente pasos pesados, más pesados que en las noches anteriores. Aquello, sin duda, no era un gato. Debía ser un hombre, quizá más de uno. Pensaron que podrían ser ladrones que aprovecharon la ausencia de los padres para entrar en la casa.

Leonardo, el hermano mayor, decidió ir a echar un vistazo. Llevó consigo una lámpara y subió hasta la mitad de la escalera, desde donde podía echar un vistazo. Aunque era el mayor de los hermanos, tenía solamente trece años. No logró ver a nadie y regresó al dormitorio, pero en cuanto se subió a la cama escucharon de nuevo los pasos, que sonaban como si quien estuviera arriba corriera a toda prisa y con más peso. Leonardo se levantó de nuevo. Marco se arropó hasta la cabeza. Rogelio permaneció sentado en la cama antes de animarse a acompañar a Leonardo, pues, aunque era el menor de los tres, sentía empatía por su hermano mayor y una necesidad de protegerlo.

Subieron lentamente las escaleras, llegando a más de la mitad, y no lograron ver nada de nuevo. Fingieron pasos bajando las escaleras, por si había ladrones, pensaran que ya se habían ido y volvieran a salir. Esperaron un largo rato, pero nadie salió de los cuartos. Entonces Leonardo, quien ya no estaba dispuesto a volver abajo sin saber exactamente qué o quién era lo que caminaba sobre ellos, quitó la malla y se aventuró a las habitaciones. No había más que herramientas y material de construcción. Tranquilo de que al menos no eran ladrones, volvió con sus hermanos. En cuanto puso la cabeza en la almohada, el sonido de pasos corriendo se hizo presente de nuevo; esta vez acompañado de un gruñido grave. Los tres hermanos se levantaron y buscaron objetos con los que pudieran defenderse.  Rogelio tomó el palo de la escoba, Marco un cuchillo de cocina y Leonardo un sartén y la linterna. Subieron temerosos la escalera; primero Leonardo, luego Marco y el pequeño Rogelio hasta atrás. Todos estaban en la cima de la escalera cuando escucharon un ruido a su derecha. Leonardo echó la luz y vieron un bulto negro de al menos dos metros y medio de altura. El bulto comenzó a bufar. Los chicos se quedaron petrificados a causa del horror; un grito chillante escapó de Rogelio y al mismo tiempo, el bulto se abrió, revelando que era solo una capa que ocultaba a una terrible bruja: su rostro gris, arrugado; una mirada intimidante de ojos grandes, una nariz protuberante y una sonrisa burlona e inquietante. La bruja corrió hacia ellos al mismo tiempo que se carcajeaba. Los hermanos sujetaron la malla para protegerse, pero la bruja los aventó con fuerza. Escucharon el palo de la escoba caer. Pensando que Rogelio lo había soltado para protegerse, se incorporaron y aluzaron con la linterna, dándose cuenta de que Rogelio no estaba. La bruja se lo había llevado.

 

 

 

Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Escribe relatos y crónicas en redes sociales.

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