Ilusión óptica
Por Karly S. Aguirre
—Qué pequeñas son tus manos —dijo Greg mientras las sujetaba y las examinaba detenidamente—. Son perfectas —agregó mientras sonreía extrañamente y comparaba el tamaño de sus manos con las mías.
—Me alegra que te gusten —respondí sarcásticamente, pero él no parecía entender el sarcasmo en mi voz, o quizá no le importaba.
Greg se acercó a mi rostro y me besó. Eso me gusta. Sus besos eran lentos y apasionados, me sentí muy excitada en segundos. Mi cuerpo se encendía por donde sus manos tocaban, era como si mi carne fuera pólvora y sus manos fósforos encendidos.
Mis manos se unieron a la excursión, comenzando el recorrido por sus muslos y cayendo en cascada hacía la montaña que se alzaba sobre su pantalón. Bajé la cremallera y ahí estaba su pene, sobre la ropa se antojaba enorme, carnoso, duro, pero desnudo no era imponente. Era el equivalente en grosor, largo y consistencia a una enchilada, y aunque ya había vencido mis estigmas sobre los penes pequeños con experiencias satisfactorias, también sabía que la mayoría de los hombres de penes pequeños tienden a durar muy poco.
Greg, tomó mi mano y la llevó a su miembro, yo lo sujeté del tronco y comencé a hacer movimientos arriba y abajo, él gemía y me decía que mi mano era perfecta y con razón: mi pequeña mano hacía parecer más grande a su pene pequeño. Esto apenas cruzaba por mi cabeza cuando Greg terminó, como dije antes. Volví a comprobar que la mayoría de los hombres de pene pequeño no duran mucho.