Cuando se conocieron todo fueron flores, caramelos y chocolates. Una menta, un beso; sus ojos, corolas con gotas de miel; dulce de leche, las redondas puntas de sus pechos y lo demás. Por la ventana abierta, a la víspera de la primera posada, se colaron el frío y las campanadas lejanas de una iglesia. Salió ella de ahí, entre arroz y del brazo de otro. El duro golpe resquebrajó el alma del abandonado; con dolor callado trataba de recrear los dulces recuerdos. Solitario vive sus años, con las hordas de niños que no tuvieron, recogiendo a su alrededor naranjas, cañas y confitados.