Tres amigas 4/4. Almudena Cosgaya

Dintel de Almudena

 

Tres amigas

4/4

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

—La verdad que buscan está más cerca de lo que creen. Deben adentrarse en la vorágine de sus peores pesadillas, confrontar los secretos que han mantenido en la penumbra incluso ante sus propios ojos.

Las miradas de las amigas se entrelazaron, un entendimiento silente que las unía en la inminente confrontación con sus propios abismos internos. Comprendieron que para liberar sus almas debían hundirse en la oscuridad de sus miedos más profundos y las verdades que habían enterrado a lo largo del tiempo.

—No teman, estamos juntas en esto. No importa lo que debamos enfrentar, lo haremos juntas —declaró Itatí con una determinación que resonó como un eco valiente en el aire enrarecido.

Sus manos se entrelazaron en un gesto de apoyo inquebrantable, como un pacto que sellaba su disposición a enfrentar los horrores que se avecinaban. La oscuridad se cernía sobre ellas, espesándose con la tensión de lo desconocido. Con valentía inquebrantable, las tres amigas se aventuraron en las profundidades de sus propias almas, dispuestas a desenterrar los miedos más oscuros y los secretos enterrados.

Los pasos que dieron en esa travesía interna resonaron como tambores de guerra, el eco de sus propias luchas internas retumbando en la oscuridad de sus pensamientos, pues no hay peor terror que el peso de las culpas. El dolor las envolvía como sombras vivientes, pero cada paso era un testimonio de su determinación y coraje. A medida que se adentraban en la vorágine de sus propios abismos comprendían que solo enfrentando lo que habían tratado de negar podrían encontrar la redención y liberar sus almas de la prisión del pasado.

Finalmente, la figura etérea se desvaneció en la oscuridad, y la mansión misma pareció retorcerse en una agonía espectral. Una luz brillante, purificadora, se derramó como un río luminoso, devorando la penumbra que tanto tiempo había dominado. Las amigas, deslumbradas por el fulgor se encontraron de nuevo en el umbral de la puerta, en el mismo punto donde su escalofriante viaje había comenzado. La mansión entera pareció vibrar una última vez, como si el tiempo mismo se estremeciera, y las paredes ancestrales comenzaron a desmoronarse en un río de escombros.

—¡Tenemos que salir de aquí! —gritó Rosa, la urgencia en su voz resonando en el aire mientras sus pies se movían en una carrera frenética hacia la salvación.

Las tres amigas corrieron con el corazón galopante, cada latido resonando en sus oídos mientras escapaban de las fauces voraces de la ruina inminente. Su respiración se mezcló con el crujir de las maderas cediendo bajo el peso del tiempo. Justo a tiempo lograron abandonar el umbral mortal de la mansión antes de que esta se sumiera en un colapso.

Un estruendo ensordecedor llenó el aire, el rugido de la destrucción que devoraba la morada de sombras y secretos. Donde antes había reinado una oscuridad asfixiante, la luz irrumpió con fuerza, disipando las tinieblas con una claridad purificadora. La mansión se desplomó sobre sí misma con un estrépito infernal, reduciendo años de enigma y maldición a un montón de ruinas. Murmullos de las almas atrapadas resonaron transformándose en un coro que ascendía al cielo. No eran gritos de lamento, sino una alabanza silenciosa y cargada de gratitud.

El bosque, liberado de la presencia oscura que había acechado sus rincones por generaciones, pareció exhalar un suspiro colectivo de alivio. Las amigas, cubiertas de polvo y emociones entrelazadas observaron el espectáculo final de la mansión colapsando en sí misma mientras el sol atravesaba las nubes como un faro de esperanza. Habían enfrentado lo sobrenatural, desafiado sus propios miedos y secretos, y habían emergido triunfantes de la oscuridad que las había retenido.

Andy, Itatí y Rosa se miraron entre sí, sus almas exhaustas pero sus ojos llenos de una profunda sensación de paz. Las lágrimas fluían como ríos de emoción por sus mejillas, como testigos silenciosos de la travesía emocional que habían emprendido.

—Lo logramos. Hemos desentrañado la verdad y nos hemos liberado de nuestras cadenas —dijo Andy, su voz vibrante de triunfo, una sonrisa que irradiaba determinación en sus labios.

—Gracias a nuestra amistad y a la valentía que encontramos en lo más profundo de nosotros hemos superado los obstáculos —añadió Itatí, sus ojos centelleando con una mezcla de agotamiento y emoción desbordante.

—Aun así… la redención es un regalo agridulce. Aunque nos libera del peso de nuestros errores, su dulzura es entrelazada con el dolor de la verdad —dijo Rosa, sus manos temblando mientras secaba las lágrimas que trazaban surcos por sus mejillas.

—Siempre serás una chillona, Rosa. Tal vez mi condena eterna sea soportar tu llanto, pero no cambiaría ni un ápice de nuestra historia —dijo Andy con una media sonrisa, un atisbo de complicidad en sus palabras.

—Ustedes son mi familia, mis compañeras en esta odisea de redención y descubrimiento. Las quiero con todo mi ser, par de locas valientes —añadió Itatí, sus ojos vidriosos reflejando el amor incondicional que sentía por sus amigas.

En un abrazo que trascendía las palabras, se fundieron en una unión que había sido fortalecida por la oscuridad que habían enfrentado juntas. Habían lidiado con el terror y la incertidumbre, habían desafiado lo sobrenatural y lo desconocido, y habían emergido victoriosas y transformadas del viaje.

Desde aquel día, la mansión Cielo Santo quedó en ruinas, sus muros despojados del misterio que alguna vez la había envuelto. Aun así, en la oscuridad de la noche, los exploradores urbanos se aventuran en su interior en busca de las sombras de una leyenda pasada. Solo los guardianes de verde oscilan como custodios silenciosos, temerosos de perturbar a los espíritus que alguna vez habitaban en la morada siniestra. El legado de las tres amigas permanecía en cada rincón de la mansión, en cada suspiro del viento entre las ruinas, recordando a todos los que se aventuraban en su interior la valentía y el poder de la amistad frente a lo desconocido.

Ahora el cielo no puede esperar…

 

Fin

 

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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