Los llegues del vecino
Por Karly S. Aguirre
—Buenos días, vecino. Sospecho que su auto está enamorado del mío, siempre lo veo dándole besitos.
—Buenos días. Tiene usted razón, le da besos, sobre todo franceses.
—Mire, vecino: ese amor no puede ser. Mi auto es mucho más joven que el suyo y no pude darse el lujo de devaluarse por ese ridículo amorío. Su auto ya es viejo, de fierros retorcidos y aceites añejos.
—Mejor vea usted y vea muy bien, vecina. Usted no es nadie para impedir ese amor. No es mi intención entrar en conflicto, pero mi auto siente una atracción magnética por la defensa trasera del suyo. Están muy enamorados y defenderé esa relación para bien o para mal, a capa y espada.
—Lo mejor será poner distancia entre su auto y el mío, vecino. Un metro y medio será suficiente para que dejen de besarse tan descaradamente en vía pública.
—Exactamente, usted lo ha dicho, estamos en la vía pública. Mi auto es libre de acercarse al suyo cuanto le plazca.
—Me temo que está usted en un error, mi auto aún es joven y su auto lo está pervirtiendo.
—Ni hablar, vecina. Trataré de convencer a mi auto de tomar distancia, pero no le prometo nada. En una de esas y hasta terminamos emparentados.