El barco de papel sobre la taza de café. Karly S. Aguirre

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El barco de papel sobre la taza de café

 

 

 Por Karly S. Aguirre

 

 

¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
 
Ausencia, Jorge Luis Borges

 

 

 Todo el mundo hablaba sobre La Vieja Habana, un bar latino en La Cantera donde se bailaba salsa. Siempre en busca de nuevas experiencias y tratando de avivar la llama del amor, le pedí a Damián, mi novio, que fuéramos. Hacía tiempo que no hacíamos nada juntos y era la oportunidad perfecta para reconectarnos. Damián rechazó la idea, diciendo que no le gustaba bailar. Aun así, cada vez que alguien contaba anécdotas sobre la ardiente Vieja Habana, me llenaba de emoción e insistía. Pero la respuesta de Damián fue siempre la misma.

Diciembre llegó y con él las tradicionales posadas navideñas. Un compañero de trabajo de Damián ofrecería una en su casa. Damián decidió no invitarme, dijo que de seguro la pasaría mal, por la música predilecta de sus compañeros, y que solo iría a hacer acto de presencia.

Gracias al Dios omnipresente de la edad moderna, las redes sociales, descubrí que Damián había bailado con una mujer, primero en un círculo acompañados de todos sus colegas, y después pegaditos en pareja.

*

—Dijiste que no te gustaba bailar —fue lo primero que le dije cuando fue a verme.

—¿Qué querías que hiciera? es mi jefa, no le puedo decir que no. Sabes que quiero un aumento.

—Entonces gánatelo con tu trabajo.

—Así no funcionan las cosas allí.

—Te pedí durante medio año que bailaras conmigo, y en solo una noche aceptaste bailar con ella.

Damián me rodeo con sus brazos e intentó hacerme bailar con él, pero ya no significaba nada para mí, y nunca lo haría.

*

Él era una persona vana, no comprendía nada sobre significados en poemas, hechos, palabras, silencios y bailes.

*

Un jueves de marzo mi mejor amiga, Sofía, me invitó a ver a la banda de su novio, que tocaba rock en el Black Pepper, un bar en Plaza Rayuela. Me dijo que podía invitar a Damián, quien, para variar no quiso acompañarme.

Como Damián no quiso, Sofía y su primo, Pablo, pasarían por mí. Ella me había contado mucho sobre Pablo, quien era un hermano para ella. Siempre hablaba sobre presentarnos, de lo bien que nos llevaríamos.

Ya había visto a Pablo un par de años antes en la casa de su abuelo, mientras esperaba a Sofía para ir al cine. Esa primera vez me puse nerviosa, pues era un muchacho apuesto, alto, bronceado, de sonrisa coqueta. No podía creer que dos años después seguía teniendo ese efecto en mí. Seguía teniendo porte de galán, sonrisa hermosa y mirada cálida.

Él comenzaba a desenvolverse en el arte de la fotografía, se paseaba de un lado a otro en el bar tratando de encontrar los mejores ángulos para capturar a la banda, que hasta las once tocaría, lo que nos daba tiempo para conversar. La plática fluyó naturalmente y sin esfuerzo. Era una persona gentil, con sentido del humor. Los nervios se disolvieron entre risas y pronto me sentí cómoda a su lado.

Después de que la banda tocara, al dar las doce, todos lo felicitaron: era su cumpleaños número veintisiete. Le cantamos las mañanitas y recibió los abrazos. Luego todos se dispersaron por el bar, que ya estaba más lleno que cuando llegamos. Sofía se perdió con su novio entre la multitud. Pablo y yo salimos a despejarnos, nos sentamos en una banca a las afueras de la plaza.

Las pláticas de media noche siempre son intensas; los monstruos que llevamos por dentro no desaparecen, pero se transforman en animales dóciles, hambrientos de comprensión y compañía. Fue así como la charla se tornó intima. Sofía me había contado que Pablo terminó recientemente con su novia de la universidad.

—¿Cuánto tiempo tenías con ella? —pregunté.

—Dos años. ¿Y tú, con tu novio?

