Il postino. Aracely Sánchez Ruiz

Collage de Aracely Sánchez Ruiz

Yo opino/ la columna de Aracely

 

Il postino

 

 

Por Aracely Sánchez Ruiz

 

 

Mario reparte el correo en un pequeño pueblo de pescadores en Isla Negra (que en realidad ni es una isla, ni es negra), en la zona sur de la región de Valparaíso, donde vive Pablo Neruda.

Es 1971 y el poeta chileno espera con ardiente paciencia la notificación de la Academia Sueca de que ha ganado el Premio Nobel de Literatura.

El joven cartero se ha enamorado de la hija de la hostelera, a quien no le hace mucha gracia el romance, por lo que Mario pide consejo a don Pablo, de quien se ha hecho amigo, y este le ayuda a superarse a través de la lectura para ganarse el respeto de doña Rosa y que le permita cortejar a la bella Beatriz.

Esta es la historia que cuenta El cartero (Il postino), cinta italiana de 1994 basada en la novela Ardiente paciencia del escritor chileno Antonio Skármeta y adaptada al teatro bajo la dirección de Salvador Garcini, protagonizada por don Ignacio López Tarso en 2013 y en 2019, donde el papel de Mario fue interpretado por Erick Elías y Emmanuel Palomares, respectivamente.

La referencia viene al caso porque el domingo pasado (además de ser cumpleaños de mi cuñado Óscar y de mi entrañable amigo Julio) fue Día del Cartero.

Esta celebración se estableció oficialmente en México el 12 de noviembre de 1931 por el presidente Pascual Ortiz Rubio, reconociendo la importante obra social que desarrollan los carteros de entregar noticias, sean alegres o tristes, esperadas o inesperadas, de forma rápida y segura.

De esta manera se recuerda la hazaña de un valiente empleado postal del que se dice que en tiempos revolucionarios logró recuperar y llevar a su destino 50 millones en oro y correspondencia militar que se transportaba en un tren, el cual había tenido un aparatoso accidente, en el que perdieron la vida cerca de cien personas.

Asimismo, en 1947 se emitió por primera vez una estampilla dedicada a este oficio. El timbre postal de 25 centavos se vende hoy por 2.01 euros, (27.84 pesos mexicanos) en un sitio de coleccionistas.

Pero la costumbre de escribir cartas se ha ido perdiendo con el tiempo, ahora es más fácil comunicarse de forma inmediata por internet.

Antes, cuando viajabas dentro del estado o del país, o más allá de las fronteras, o incluso “cruzando el charco” a otros continentes, comprabas una bonita postal y la enviabas por correo a tus seres queridos a tu lugar de origen (a veces llegabas tú primero).

Pero eso sigue ocurriendo, como en el más reciente viaje de mi sobrina Lilito a Europa este verano. Nos envió una postal de la Basílica de San Pedro, desde El Vaticano, “con bendiciones directas del papa”, decía. Está sellada el 27 de julio, pero llegó el 6 de septiembre, 41 días después.

También podías mantener una amistad por correspondencia escribiendo largas misivas que el cartero entregaba a su destinatario, aun en las peores condiciones climáticas, como dicen: “lloviera, tronara o relampagueara”.

Si eres uno de mis lectores, seguramente recordarás que fueron las románticas cartas llenas de poesía las que mantuvieron vivo el amor entre mi tío Cacho y mi tía Petrita, a pesar de la distancia, cuando él se fue a estudiar refrigeración a la Ciudad de México.

Y es que en una carta puedes dar rienda suelta a tus sentimientos cuando está lejos la persona que los provoca. Y aun estando cerca, si la timidez te domina cuando la ves, puedes escribirle en una hoja de papel todo lo que no te atreves a decirle frente a frente.

En Chihuahua, la Administración de Correos se estableció en el Palacio Federal, construido entre 1908 y 1910, donde también se albergaron la Agencia de Minería, la Agencia del Ministerio Público Federal, la Dirección Federal de Educación, la Oficina de Alfabetización, la Oficina de Telégrafos, la Oficina Federal de Ensaye y la Pagaduría Civil Federal.

A poco no te acuerdas, si eres de mis contemporáneos, de aquella enorme mesa de mármol en el centro del edificio, donde los visitantes se apoyaban para pegar las estampillas en los sobres de las cartas que enviarían por correo ordinario o aéreo. Y las ventanillas donde vendían estos, también llamados timbres postales. ¿Qué habrá sido de esa mesa? En fin.

Y los carteros, vestidos de uniforme color kaki, con su mochila de cuero, pedaleando su bicicleta, esquivando a algún perro que los perseguía, que iban de casa en casa haciendo sonar su silbato para que salieras a ver qué habían dejado en el buzón.

Quién no recuerda a Jaime Garabito, mejor conocido como Jaimito el cartero, de El chavo del ocho, que en realidad nunca aprendió a andar en bicicleta, por eso no se le veía montado en ella.

Por cierto, siempre pensé que Tangamandapio, de donde decía ser originario, era un lugar ficticio. Ahora me vengo enterando que sí existe y que por la constante mención de Raúl “Chato” Padilla, quien interpretaba al personaje, el municipio michoacano erigió una estatua en su memoria en 2012.

Hoy el correo es electrónico, lo puedes recibir al instante después de que se escribió y responderlo de inmediato. O igual te haces pato y solo lees tus mensajes el fin de semana todos juntos, ¡tú sabrás!

Como sea, escribir cartas ya no es tan común ni popular, por eso cuando recibes una en tu buzón puede resultar una agradable sorpresa.

 

 

 

Aracely Sánchez Ruiz es licenciada en relaciones industriales egresada del Instituto Tecnológico de Chihuahua, trabajó 18 años en El Heraldo de Chihuahua, donde inició como correctora y los últimos doce años como reportera de la sección de espectáculos y cultura. Actualmente escribe notas y comentarios en Facebook.

Deja un comentario