Luna y arena. Karly S. Aguirre

Luna y arena

 

 

Por Karly S. Aguirre

 

 

El amor es la amistad en llamas

-Jeremy Taylor

 

 

 Sé que la vida es injusta, pero, de todas las injusticas que a mis veinticuatro años me han sucedido, hay una que ni el tiempo, maestro de sanación y olvido, me ha ayudado a desvanecer.

Verán ustedes, el suceso aconteció en el año dos mil catorce, en el primer encuentro de literatura de mi escuela que se festejó en Querétaro, donde conocí a un profesor de Colima. Además de dedicarse a la docencia, era editor y llevó a escondidas algunos ejemplares de un autor de su localidad, para quien trabajaba en ese momento. Nos leyó uno de los relatos del escritor en voz alta, con excelente gesticulación y expresión facial. Nos tenía a todos muy atentos en la lectura. Fue el mejor momento del encuentro y al final anunció que regalaría algunos libros que llevaba consigo, de distintos autores colimenses, entre ellos algunos ejemplares del libro que nos había leído.

Una de mis compañeras de escuela, Madoka, estaba sentada cerca del profesor y con tan solo estirarse pudo poseerlo. Yo estaba hasta el fondo y me tocó un libro muy aburrido, de no sé quién.

Madoka era una joven igual de exótica que su nombre. Siempre llevaba en el rostro una sonrisa lasciva, adornada con brillante labial rojo. Usaba tacones, mascaba chicle de cereza y buscaba desnudarse en nombre del arte cada vez que podía. Un día en el patio de la preparatoria, en una hora libre, la encontré sentada en una banca. En la mesa pude ver el naranja brillante de la portada del anhelado libro del escritor colimense y, pegado en esa misma portada, uno de los chicles de cereza de Madoka.

—No te gustó el libro, ¿verdad? —pregunté indignada.

—Sí. Me gustó mucho —respondió a secas.

—Si no te gustó, yo te lo compro. ¿Cuánto quieres? —insistí.

Madoka solo me lanzó una mirada irritada, se sacó el chicle que tenía en la boca y lo pegó en el lomo del libro, recogió sus cosas y se fue.

No me pregunten por qué seis años después sigo recordando aquello, creo que es por este maldito encierro.

La cuarentena me ha golpeado duro, paso la mitad del tiempo reviviendo memorias, y la otra mitad tratando de que mi ojo brujo prediga el futuro.

Después de mi encuentro con Madoka en el patio contacté al profesor de Colima por Facebook. Muy amablemente me envió en formato PDF el libro que quería, aunque me pidió discreción. Al parecer el autor no estaría muy feliz si se diera cuenta de que estaba regalando su trabajo por toda la república mexicana.

 

*

 

—Ay, mijita. Yo no sé por qué te torturas pensando en algo que pasó hace años, sobre todo teniendo un mundo de libros de escritores locales por descubrir —dijo mi madre después de haberle contado lo que me tenía con la cara larga esa tarde. Incluso uno de mis libros favoritos en la vida es de un escritor local, Jesús Chávez Marín, amigo y editor.

Mi madre suspiró mientras se echaba de espaldas en el sillón.

—Adoro el estilo de ese hombre, leerlo es un apapacho. Siempre hacía chistes ingeniosos sobre cualquier situación y es un caballero de los que difícilmente se encuentran en estos tiempos. En la editorial donde trabaja lo apodan como el personaje de esa serie gringa, ¿cómo se llama?, ah, sí, El doctor House de las letras. Nunca perdonaré a Adela por haberlo dejado ir.

—¿Adela? ¿Mi madrina?

—Sí. Era la época dorada de nuestra vida. Estábamos en la flor de nuestra juventud, y con Arena Show Band en la cumbre del éxito, cuando Jesús llegó a nuestra vida. Por aquella época él llegaba a la vida de todas, me refiero a Jesús de Nazaret, por supuesto. Pero el Jesús que llegó a nuestras vidas era otra clase de dios, un dios que con palabras construía mundos y con tenacidad moldeaba el destino de sus personajes. Lo conocimos en una noche de diversión en el Hotel Victoria, cuando todavía no éramos parte de Arena Show Band.