No sabía cómo responder; la magia que habíamos creado hasta ese momento se desvanecería, y tampoco quería quedar como una mentirosa.

—Tengo ocho meses con mi novio.

El novio de Sofía nos interrumpió desde del piso superior, quien, ya ebrio, nos gritó.

—Ya bésense.

Nos miramos incomodos y rogué para que el tipo molesto cerrara la boca. O porque Pablo me besara, lo que fuera que pasara primero.

*

El sábado, mientras cenaba con Damián recordé que esa noche sería la fiesta de cumpleaños de Pablo. Sus amigos habían organizado una reunión en su honor y yo había sido invitada.

No podía ignorar la fuerte atracción que sentía, así que decidí no ir a la celebración. No quería alimentar los dulces sentimientos que empezaban a formarse dentro de mí. Así que le envié un mensaje a Pablo para decirle que no asistiría, le agradecí la invitación y le deseé una feliz velada.

Minutos más tarde tuve respuesta de Pablo, quien lamentaba mi ausencia. Mi corazón empezó a latir fuerte de nuevo, esta vez decidí escucharlo a él, y no a la poca razón que me quedaba. Le pedí a Damián que me llevara a casa, pues esa noche saldría a divertirme.

*

Pablo y Sofía pasaron por mí. Él había tenido que salir de su propia fiesta solo para recogerme, y no parecía importarle. Hechizada por las luces de la ciudad, el viento bullicioso que se colaba por la ventanilla, y la presencia de Pablo, me sentía realizada.

Durante la fiesta, un amigo suyo, Marcelino, fingió estar ebrio; hizo chistes de mal gusto la noche entera y pronto ahuyentó a la mitad de los invitados. Luego le cantamos las mañanitas a Pablo y Marcelino, en uno más de sus intentos de bufón, lanzó el pastel a la cara de Pablo, el pastel voló unos segundos, acabó en el suelo y parcialmente en la ropa de los que estábamos cerca.

Pablo se avergonzó tanto que salió de la casa sin decir palara, Sofía y yo fuimos tras él. Para despejarse, caminamos por el fraccionamiento y llegamos a un parque, Sofía se subió al pasamanos y se sujetó con las piernas mientras colgaba de cabeza. Yo traté de imitarla, pero me daba miedo caer. Sofía y Pablo se empeñaron a ayudarme a lograrlo y los dos me sujetaron. Para bajar, Pablo me cargó en brazos.

Volvimos a la casa de los amigos. Descubrimos que, después de tanto fingir, Marcelino finalmente se embriagó de verdad y no podía conducir a casa. Pablo me pidió que manejara el auto de Marcelino mientras él me marcaba el camino. Seguí a Pablo en el Neón de Marcelino, este iba inconsciente en el asiento trasero.

Luego de tan estrepitosa noche, me llevaron a casa. Estaba cansada y olvidé en el asiento trasero una botella de whisky barato que había llevado para compartir y ni siquiera tuve oportunidad de probar.

Pablo me contactó al día siguiente para disculparse por el teatrito de su amigo y devolverme el whisky. Le pedí que no lo hiciera, era más costoso el viaje que el whisky, pero él insistió. Dejé de persuadirlo porque quería verlo. Después de su cumpleaños no había planes futuros cercanos para volverlo a ver, así que decidí invitarlo a salir. Hicimos una cita para el viernes.

*

Mis sentimientos por Pablo eran apasionados y culminantes. Era hora de hablar con Damián, ser honesta y valiente para finalizar nuestra relación; de cualquier manera, ya había expirado hace mucho tiempo.

Sentados en el parque Doctor Canseco, inicié una plática cotidiana. Damián me escuchaba sin prestar atención. Sentí prisa en hacer de su conocimiento los motivos por los que lo había citado, tragué saliva y respiré profundo.

—Me gusta el primo de Sofía.

Damián guardó silencio por un momento, luego dijo:

—Está bien, te va a gustar mucha gente, es natural.

—No me gusta del mismo modo que Leonardo DiCaprio. Me refiero a que me gusta en serio.

