El dulce juego de la falsa lucidez. Guadalupe Ángeles

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El dulce juego de la falsa lucidez

 

 

Por Guadalupe Ángeles

 

 

Una ilusión es algo que engaña o provoca una falsa interpretación.

 

I

 

Una vez leí sobre ciertos soldados que rehicieron un puente solo para volver a destruirlo. Así fue esto durante mucho tiempo, ya no lo llamo enfermedad, ilusión muerta tampoco. Simplemente me parece algo absurdo. Durante años lo pensé como una obra de arte, un exquisito origami que hacías con tus manos para luego deshacerlo, y claro, en su destrucción yo contribuí con inconsciencia, ahora lo sé.

      Sin embargo, los caminos de la enfermedad y sus derivados me llevaron a entenderlo como una puesta en escena cuyos actores no creían demasiado en la historia, o a quienes se les dieron libretos distintos, ¿cómo no enredarnos en el escenario? Aun así, eras el pilar de mi vida, el representante en tierra de lo sagrado, por ello, estoy a milímetros de reprocharme mi ineptitud al consagrarme a los ritos de adoración que inventaba considerándonos piedras de toque para crear incendios, mares y barcas que partían de madrugada.

      Océanos tu cuerpo y el mío. Dulces palabras dichas en medio del ahogo. Eso guardo en mí, eso, al Dios verdadero, agradezco.

 

II

 

Aquí toqué tu cuerpo, aquí acaricio hoy la ausencia de tu caricia. Aquí, sin saberlo, representamos los papeles que alguien escribió para nosotros. Me regalaste lo que yo te daba (¿y viceversa?). Nunca fue asunto de suma y resta, hasta que la balanza se inclinó demasiado ¿en el sentido incorrecto?

      No lo vimos venir, pero sucedió. Fue triste pensar que nos dividieron las palabras, desalentador para ti que mi boca también fue hecha para articularlas, tan acostumbrado estabas al milagro de mi presencia, yo de la tuya (no lo niego) pues aún llega cierta hora cuando el cielo cambia de color y recuerdo que jugué a ser lo que no era y tú, o bien obedecías las reglas implícitas o bien me soportabas (obra en construcción siempre, amenazada por derrumbes).

      ¿A dónde podía ir a parar este movimiento pendular sino al vacío, a esta nada insabora e incolora que como seda nos cubre y transforma lo que fuimos en una figura abstracta, sin sentido?

      Inútil preguntar. Lo vivido tuvo el esplendor de lo cierto: Fue.

      Nadie nos contó que pudiera ser: Fue. Plenamente.

 

III

 

Pecaría de exagerado si llamara a esto una diatriba pues quizá solo sea un intento de crear eufemismos para desligarse de cierta adoratriz:

Inconsecuente, inconstante, imperfecta vienes y me miras poniendo en la mirada no sé, algo más y algo menos que una hoguera crepitante para arrojarme fuera de mí.

Y destruirte. Sí. Pero ¿como por qué? Tan atenta estás al tránsito de mis palabras hacia tu oído, de mis gestos hasta esa hambre que pareces tener de tenerme. ¿Alucino? Posiblemente. No me creo del todo tan total adoración. Sí. Es cierto, yo fui una aparición. Pero no puede ser tan completa tu ceguera. No me llames Dios por Dios, te lo pido. Que me van a dar ganas de ser un Zeus para lanzar un rayo sobre tu casa, aunque nos quedemos los dos sin donde escondernos. No entiendo si realmente estás persiguiendo una línea de fuga, una manera abundante de separarte de ti misma. Entendería que yo fuese un espejo tan magnífico, tan grande. Porque esto no fue un impulso, no nació de un pálpito y ya. No, tuviste tiempo de saber que no era necesario, no lo es, lo sabes, por más que lances luces brillantes al cielo oscuro para iluminar esa imagen inmensa que has hecho de mí, estás al mismo tiempo bien parada en la tierra y no caes en la hipocresía, es más bien una grandilocuencia insensata, no de otro modo puedo dar cuenta de esta mitología absurda en que me depositas sin miramientos.

No rompería por nada esta caja de música que es tu adoración. Sin embargo, hasta de lo más dulce uno se cansa, lo sabes, lo sabemos todos. ¿Nos darías un respiro fingiendo que ambos somos solo un par de seres humanos sin alas y sin poder alguno salvo el trillado e inútil de la ilusión?

Ni siquiera un hijo de palabras tendremos. Tu locura es oceánica. No puedo con ella. No me pienso ahogar.

Todos los cientos de veces que has dicho lo mismo y yo como imagen grabada en piedra permanezco en silencio. Así es como hablan los dioses querida. Arréglatelas con mi silencio.

¿Imaginas que podría cubrir la totalidad de la tierra, este globo terráqueo, con una seda de tu color favorito? ¿Te imaginas que yo deseara hacerte perecer por placer simple? A eso se arriesgan los que inventan Dioses. Mi corazón sería mil veces más grande que el tuyo. O no tendría peso en la tierra, no en esa que tú conoces. Ser inmenso y de piel azul, brazos innumerables para hacerse perdonar su inevitable humanidad (disfrazada de cósmica indiferencia). No me tientes, tengo demasiadas ideas de lo que podría hacer un dios, porque si me parapeto en Dios… mejor no hablemos…

Asirme al último pétalo de la flor que has deshojado porque sí. Soy capaz de transformar mi cuerpo en un pantano lleno de animales muertos, de ponzoñosas criaturas que se mueren de miedo de ser ellas mismas. Contenedor de esos mares que solo has imaginado en los momentos más sublimes. Yo soy ese mar por el poder de tu deseo. Pero no. Lo soy solo en tu mente.

Sí, me voy por los caminos. Sí colecciono corazones y los enredo como ristras de ajos en torno a mi propio corazón. Sí, claro que me ahogo con eso. Pero también podría ser que me finjo mucho más poderoso de lo que soy y cada cabello mío es un simple animal que se muere de aburrimiento en mi cabeza. Eso solo. Solo eso. Nada de divinidad. Has de perdonar.

Carente de mí y sin embargo tan vivo que dan náuseas. Inventando para ti historietas tontas, aderezadas con filosofías más baratas que mi alma. Qué le vamos a hacer. Gracias por fingir tu adoración, ojalá fuera cierta.

Indistintamente juez y parte, ánima y hueso. Sensación y pensamiento. Árbol y nube. Como quien rezara oraciones nuevas, persigo mi propia definición, alejándome lentamente en ella, lo más lejos posible de tu mirada abrumada, abrumadora.

Nieva dentro de mí. Veo tu rostro dorándose a un sol inexistente. ¿De niña no te enseñaron mejores modales?

 

 

 

Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005) y Raptos (2009). Ha colaborado en ÁgoraEl FinancieroEl InformadorEl OccidentalLa Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y EspéculoPremio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.

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