Esa noche fuimos a ver a Juan Gabriel y, sin saberlo, Arena Show Band estaría alternando con él. Chávez fue a llevar a su hermana Yolanda al Hotel Victoria. Yolanda era novia de nuestro guitarrista, Armando. Se suponía que solo dejaría a Yolanda y se iría, pero en la puerta del Hotel estaba Adela fumando un cigarro y en ese momento Jesús quedó clavado en lo que sería su cruz: Adela.

—Cuéntame más sobre mi madrina Adela y ese dios de las letras.

 

*

 

Marzo de mil novecientos sesenta y ocho, año del mono. El dueño de Arena Show Band, Leonardo, estaba sentado en el parque Lerdo con evidente preocupación. Vestía un traje gris, zapatos negros. La rabia desbordaba por su rostro pálido. Algo muy malo debía haberle pasado a ese hombre. Adela y yo íbamos caminando en busca de una banca con sombra para sentarnos a fumar un cigarrillo y echar el chal. Nos sentamos frente a Leonardo, nos fue imposible ignorarlo y concentrarnos en nuestra charla con sus lamentos y gruñidos.

—Pobre. ¿Qué le habrá pasado? —dijo Adela.

—Ignóralo, seguro es anda borracho —repliqué despreocupada.

—No creo que esté borracho… nada más se nota que está sufriendo mucho.

—¿Quieres buscar otra banca para platicar a gusto?

Adela se levantó sin decir palabra y se dirigió con aquel hombre pesaroso.

—Disculpe, llevo rato observándolo y se me ocurrió que podría interesarle platicar con alguien.

—Le agradezco el gesto, señorita. Es usted muy amable, pero estoy bien —respondió el hombre con gentileza.

Adela había logrado adormecer su cólera con su suave voz y enajenarlo por completo de sus problemas y su realidad, con su belleza.

—No quiero ser una pesada, pero en verdad creo que podría ayudarle hablar con alguien. Estaré por aquí, en caso de que cambie de opinión.

La belleza y cortesía de Adela animaron al desconocido a contarnos lo que lo acongojaba.

—No soy un hombre al que le guste contar sus problemas, y menos a un par de bellas damas como ustedes, pero… he sido traicionado. Me usaron. La banda que con tanto esfuerzo y cariño formé se ha ido y se llevaron todo. Arena Show Band es todo lo que tenía, si sabe usted a lo que me refiero —dijo el hombre bajando la mirada y soltando un suspiro.

De inmediato se sonrojó avergonzado, al darse cuenta de que había accedido ante los encantos de Adela y había quedado vulnerable ante nosotras, dos desconocidas.

—¡Arena Show Band! Nos encanta esa banda ¿Cómo pudieron hacerle esto? —exclamó Adela.

—No quisiera entrar en detalles. Ya es tarde, será mejor que me vaya. Que pasen buenas noches —dijo apresurado. Tomó su saco y se marchó.

Adela, se quedó parada por unos segundos, con esa mirada que ponía cuando en su cabeza se disparaban pensamientos e ideas a la velocidad de la luz; de pronto corrió tras el hombre.

—Espere. Oiga. Deténgase —gritaba Adela por la calle De la Llave, tratando de alcanzar a Leonardo.

El hombre finalmente la escuchó y frenó su caminar, se dio la media vuelta desconcertado, pero con una sonrisa coqueta.

—¿Necesita músicos nuevos?

—Eso creo. ¿Conoce usted alguno? Da la casualidad, mi desventurado amigo, que yo, es decir, nosotras, somos parte de una banda —dijo Adela desenfundando su arma secreta, su sonrisa:

—Soy Adela —extendió su mano hacía el hombre.

—Leonardo —contestó el hombre, respondiendo al apretón de manos que ella le ofrecía.

 

*

 

Quedamos de ver a Leonardo el martes. Los martes Gypsy Band, nuestra banda, se reunía para proponer nuevas canciones y ensayar. Armando llevaba a Yolanda a los ensayos. Yolanda era la hermana menor de Jesús, así que acompañaba a su hermana con el pretexto de cuidarla, para pasar tiempo con Adela.

Mientras la banda ensayaba, Jesús, sacaba algún libro y se ponía a leer. Otras veces sacaba un cuaderno de pasta maltratada y una pluma que a menudo no escribía, pues le daba mucho uso. Yoli, por otro lado, aunque también era una escritora incipiente vivía el momento, momentos que después fundía en hermosos poemas.

