Foto Pedro Chacón
Celular que regresa
Por Rosario Ruiz Morales
Hace algunos meses, entrando el año, comenzó a gestarse una historia real, pero con dejos de leyenda, o quizá solo fue un suceso fuera de serie.
El día 10 de junio pasado, llegué a conocer el local y las instalaciones donde laboran unas personas dando servicio y atención en el Club del Abuelo Sur.
Llegué con la tristeza reflejada en mi rostro, mi hermana había fallecido unos días antes y yo mostraba señas de un profundo dolor y depresión. Lalo, un amigo muy estimado, me llevó a ese lugar para tratar de sacarme de mi melancolía y hacerme sonreír un poco. Pasaron los días, aparentemente todo marchaba sobre ruedas, pero siempre existen personas en desacuerdo por la llegada de una o varias integrantes nuevas al Club.
Se fueron formando los diversos cursos, enseñanzas y clases contra viento y marea, donde se pudo observar que todo marchaba en calma y aparente tranquilidad.
Se llegó diciembre con sus fiestas, posadas y alegrías. El 15 sería el último día de actividad para luego salir y gozar de vacaciones.
Se organizó una fiesta, se adornó el local y se hizo una deliciosa cena, para volver el 6 de enero siguiente. Hubo regalos, chocolates, etcétera, que algunos compartimos, otros se retiraron antes de decir feliz año. Volvimos y hubo quién ya no asistía tan frecuentemente como en otras ocasiones; después supimos que nuestro compañero Lalo se había caído y lastimado una pierna y esto le impedía salir. Pasó enero, febrero y hace unos días quisimos enterarnos qué le había pasado, no supimos, él no contestaba llamadas, no sabíamos absolutamente nada de él. Requeríamos su presencia en el Club; le llamamos a su hermano Raúl y nunca respondió, hasta ayer supimos algunas cosas y no fueron buenas. Salió el domingo a la iglesia, pero no volvió hasta tres días después. Nadie sabía de su salud ni cómo se encontraba emocionalmente. Antier, como a las 12 del día, me llamó una mujer del teléfono particular de mi compañero diciendo: yo no soy ni conozco nada del dueño, lo único que me urge es entregar el celular ajeno.
Afortunadamente mi Dios me tenía destinado que en la lista de contactos favoritos el primero aparecía mi nombre. Yo fui la que se destinó para hacer llegar a su destino esta encomienda. La mujer se volvió a comunicar diciendo que iba a mandar el aparato en un DiDi y que yo se lo entregara a su dueño en la propia mano.
Toda la mañana fue de espera en incertidumbre, hasta que una mujer rubia entró preguntando en el Club por mí, diciendo que solo quería conocerme, entregar el aparato y así quedaría cerrado este asunto.
Se fue dejándonos con alegría y bendiciendo a Dios por este suceso.
La familia, niñez y estudios y todo lo concerniente a mi compañero lo supe por boca de mi hermano, él me platicó todo lo concerniente al desarrollo y pormenores de la vida de él, que la mayoría son tristes y lamentables.
Ellos fueron tres hombres y una mujer, a ella la conocí en el Instituto América, cursaba el quinto año de primaria cuando un accidente cardiovascular le arrebató su pequeña vida, contaba con 11 años de edad. Toda la familia lloró y lamentó la partida de su preciosa hermana. Era una hermosa rubia de ojos azules y sonrisa de ángel. Algunas veces compartimos el recreo y alguna que otra golosina juntas. Después sus hermanos siguieron frecuentando nuestra casa, pues estaban en el Instituto Regional de compañeros de mis hermanos. Raúl se fue a estudiar a la Ciudad de México y pasaron muchos años sin que nos volviéramos a ver. Nos encontramos en un hotel en el centro de la ciudad y nos saludamos con mucho agrado.
A Lalo frecuentemente lo veía en el Corazón de Jesús o en el Santuario para el día de la Virgen de Guadalupe, siempre devoto y bien portado. Mi hermano Gustavo tuvo un suceso terrible donde perdió su libertad y Lalo siempre estuvo a su lado, apoyándolo incondicionalmente hasta que él salió de prisión. Mis hermanas le pusieron un departamento. Lalo acompañaba muy seguido a mi hermano en sus soledades. Después en otra ocasión acompañó y vivió con mi hermano hasta que tuvimos que pasarlo a un asilo en donde Lalo no dudó y se enlistó también y se fue a radicar al lado de su gran amigo. Allí compartieron de todo, ya que Lalo se había quedado a la deriva, pues los señores que lo asistían habían fallecido y él vivía solo y quiso llenar hasta cierto punto los vacíos existenciales de esa manera.
Él fue el eslabón que unía a nuestro hermano con el asilo, sus dirigentes y nosotras, teniéndonos oportunamente al tanto de los problemas de salud que tenía mi hermano, si iba el médico, lo que le recetaba y el modo cómo obtener el medicamento adecuado.
Dicen que hoy es cuando yerbabuena hay que dar sabor al caldo, me he obligado moralmente a hacerle más placentera la vida a mi amigo Lalo.
La salud de él ha decaído, ya que la edad y los problemas se le han venido encima; de niño tuvo un fuerte accidente en la Alberca del Instituto Regional: un día de verano se tiró a la alberca pero no tenía esta agua y se dio un fuerte golpe, lo que le provocó secuelas graves en su integridad física y mental. Comenté yo esto, y temíamos que le hubiera pasado algo más fuerte. Lo encontramos sano y salvo en la casa donde habita, pero su mente ya no está bien. La señora que lo cuida nos comentó que frecuentemente sale pero que ya no sabe cómo regresar. Él es escurridizo y pata de perro, pero ahora ya no sabe cómo volver. La pregunta sigue en el aire, qué le pasó, dónde perdió su celular, cómo llegó después con su prima y su sobrino a su domicilio sin camisa, con otra chamarra y con señas de haber pasado días sin comer. Quedan muchos cabos sueltos respecto a su celular, pero eso será otra historia.
Frente a la buena noticia de que Lalito está físicamente bien y en su casa, nos surge inminentemente la pregunta: qué pasó durante esos tres días que duró perdido con su celular y sobre todo con su mente, lo que da a entender que no recuerda absolutamente nada.
Quién, cómo, por qué y para qué tomaron el celular de él y qué hacía en las manos de unos jóvenes dejándolo en una casa particular en la colonia Chihuahua 2000, esa es la gran pregunta. Yo fui el conducto para que llegara a su destino, pero la mujer que recibió el celular se quedó con muchas dudas porque se lo entregaron a sus hijas diciendo que se lo pusieran en la mesa del comedor. Afortunadamente ella me llevó el celular y yo cumplí el cometido, pero ya no están ni Watson ni Sherlock Holmes para resolver este enigma, yo no presumo de poseer criterio de espía, que solo el tiempo puede ayudar a esclarecer todos y cada uno de los cuestionamientos que asaltan nuestra mente y razón. ¿Por qué no se volvió a comunicar conmigo Raúl? ¿Por qué desconectó su teléfono? ¿Qué secretos se ocultan bajo estas acciones? Solo el tiempo irá sacando a la luz todo esto para resolver los enigmas, por lo pronto nuestro compañero Lalo ya no ha regresado al Club de Los Abuelos.
Rosario Ruiz Morales se inició como escritora en agosto de 2010, cuando entró a un taller literario llamado Para perderle el miedo a la escritura, en Demac. Desde entonces escribe todos los días, como una forma de meditación y trascendencia.