De nuevo hubo silencio.

—Si quieres nos damos un tiempo, así tú puedes salir con él y con quien quieras, yo te espero.

Esperaba una reacción fatal y doliente, que terminara conmigo en ese mismo instante. Pero fue dócil y no tuve valor de terminarlo con esa mirada de perro dolido. Yo estaba vulnerable, tantas emociones a flor de piel, no supe manejar la situación. Acepté el tiempo que me ofreció y me despedí.

*

Todos los días, como una plegaria, siempre pendiente del reloj, deseaba volver a ver a Pablo. Había hermosos haikús escritos en mis ojos cada vez que lo miraba, acompañados de un destello alegre que jamás habían tenido, quizá por eso veía los colores más vivos. Cada instante a su lado se sentía nuevo y fresco, algo creado solo para nosotros.

En nuestra cita, Pablo y yo fuimos a un bar en Puerta Norte, cerca de mi casa. Al ritmo de la noche, nuestras risas conectaron y fuimos desnudando poco a poco nuestras almas. Jugamos a verdad o reto para romper la tensión de estar por primera vez a solas. Más tarde, en busca de silencio y privacidad, fuimos a su camioneta, donde finalmente quité la última prenda de mis máscaras, leí para él unos poemas que había escrito hacía tiempo. No hacía frío, pero estábamos temblando. Después de leer un par de poemas, Pablo me interrumpió.

—Te reto a que cierres los ojos.

Sus ojos resplandecían entre la penumbra de la noche y la escasa luz de luna que se filtraba por las ventanillas. Cerré los ojos, como señal de que aceptaba el reto; Pablo se aproximó a mí. Sentí sus labios sobre los míos, cálidos, suaves, sus dedos rosaron mi rostro. Probé el amor por primera vez en sus labios.

*

Empezamos a salir cada semana. Nuestro pasatiempo favorito era ser catadores de besos, los lugares predilectos eran la Presa el Rejón y La Francia Marítima, donde Pablo hacía barquitos de papel. Admiraba sus manos fuertes y cálidas, que siempre albergaban las mías con ternura.

Pasamos el tiempo a la Ciudad Deportiva, donde descubrí que mis sentidos se habían agudizado al poder distinguir entre todos los cantos de las aves. Bailamos en la cima del discóbolo Dance with me de Nouvelle Vague, canción que se convirtió en himno de tan dulce conquista.

Dejamos huellas de nuestro amor por toda la ciudad, en restaurantes, parques, cafés y avenidas.

*

 Lo he visto pasar en películas y series de televisión. Las personas que se aman profundamente no terminan juntas.

Siempre me he preguntado quién es el infame autor de semejantes historias tan infelices. Quién fue el desalmado autor que escribía mi vida, y por qué cruel motivo había decidido apartar a Pablo de mí lado. ¿Era yo esa escritora?

Cuando le conté a Pablo que finalmente había terminado con Damián, su semblante cambió; pensé que iba a sentirse feliz, pero su cara se tornó inexpresiva, me dijo que justo quería hablar conmigo sobre el tema. No se sentía listo para formalizar una relación tan pronto, después de haber terminado su noviazgo de dos años. Que necesitaba un respiro, había sido una relación turbia y no estaba listo.

Acepté darle el espacio y tiempo que necesitaba para sanar y lo dejé marcharse bajo la promesa de seguir siendo amigos.

*

Por supuesto que nunca fuimos amigos. Cortó toda comunicación conmigo y siguió con su vida, mientras yo aprendí a vivir con los síntomas del corazón roto. Lo vi un par de veces después, pero ya era un completo desconocido que fingía no recordar mi nombre.

Aún recuerdo mucho del amor que le tuve, lo recuerdo haciendo barquitos de papel sobre tazas de café.

 

 

 

Karla Ivonne Sánchez Aguirre estudió en el bachillerato de artes y humanidades Cedart David Alfaro Siqueiros, donde estuvo en el especifico de literatura. Actualmente estudia en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH. Escribe relatos y crónicas en redes sociales.

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