La mayor parte del tiempo se podía sorprender a Jesús mirando a Adela, o canturreando algunas de las canciones que ensayábamos, sobre todo las de Los Beatles. Se hizo gran amigo de la banda, pero sobre todo de Adela, a quien invitaba a dar un paseo por el parque, o al cine. Tenían muchas cosas en común, su amor por las plantas era una de ellas. Así que comenzaron a intercambiar plantitas, suculentas, libros y miradas en los ensayos.

A Jesús se le veía muy enamorado, Yoli decía que estaba escribiendo un libro y que en la dedicatoria se leía, Por Adela, para Adela. Estaba planeando declararse la noche de la presentación de su libro durante la cena de celebración, pero para que el libro estuviera listo aún faltaban semanas.

Ese martes estábamos en el patio de la casa de Armando, listos para presentarnos ante Leonardo. Le tocamos Vivir así es morir de amor de Camilo Sesto. Yoli y Jesús llegaron a media canción, Jesús no se dio cuenta de la presencia de Leonardo, se sentó hasta enfrente y no prestó mucha atención a su alrededor, porque sus ojos estaban hechizados por cada poro de Adela. Durante el resto de la canción pensó que Adela estaba nerviosa por tenerlo cerca, y que las sonrisitas nerviosas entre versos eran dedicadas para él. Hasta que terminó la canción y Leonardo, que estaba sentado al fondo junto a los rosales del jardín, aplaudió.

Jesús se estremeció al escuchar tan marcadas palmadas. Leonardo se puso de pie y se dirigió hacia Adela y se puso a hablar con ella, pasó de largo a Jesús y a Yoli, mientras el resto de la banda tomaba un respiro y bebía agua.

Jamás olvidaré la mirada de Jesús, esa mirada que quizá alguna vez has visto cuando a un niño se le va el globo, la mirada de un perrito abandonado a mitad del camino, la mirada que se te dibuja cuando cuentas la anécdota del chicle y el libro anhelado.

A Leonardo le gustó como sonaba nuestra música y la versatilidad de géneros que dominábamos. Pero, sobre todo, le gustaba Adela quien con su canto de sirena había dado remate a su corazón.

Jesús evidentemente estaba celoso y fue cada vez más común que Leonardo estuviera presente en los ensayos; no siempre podía asistir, porque era un hombre de negocios que estaba ocupado buena parte de su tiempo. Pero cuando asistía a los ensayos su trabajo principal era cortejar a Adela.

—No soporto a ese engreído —estalló Jesús, mientras miraba a Leonardo y Adela platicar a lo lejos.

—¿Quién? ¿Leonardo? —indagó Armando

—¿Acaso ves a otro por aquí?

—Es mi primo —respondió Armando con una expresión dura como la piedra.

Jesús se quedó sin aliento y su rostro se puso colorado, luego dijo.

—Aunque se ve que es una persona que sabe mucho.

Armando soltó una carcajada.

—Es broma. No es mi primo. Pero te diré que quien sí va a ser es el novio de Adela, si no pones manos a la obra.

 

*

 

Dejamos de ser Gypsy Band y nos convertimos en los nuevos integrantes de Arena Show Band. Leonardo fue siempre un buen jefe, nos pagaba el doble de lo que ganábamos por nuestra cuenta y a veces nos pagaba sin siquiera haber tocado. No solo lo hacía para impresionar a Adela, era un hombre bueno de corazón. Una finísima persona.

Pasó el tiempo y, naturalmente, Leonardo le declaró su amor a Adela. Y fue correspondido. De Jesús ya no sabíamos mucho, había dejado de ir a los ensayos. Yoli nos contaba que andaba muy ocupado con la universidad y con sus libros. Nosotros empezamos a viajar mucho con la banda, íbamos a Parral, Cuauhtémoc, Torreón y Monterrey. Le abríamos conciertos a grandes cantantes como Emanuel, Beatriz Adriana, Los Panchos, José José. También tocábamos en toda clase de eventos, cenas importantes, bodas, bautizos, conciertos, y también cantábamos en inglés. Nos iba bien.

Para ese entonces yo ya llevaba dos años de noviazgo con tu papá, quien se animó a dar el gran paso y me propuso matrimonio. Leonardo, quien era muy amigo del dueño del Hotel Víctoria, se ofreció a conseguir el Salón como regalo de bodas para hacer el baile allí. No pude resistirme, era un hotel de ensueño, colonial, con rejas negras y ladrillo blanco. Mis compañeros de Arena Show Band tocaron en la boda, también como regalo.

