Pedazos de éxito: el costo de una fortuna. Marco Benavides

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Foto Pedro Chacón

Pedazos de éxito: el costo de una fortuna

 

 

Por Marco Benavides

 

 

En la bulliciosa ciudad de Tula de Allende, donde el ruido de los negocios y la vorágine de la vida moderna se mezclaban, vivía un hombre llamado Ventura. Desde joven, soñaba con alcanzar el éxito económico y erigirse como uno de los empresarios más prominentes de la región.

“Los únicos que te dicen que el dinero no hace la felicidad son aquellos que no quieren que lo tengas” era su mantra. No obstante, este sueño se convirtió en una obsesión que lo consumía día y noche, llevándolo a sacrificar su tiempo libre, sus relaciones personales y, lo más devastador, su salud.

Los años pasaron, y Ventura acumuló una fortuna que impresionaba a todos, incluso a él mismo. Poseía una mansión lujosa, un automóvil de ensueño y una cuenta bancaria que no conocía límites. El dinero lo hacía sentir masculino y poderoso.

Sin embargo, Ventura se alimentaba de comida chatarra cuando podía, fumaba un cigarro tras otro y se sumergía en jornadas laborales interminables, mientras que la falta de ejercicio y el estrés constante socavaban su bienestar físico y mental. La posesión de riqueza era su único motor.

Un día, el destino llamó a su puerta de manera abrupta. Ventura despertó con un dolor agudo en el pecho, ominosa señal de que algo no estaba bien. Alarmado, buscó la ayuda de un médico que le reveló la dolorosa verdad: problemas cardiacos graves amenazaban su existencia. La noticia sacudió a Ventura hasta lo más profundo de su ser, haciendo que todo el éxito económico acumulado palideciera frente a la cruel realidad de su propia mortalidad.

Sin embargo, y a pesar de las advertencias de los médicos, Ventura continuó aferrándose a la creencia ilusoria de que su riqueza podía resolver cualquier problema, incluso el deterioro de la propia salud. Ignorando las señales que su cuerpo le daba, la fatiga y la tos constantes, persistió en la persecución despiadada del éxito financiero, destruyendo incluso patrimonios ajenos, convencido de que el dinero por sí mismo era la única medida de su valía como ser humano, su única razón de ser.

Con el paso del tiempo, la salud de Ventura se desvanecía paulatinamente, y junto con ella se desmoronaban sus relaciones. Aquellos que antes lo admiraban por su éxito económico ahora lo veían como un hombre enfermo, destruido, obsesionado y distante. No pocos lo veían como un enemigo. La soledad se volvió su única compañera, consumiéndolo desde adentro.

Un día de diciembre, mientras contemplaba el atardecer desde la ventana, acostado en la incómoda cama de una fría sala del costoso hospital en donde esperaba la visita diaria del mejor médico de la región, Ventura reflexionó sobre el verdadero significado de la vida, una verdad que había ignorado durante demasiado tiempo. Una revelación golpeó su corazón debilitado repentinamente. Se dio cuenta de que había sacrificado años de su vida persiguiendo un sueño efímero que, al final, no le brindaba verdadera felicidad.

El dinero y las propiedades que poseía no podían comprar la salud perdida ni reparar las relaciones rotas. No le permitían siquiera respirar sin ayuda de las puntas nasales que infundían a sus pulmones el vital oxígeno a razón de tres litros por minuto. Ventura se enfrentó súbitamente a la realidad: había descuidado el amor, la amistad y el bienestar personal. En ese momento, la sensación opresiva en su pecho se intensificó, pasando luego instantáneamente.

En su lecho de muerte, Ventura no lamentó los negocios que no cerró ni las oportunidades que dejó pasar. En cambio, se sintió agradecido por haber descubierto la verdadera esencia de la vida antes de que fuera demasiado tarde. Sonrió por un momento. Irónicamente, su legado no fue el imperio económico que construyó, sino la lección que dejó a aquellos que lo rodeaban sobre la importancia de equilibrar ambición y bienestar.

Sin nadie a su lado, elevó una oración silenciosa al infinito, una costumbre que había perdido hacía décadas. Mientras trataba de recordar cuántas otras había olvidado, sus ojos se cerraron fatigados. Jamás alcanzó a escuchar al personal hospitalario iniciando en él las maniobras de reanimación cardiopulmonar.

 

9 enero 2024

 

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Marco Vinicio Benavides Sánchez es médico cirujano y partero por la Universidad Autónoma de Chihuahua; título en cirugía general por la Universidad Autónoma de Coahuila; entrenamiento clínico en servicio en trasplante de órganos y tejidos en la Universität Innsbruck, el Hospital Universitario en Austria, y en el Instituto Mexicano del Seguro Social. Ha trabajado en el Instituto Mexicano del Seguro Social como médico general, cirujano general y cirujano de trasplante, y también fue jefe del Departamento de Cirugía General, coordinador clínico y subdirector médico. Actualmente jubilado por años de servicio. Autor y coautor de artículos médicos en trasplante renal e inmunosupresión. Experiencia académica como profesor de cirugía en la Universidad Autónoma de Chihuahua; profesor de anatomía y fisiología en la Universidad de Durango. Actualmente, investiga sobre inteligencia artificial en medicina. Es autor y editor de la revista web Med Multilingua.

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