Anita niña maravilla. Novela seriada, episodio 7
Por Fructuoso Irigoyen Rascón
―Veo que conservas tu buen humor. Para mañana me dices cuál es la capital de Rwanda. Pregúntale a tu papá.
―¡Tampoco se la sabe! [Más risas ]
―Por hoy sigamos estudiando los continentes.
Aurora, que acababa de dejar a Anita en su salón, alcanzó a oir las risas.
«¡Ojalá y no se estén riendo de Ana!» Y apresurando el paso salió de la escuela por la puerta principal. Su coche estaba estacionado en el apartado para lisiados e impedidos. De ahí alcanzó a ver un auto azul y le pareció reconocer tras el volante a Ricarda. Abrió la puerta del vehículo con el control remoto y subió, sentándose al volante. Al arrancar el carro miró por el espejo retrovisor. El automóvil azul ya no estaba.
VI
El regreso de Anita a Terapia Internacional S.de R.L. (en adelante TI) fue acogido tan cálidamente como lo fue en la escuela. Beto (Gilberto o Roberto) el terapista en jefe casi saltaba de alegría. Aurora, aprovechando el positivo ambiente, preguntó a Beto:
―¿No has oído de una terapia nueva que están haciendo unos alemanes y que descarta el uso de prótesis y otros artefactos?
―Sí. Sus conceptos son muy interesantes, aunque mucho de lo que ellos hacen ya lo practicábamos aquí, estamos siguiendo la información que nos llega. En esta profesión ―iba a decir en este negocio― tenemos que apoyarnos en lo viejo y lo nuevo como eso vaya apareciendo. Pero lo más importante es pensar en los niños, en no hacerles daño…
Aurora, aunque no del todo convencida de la veracidad de la elaborada respuesta de Beto, la agradeció de todas formas. De alguna manera había temido que al sacar a Anita de este lugar para llevarla al Centro los de TI, particularmente Beto, se hubieran disgustado con ella.
―Anita, vamos a trabajar. ¡A las barras paralelas!
Aurora se marchó con una expresión en su cara de emoji satisfecho, pero no feliz.
Las siguientes semanas transcurrieron tranquilamente. Anita iba a la escuela todos los días y a su terapia en TI tres días a la semana. Hasta aquel lunes, Anita salió de la escuela a la hora de siempre, su papá la recogió, advirtió en la calle la presencia del auto azul, pero no pudo distinguir quien lo conducía. Una vez que colocó la silla de ruedas y el andador en la cajuela y se aseguró de que Anita llevara correctamente el cinturón de seguridad, se dispuso a ocupar el lugar del conductor en el carro, miró por el espejo y el automóvil azul ya no estaba.
Esa tarde Alfonso la llevó a TI.
―Tu mamá te va a recoger a las seis.
A las seis y un minuto Aurora se estacionó en el reservado. Esperaba ver a Anita aparecer por la puerta principal que lucía un impresionante logotipo y el letrero Terapia Internacional S. de R.L. Pero la puerta no se abrió sino hasta las 6:15 y entonces no salió Anita sino una de las recepcionistas. Aurora la via echando llave a la puerta. Conmocionada, bajó del carro y abordó a la muchacha, que no dejó de sorprenderse.
―Alguien la recogió. Era una mujer. Anita parecía conocerla.
―¿Segura que no la recogió mi esposo?
―No señora. Conocemos muy bien a don Alfonso…
Apenas pudo deglutir aquel conocemos muy bien y decir un apresurado y angustioso gracias. Se lanzó como un bólido rumbo a la casa. Alfonso estaba mirando un tanto distraídamente las noticias de las seis, los primeros treinta minutos reseñaban los crímenes ocurridos recientemente:
―“el índice criminal aumenta en forma alarmante, secuestros y homicidios ocupando el primer lugar en todo el pais”.
Llegó Aurora.
―¡Anita ha desaparecido!
―¿Cómo que desaparecido?
―Sí, no estaba en TI, una mujer se la llevó.
―¿Qué mujer?
―Una joven. La recepcionista no la conocía pero parece que Ana sí.
―¿No te parece extraño que Roberta…
―Ricarda.
―Ricarda haya venido a traer los pistachos y luego la haya visto yo rondando la escuela…
―Solo te pareció verla.
―Y a ti te pareció ver el carro…
―Vamos a la oficina de la psicóloga, los psicólogos atienden hasta tarde.
―Espera, aquí tengo el número. Vamos a hablar primero.
La voz de Ricarda contestó:
―Servicios Psicológicos Prisma. En este momento estamos cerrados, si es una emergencia llame al 911. Por favor deje un mensaje después del tono. La oficina está abierta de martes a viernes de 9 a 7 de la tarde. Gracias.
―¡Cerrado! Y no tengo el número celular de la doctora.
―¿Lo tendrá la directora del Centro?
―¡Bueno! que bueno que me habla, tenemos que reunirnos para examinar el reporte…, ¿qué? Oh, sí, por aquí lo tengo, déjeme ver, sí, aquí está, se lo mando por mensaje. Hablamos después.
El número del celular no tardó mucho para aparecer en la pantallita del teléfono de Aurora, aunque para ella fue eterno.
Marcó el número.
―No, no es aquí, tiene el número equivocado.
Lo revisó, había marcado un 9 por un 4. Marcó nuevamente.
―¿Doctora? Soy Aurora, la mamá de Anita.
―¿Es por lo de los pistachos?
―Por Dios, deje de leer mi mente, necesitamos hallar a Ricarda.
―¡Oh! ¿Qué pasó? Resulta que me contó que fue a visitarlos. La regañé pues se suponía que no debería intimar con los pacientes. Es un no-no definitivo. Y ¡que se enoja, me dice unos disparates y tal como así, se larga y no la he vuelto a ver!
―¿Cómo la podemos localizar?
―Le mando su celular. No se dónde vive.
―Llamemos a la policía.