Después del brindis, Adela corrió a mi mesa y me dijo muy contenta que Leonardo le había propuesto matrimonio en el jardín, antes del vals. Se casarían y se irían a vivir a Mérida, pues Leonardo había invertido en hoteles turísticos.

—¿Qué le digo, Virginia? Lo amo, pero soy una mujer del desierto, mi vida está aquí, este inmenso terrario de sol despiadado es mi casa.

Tomé las manos de Adela entre mis manos y pude sentir que estaba temblando. Nunca la había visto así, ella siempre fue osada y aventurera, pocas veces decía que no a una nueva oportunidad.

—Siempre vas a estar en tu casa si haces de su corazón tu hogar.

Luego de mis palabras Adela sonrió y volvió al escenario. Cuando la fiesta terminó y solo quedábamos la banda y el personal del hotel en el salón, Adela nos dio la noticia de que había aceptado la propuesta de matrimonio de Leonardo. Jesús, que estaba presente, propuso un brindis para los novios. Adornó como pudo su dolor con palabras y, gracias a su talento, con elocuencia pudo disimular la tristeza.

Después de mi luna de miel me despedí de Arena Show Band. Dos meses después Leonardo y Adela se casaron y se mudaron a Mérida. Al año nació Odisea, su primera hija.

Armando y Yoli se comprometieron y Leonardo ofreció uno de sus hoteles en la playa para llevar a cabo la ceremonia. Arena Show Band se reunió después de dos años para amenizar la esperada unión. Jesús estaba allí, no pudo salvarse de asistir a la boda de su propia hermana, aunque eso significaba reencontrarse con Adela.

Cuando llego al hotel, Arena Show Band se encontraba ensayando para la boda. Venía caminando con una mano sobre su cara, tratando de cubrir sus ojos del brillante sol. Pero aún con la intensidad del astro rey, Jesús divisó a Adela, quien cargaba a su bebé con su brazo izquierdo, mientras sostenía las letras de las canciones con su mano derecha.

—¡Adela, eres tú! Casi no te reconocí por la resolana —saludó Jesús, abriendo sus brazos para acogerla con un abrazo.

—Amigo, estaba esperando tu llegada —dijo Adela, mientras se dejaba envolver.

Jesús nos saludó a todos con calidez, apretones de manos y besos en la mejilla. Odisea empezó a llorar, no estaba acostumbra a la gente ni al ruido, así que Adela se despidió para llevar a su hija a descansar a su habitación.

—Yo también iré a descansar, fue un viaje largo —expresó Jesús.

Adela y Jesús se fueron a las habitaciones. Después de eso ya no se les volvió a ver juntos en la boda, Adela estaba ocupada con Odisea y cantando, cuando podía bailar lo hacía con Leonardo. A Jesús lo vi pasándola bomba con su familia, con un trago en la mano y muriéndose de la risa la mayor parte de la noche. Fue hasta que Jesús publicó un nuevo libro que supe lo que había pasado entre Adela y él, cuando caminaron a sus habitaciones.

 

*

 

Prefacio

Llevo tiempo escribiendo con la cabeza y no con el corazón. Perdonen si leyeron alguno de mis textos cuadrados, sin espíritu. Por un momento pensé con seriedad en cambiar las letras por números y ser contador. Pero luego, mi gran amiga Adela, al contarle semejante disparate, se burló y me dijo “Pero, tonto. Tú ya eres un contador, pero de historias”. Ese fin de semana asistimos a un evento muy especial en Mérida. En la mañana antes de partir, Adela me hizo un regalo, me dio una libreta Moleskine y una pluma estilográfica. Para aquellos que no lo saben, es una libreta para dibujo, tiene las hojas tan suaves que es un deleite escribir en ellas, tan suaves como las manos de Adela.

Gracias, Adela, por recordarme mi lugar en el mundo, Y aunque ese lugar no sea a tu lado, nuestra historia vivirá en estas páginas. Comprendí que la amistad es una de las muchas caras del amor y, por mucho, una de las más auténticas. Esto es por y para ti, Adela. Escribiré sobre ti hasta que se besen la luna y la arena.

 

 

 

Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Escribe relatos y crónicas en redes sociales.

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