El intercambio navideño. Aracely Sánchez Ruiz

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Collage de Aracely Sánchez Ruiz

Yo opino/ la columna de Aracely

 

El intercambio navideño

 

 

Por Aracely Sánchez Ruiz

 

 

Ya comenzó diciembre y la cercanía de la Navidad se nota en el tráfico y en el ir y venir de la gente por las calles del centro y en las plazas comerciales comprando los adornos (que en muchas tiendas y hogares ya lucen desde hace varias semanas), los regalos, ropa para estrenar en las fiestas o para el viaje de fin de año, o hasta los ingredientes para la cena de Noche Buena.

Hablando de regalos, hoy me voy a ocupar del tradicional intercambio, el famoso “amigo secreto” que se acostumbra en las escuelas, en los lugares de trabajo y a veces también en las familias.

Mis experiencias en este asunto no han sido siempre agradables. Recuerdo la primera vez, no sé si a finales de la primaria o ya en secundaria, el caso es que el último día de clases antes de salir de vacaciones llegué con mucha ilusión a la posada con mi regalo muy bien envuelto en papel de Navidad (y es que no es por nada, pero tengo un gran talento para ello, hasta trabajé una temporada en una tienda).

Pero resulta que la niña a la que le tocaba regalarme no asistió ese día y yo me quedé sin obsequio; en vez de reclamar el que sería para ella, quizá no se me ocurrió o no me lo quisieron dar. El caso es que esa tarde me presenté en su casa para reclamar mi regalo, sin éxito.

En Bachilleres, por algún extraño juego del destino (¿o será que hubo mano negra? No se me había ocurrido hasta hoy… en fin) me tocó ser amiga secreta del chico que me movía el tapete y me traía arrastrando la cobija por la calle de la amargura, Alejandro.

Se trataba de llevarle algún presente sencillo durante los días anteriores a la posada y yo le dejaba manzanas en su lugar. En aquel tiempo había un spot que decía: “una manzana por la mañana es una cosa muy sana”, y así le escribía en la tarjetita.

Pero yo no tenía dinero para comprarle un regalo, así que usé un estambre que me había sobrado de un trabajo manual unos años atrás y me pasé las dos noches anteriores tejiéndole una bufanda que nunca usó, al menos en la escuela, quizá por vergüenza, pero eso… sería otra historia.

En mi primer trabajo, cada año para el amigo secreto hacíamos una lista de lo que cada quien quería de regalo. La primera vez pedí un panda de peluche y… el que recibí no era exactamente como lo había imaginado, pero definitivamente era un panda y era de peluche.

Pero la segunda vez no me fue tan bien: para empezar me tocó hacer el sorteo, así que siempre supe quién era mi amiga secreta. Lo que sí me sorprendió fue que en lugar de la muñeca de trapo que estaba esperando, me llevó dos monitas de porcelana, que, por cierto, aún conservo.

En otro trabajo, no fue precisamente en el intercambio donde sufrí la decepción, sino en la rifa de la posada, cuando me saqué ni más ni menos que un destornillador eléctrico. ¡Imagínate mi frustración! Claro que a la primera oportunidad lo vendí.

Al año siguiente la dinámica cambió y en vez del sorteo levantaron una “lista de deseos” (con un límite monetario, por supuesto). Así que pedí una cámara fotográfica, al otro año unos CDs y una agenda electrónica, luego un kit de Titanic (el libro que inspiró a James Cameron, un CD con la música y la película en VHS) y eso “me trajo Santa”… hasta que se nos acabó el veinte, regresaron las rifas y me saqué una videocasetera.

En mi último trabajo casi siempre me fue bien en las posadas, en los 18 años me gané desde pantallas, reproductores de DVD o calentones, hasta dinero electrónico, una vajilla o un pavo… y a veces nada. Y la última vez (sin posada de por medio, por la pandemia) una bocina, que estuvo guardada casi tres años (por la misma razón), hasta mi más reciente cumple.

Para los intercambios, mis compañeros hacían una lista de regalos de cierto precio, no sé quién los escogía, porque a veces eran cosas muy raras; una vez me tocó llevar un pastel, ¿quién quiere de intercambio un pastel? Otra vez, una tarjeta de regalo y otra, creo que un termo.

Para repartir los regalos hacíamos juegos y cada ganador iba tomando uno. La última vez, cuando al fin me tocó abrir una caja, me encontré con unos dientes de vampiro, un sobre con “sangre” y una diadema con orejas de gato… ese era el chusco (que no me hizo la mínima gracia); el “bueno” eran un par de chuchillos de cerámica, una pala volteadora, una cuchara coladora y un machacador de frijoles (que tampoco me gustó). Y me prometí no volver a entrar al intercambio, eso fue en 2019. En 2020, ya se imaginarán que no hubo posada. Y en 2021 ya no estaba.

Este año solo espero que si entro a un intercambio no me den unas figuritas de plástico, un martillo eléctrico, una nariz de payaso ni un juego de cubiertos.

 

 

 

Aracely Sánchez Ruiz es licenciada en relaciones industriales egresada del Instituto Tecnológico de Chihuahua, trabajó 18 años en El Heraldo de Chihuahua, donde inició como correctora y los últimos doce años como reportera de la sección de espectáculos y cultura. Actualmente escribe notas y comentarios en Facebook.

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