Anita niña maravilla. Novela seriada, episodio 3
Por Fructuoso Irigoyen Rascón
―No creo nada ―comenzaba a decir la doctora como respondiendo al tono agresivo que la madre estaba asumiendo, pero se detuvo antes de seguir, intentando ser política― es decir, solo quiero decir que algunas de las memorias de Anita: el conejo, la zalea, el mosquitero, corresponden a cosas que ella aprendió después, ya que siguió viéndolas cuando ya tenía la capacidad de poderlas grabar en su memoria. La historia de la bajada de la cuna o la presunta caída tal vez, solo tal vez, procede de algo que ella oyó, una conversación, o en la televisión o en la escuela… algo que le hubiera podido pasar a otro, o a otros niños.
Aurora ya no dijo nada. Se guardó su siguiente comentario para su esposo que pasó a recogerlas.
―Parece que la tipa esa se tragó el cuento que le contó la niña.
―¿Cuento? ―dijo Alfonso arrancando el automóvil y mirando el asiento de atrás donde iba Anita. Aurora bajó la voz, interpretando correctamente el gesto de su marido, «que no oiga esa niña que todo lo oye.»
―Después te digo.
II
El papá empujó la silla de ruedas hasta la estancia… enseguida se sentó en el sillón individual que quedó a un lado de la silla. Aurora se quedó atrás bajando algo del automovil, así que cuando entró a la estancia se encontró con Anita y su papá. Notó entonces que Anita tenía algo en su mano. Era una tarjeta.
―Me la dió Ricarda.
Aurora casi arrebató el pedacito de cartón de la mano de Anita. Escrito con letra de molde, muy clara por cierto, decía:
«ANITA, cita de seguimiento enero 8. 10:30 AM.»
Aurora pensó en decir «y todavía cree que volveremos» pero no lo dijo. Le dió la tarjeta a su esposo.
―Tú la llevas.
Y como intentando comunicar algo más, describió como debería llevarla:
―que se ponga sus prótesis (aquellos hierros horrorosos que le permitían caminar con la ayuda de un andador)
―Tú la llevas en su silla por el elevador hasta la salita de espera. Que ahí se pare y entre a la oficina caminando [cuando la llamen] con el andador.
¿Qué podía decir Alfonso?
―Como tú digas.
Aurora marcó entonces en su celular el número del programa al que asistía Anita. La escuelita, le decían y de hecho era escuela combinada con sus terapias física, ocupacional, de lenguaje, etcétera. Como hemos visto, Anita para nada necesitaba la terapia de lenguaje, pero Aurora no la había objetado, como sí se opuso a que la refirieran a la psicóloga, lo que explica tal vez su exagerada reactividad ante sus intervenciones.
―Sí, ya la llevé, llevamos. ¿Puede ya volver al Centro?