Tributo para Cormac McCarthy. Heriberto Ramírez Luján

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Tributo para Cormac McCarthy

 

 

Por Heriberto Ramírez Luján

 

 

La forma en que uno llega a los libros es azarosa, pareciera que ellos lo encuentran a uno. Con la partida de Cormac McCarthy vino a mi memoria cómo fue mi primer contacto con uno de sus libros. Me encontré por casualidad a Enirque Servín, Nelson Solorio y Noel René Cisneros en los pasillos de Fashion Mall, una noche en que seguramente iban a ver alguna película; nos saludamos con entusiasmo y el tema recurrente de los libros apareció. Me dijeron:

―Compra La carretera de Cormac, es genial.

Fue una estupenda recomendación. Las páginas apocalípticas y vibrantes me llevaron a escenarios futuros totalmente sombríos. A partir de ahí fui adquiriendo los demás títulos de su autoría.

Así pasaron por mis manos Todos los hermosos caballos, En la frontera, Ciudades de la llanura, la famosa trilogía de la frontera. Luego Meridiano de sangre, No es país para viejos, El Sunset limited, y su última novela El Pasajero/Stella Maris, entre algunos otros. Casi todos traducidos por Luis Murillo Fort.

La Trilogía, Meridiano de sangre y No es país para viejos, tienen muchos elementos en común. La mayoría de los hechos descritos o inventados por McCarthy transcurren en escenarios familiares para nosotros en nuestra condición de seres fronterizos. Van de El Paso, Alpine, Odessa en Texas a Ciudad Juárez, Chihuahua o Namiquipa. Además, sus personajes son seres viviendo en la errancia, invirtiendo su dirección habitual, es decir se desplazan de norte a sur. Cruzan la frontera por distintos motivos, confrontando formas de vida diversas.

Sus personajes suelen habitar en cuerpos y entornos violentos, en condiciones de soledad, desesperación, desesperanza o desolación, lejos de una literatura moralizante o aleccionadora. Es, en múltiples ocasiones, brutal. La violencia es uno de los ejes narrativos en casi todas sus obras, por lo que encontró en la cinematografía una gran acogida, aunque sin mucha fortuna, salvo en el caso de No es país para viejos, cuya realización por los hermanos Cohen les llevó a conseguir tres Oscar.

Se trata de una narrativa cuidadosa, sus descripciones nos hacen pensar en un escritor escrupuloso que recorre cada uno de los escenarios tomando notas, guardando en su privilegiada memoria un sinfín de detalles para luego reelaborarlo todo y redactar textos cargados de una profunda filosofía poética. Sin dudarlo es también un gran lector.

Durante años vivió en El Paso, luego, cuando le llegaron vientos mejores, se mudó a Santa Fe, Nuevo México, lugar donde falleció esta semana, el 13 de junio. Cuando publicó La carretera se decía que la había escrito ante el hecho de ser padre siendo ya un septuagenario. Ante una preocupación angustiosa, quizá, de no saber qué futuro le habría de heredar a su hijo. Así que, pensamos, debido a su edad, las obras posteriores como El Sunset Limited, aunque potentes, parecen lejanas de sus obras anteriores.

Así, cuando se dio la noticia de la aparición de dos nuevas obras, El Pasajero y Stella Maris, publicadas en un solo volumen, la expectación fue grande. ¿Qué más podría decir el ahora octogenario Cormac McCarthy? ¿Volvería a ser el mismo entregado investigador que invertía años de trabajo en cada una de sus novelas? Cuando llegó a los estantes de las librerías, los lectores nos volcamos sobre este volumen sin saber que este sería el último que publicaría en vida. En principio, vimos se mantuvo fiel a su editorial Random House en español, y con el mismo traductor.

Otra pregunta que uno se formula, ¿por qué se fue a vivir a Santa Fe? Quizá porque era un sitio ideal para alguien que le gustaba vivir alejado de las cámaras, las entrevistas y las multitudes. Luego otra más, ¿qué hacía en esta hermosa y tranquila ciudad? Por alguna extraña coincidencia, tal vez por el gusto compartido por Santa Fe, me enteré de que allí se fundó el Santa Fe Institute, entre otros por el premio nobel de física Murray Gell-Mann. Fue a través de él que Cormac McCarthy se hizo miembro y amigo del ISF, y que, según una nota póstuma publicada por la oficina de comunicación, hizo del propio Instituto “su segundo hogar, intercambiando ideas con científicos y académicos, y escribiendo en su máquina Olivetti”.

Lo describen como alguien dotado de una mente voraz e intereses casi infinitos. También le reconocen el haber escrito los principios operativos del SFI y el haberse convertido en su administrador vitalicio y miembro principal. Y, lo más importante, que “sus últimas novelas El Pasajero y Stella Maris profundizaron en las ideas de las matemáticas, la física y los temas analíticos que exploró con sus colegas del SFI”.

Esto último terminó por aclararme qué había llevado a Cormac a escribir sobre un tema que poco o nada tiene que ver con sus obras anteriores, donde sus personajes tienen que ver con la matemática y la física, sin renunciar en ningún momento a sus reflexiones de carácter filosófico, ni mucho menos a su obsesión por investigar y documentarse. Sin duda se trató de un gran esfuerzo, que pudo verlo concluido y llegar a una muerte por causas naturales a los 89 años. Un final magnífico.

 

 

 

 

Heriberto Ramírez Luján, filósofo mexicano, redacta la lógica con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de su estética. Y de su gran estilo.

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