Utillajes del destino
La experiencia literaria
Por Renée Nevárez Rascón
El arte, la literatura, la música y, en particular, el hecho de escribir, pintar o componer, han tenido sobre mí la clara virtud de la salvación. El alumbramiento en la oscuridad.
No sé vivir si no escribo,
soy un equilibrista que se arroja a La Nada.
Hacia una totalidad de páginas y letras.
No entiendo ni atiendo el mundo
y a los mundos, ni al mío siquiera
‒sus cantos de cisne atormentado
sin agua y sin sauces por el asfalto‒
si no leo, si no silbo al menos,
si no escribo.
Desde el momento en el que empecé a leer, también, al poco tiempo, empecé a escribir, es decir, a escribir por el gusto de hacerlo.
Cada vez que se mencionaban las oraciones en clase, me gustaba aquella sensación de libertad, cuando la maestra nos mandaba a redactar alguna. Las veía como un instrumento con el que yo podía recrear el mundo y olvidar alegremente lo que me habían contado que era.
El mundo, entonces, parecía nuevo y más brillante a través de las oraciones; ahí se gestaban historias y personajes increíbles.
Muy pronto llegaron los libros y fue también a temprana edad. Se trataba del destino, o juzgue usted por sí mismo. Yo era una niña enfermiza y muchas veces no iba la escuela, pero, sin que en mi familia existieran antecedentes literarios, en mi casa había cajas y cajas de libros a mi disposición, vaya usted a saber por qué.
Así fue como conocí a Sor Juana Inés de La Cruz, a Rubén Darío, Juana de Ibarbourou, Juan Ramón Jiménez, Ramón López Velarde, Amado Nervo… Ahora que lo pienso, son lecturas con las que bien se podría iniciar a un niño en el amor por la literatura, excepto por Sor Juana y algunas cosas de Darío, para las que era necesaria una cierta experiencia literaria.
¿Lo ve usted? Fue el destino.
Sin embargo, no podía entenderlo todo, tenía siete años, pero:
La cadencia de los versos,
la disposición de las letras,
sus columnas ‒torres‒,
sus remates, sinfonías que culminaban
con un movimiento arrebatado.
O, al revés, como un remanso.
Esos laberintos de palabras
querían que fueras en su busca
igual que los niños a las escondidas,
Algunas palabras parecían florecer
al juntarse con otras
y otras, como la hierba.
Surgían por todas partes,
me maravillaban.
Esta fue la primera y la definitiva experiencia literaria de mi vida. Cuando pienso en otras cosas, ajenas a esta experiencia, siento que de alguna forma le fallo a mi destino.
Renée Nevárez Rascón escribió en El Heraldo de Chihuahua, en el libro Los escritores de Chihuahua, en 1982, y en la revista Letras y algo más. A lo largo de su carrera, colabora con numerosos músicos y poetas, poniendo música a sus versos o versos a su música. En 1992 viaja a España, donde radica por 20 años, y publica dos antologías con poetas valencianos: La primera en la colección Algo que decir, del Ateneo Blasco Ibáñez de Valencia; la segunda en Caminos de la palabra, con la Fundación Max Aúb en Segorbe. A su regreso a México es invitada a participar en la antología Todo es posible, y luego publica su primer libro en solitario, llamado Marea del naufragio. Posteriormente es invitada a participar en el colectivo cultural Voces de mi región, en la que forma parte de la organización del Festival de poesía de Chihuahua. En este colectivo, la poeta funge como periodista cultural y presentadora, además, es editora de la revista Voces y de papel, así como de Voces y letras, en la que se presentó una antología de poesía infantil llamada Poesía para iluminar, de la cual es también editora y colaboradora. Prepara una publicación de dos libros más, llamados Luciérnagas en la noche del alma y El Septentrión. Actualmente es maestra de canto y cantante profesional.