El Abuelo. Leoncio Acuña Herrera

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Columna de Acuña

 El Abuelo                                                                                

 

 

Por Leoncio Acuña Herrera

 

 

El domingo 15 de septiembre de 2024 a las 8.30 de la mañana nació mi nieta Elenita y me convirtió en abuelo primerizo.

Han sido días muy emocionantes, porque junto con mi esposa somos el primer relevo de mi hija y de su esposo cuando tienen que salir, aunque sea a dispersarse un poco.

Esto me ha hecho recordar lo que significaron mis abuelos paternos, los que me tocaron vivos cuando yo nací en mi natal Cananea, Sonora, en aquel lejano 1962.

Mi abuelo paterno, o Tata, un hombretón vaquero con sonrisa a flor de piel, coqueto empedernido, que en sus rodillas me permitía meter el dedo en su copa de whisky o tequila.

Mi abuela, o Nana, bajita pero de armas tomar, extremadamente celosa, católica recalcitrante, pero que entregaba su corazón a manos llenas como un árbol deshojándose en otoño.

Pero más allá de las anécdotas, el asunto me ha hecho reflexionar sobre esta civilización construida en base al núcleo familiar, a nuestros ancestros y descendientes de sangre.

Y estar consciente que, cuando uno ya es abuelo, es porque ya no se hierve al primer hervor, y digas lo que digas, el horizonte de tu fin ya no aparece tan lejano: ha empezado la inexorable y cuenta regresiva.

¿Cómo me recordará mi nieta? Es un tema interesante, porque generalmente uno recuerda borrosamente, cuando mucho, a los bisabuelos, pero de ahí para arriba ni idea de los nombres, a menos que salga de alguna tía, o que se indague en el árbol genealógico. Ahora con el internet esto es mucho más sencillo.

Creo que difícilmente nos acordamos de los bisabuelos porque nadie nos hablaba de estos. Es decir, la mejor manera de que mi nieta recuerde a sus ancestros es que yo le cuente de mis abuelos (sus tatarabuelos). Si acaso mamá de vez en cuando le hablará de sus abuelos (nosotros) y difícilmente de sus bisabuelos (mis padres). Luego entonces, cabe en mí hacer algo por la causa, aunque sea solo como un ejercicio de memoria. Por eso hay sabiduría en las tradiciones orales de los pueblos originarios.

La otra reflexión es hacia los que vienen.

Por ejemplo, en el caso de mi nieta, ¿qué mundo le tocará vivir? ¿cómo le harán con el problema de la contaminación que les dejamos? ¿podrán volar los autos? ¿ya será un planeta dominado por las mujeres? (ojalá), ¿qué tipo de generación le tocará? ¿para entonces las redes móviles, el Instagram, el tik-tok, serán asuntos de la prehistoria?

Y respecto a mí ¿me recordará con cariño? ¿con indiferencia? ¿con repudio?

Y para mayor curiosidad, qué rasgos heredará de mi: ¿el pelo, los ojos, el mal carácter, el gusto por las letras, la incompetencia con los números?

Vaya usted a saber, a lo más que puedo aspirar es a que me recuerde con cariño, tal como yo con mis abuelos paternos, pero para eso deberé aplicarme en serio, en el último tercio que me falta.

Es paradójico que en la vejez la vida aún nos tenga un último regalo, que hace más ligero el transitar en una edad donde se empieza a complicar todo, como dice Serrat en “Llegar a viejo”.

Por eso, bienvenida Elenita, mi querida nieta que empiezas de cero. Te deseo una vida plena y que seas tan feliz hasta donde se pueda.

 

4 octubre 2024

 

 

 

Leoncio Acuña Herrera, periodista y escritor, es licenciado en ciencias de la comunicación. Ha sido reportero en Novedades de Chihuahua, subdirector editorial de Norte de Chihuahua y jefe de información de El Heraldo de Chihuahua. Tiene maestría en periodismo por la Universidad Autónoma de Chihuahua.

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