Yo no sé mañana. Gabriel Vega Real

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Yo no sé mañana

 

 

Por Gabriel Vega Real

 

 

Para Eduardo Valentino

 

 

Vengo del desierto. Desde antes de que Marcelo Liberado te creara, te formé con la imagen y semejanza que mi mente deseaba.

¿Recuerdas que tus pensamientos se reborujaban entre el mogollón de expedientes que leías en los juzgados?

Soy la sombra del libro que tienes escondido, he estado junto a ti desde que Marcelo Liberado lo abrió. Soy la sombra que formaste para justificar tu vida; soy La Chica del Vocho Rojo, soy la Flor Arelí que vino del desierto.

Creí que Marcelo Liberado se había drogado y por esta razón el mundo estaba petrificado.

No pienses. Marcelo es un pequeño dios dormido. En este momento vive el ritmo Delta de su sueño, el más profundo, donde el espíritu se desprende del cuerpo y puede volar como tu dron, o explorar el territorio con el GPS de tu celular. Desde que salí del libro tengo antojo de tlacoyos, pero en este momento no podremos disfrutarlos. Recuéstate, los abogados simulan las ridículas estatuas de los poetas queretanos. Cierra los ojos.

Si piensas puedes arruinar nuestro momento. No soy la flor del parabrisas; aquí la tengo, en mi mano. No se marchitará, está en vida latente. No morirá, permanecerá en el libro por toda la eternidad: será mi alma.

 No manches, si llego a escribir esto pensarán que me puse mariguano…

 No pienses, chiquito.

 ¿Chiquito?

 Sí, chiquitito,

eres demasiado cándido y puedes arruinar nuestro momento. Hace muchos años vine por primera vez a Querétaro, de vacaciones. Conocí a varios cantantes, entre ellos a Eduardo Valentino, todavía no te percibía, pero sabía que aquí estabas, como si fueras la mitad de alguien o de algo, como si yo fuera la mitad de alguien o de algo. Jazmín, la autora del libro me dejó inconclusa, igual que te dejó Marcelo Liberado.

Eduardo Valentino. Es queretano por elección, tamaulipeco por vocación y trovador, cantante y compositor a la menor provocación, a diferencia de los santos patronos de las letras. Querétaro es un buen lugar para la gestación de músicos; se inician como intérpretes y en el momento en que aceptan su destino, se convierten en dibujantes de la palabra; ponen en sus composiciones las letras que todos quisiéramos tener. En la música sí hay competencia. Eduardo Valentino la aceptó y así fue como conoció a Flor Arelí. En el tiempo en que se conocieron, la vida era muy reciente: el panteón de los queretanos inmortales no estaba habitado por difuntos, el sol era una luz recién parida y el mar era una pecera. La guitarra se afinaba en las banquetas y la Luna era la luz que alumbraba los acordes musicales, se jugaba a ser estatua de cantera y esperar a que amaneciera agarrado de las varas de los sauces.

El arte era un oficio.

En el río habitaban cocodrilos y, en tiempo de aguas, los salmones brincaban en contra de la corriente. Nació la leyenda del ahogado; está documentada en el libro La muerte tiene mirada de algodón de azúcar, de un tal Gabriel Vega, que por ahí anda, causando lástimas. En ese cuento está documentada la arquitectura de las puestas de sol, los alcanfores, las nubes anaranjadas y la leyenda del espíritu de Cecilia Domínguez, de quien se corren rumores, se mete en el alma de los trovadores y les toca los ojos con sus manos de piel de bebé recién nacido. Cecilia es el amor y el desamor que reboruja el corazón, es la pregunta a todas las respuestas.

Eduardo Valentino es un artista que tiene los pies y los pensamientos enraizados en la Huasteca norteña. Un día se subió a un carro y decidió viajar al sur, tierra abajo. Vio cenzontles planeando al ras del suelo y escuchó el viento que se montaba en las notas musicales que bajan de la sierra. En este pueblo, que apenas estaba aprendiendo a bostezar, decidió estudiar música.  La escuela de música era un montón de sillares y piedras colocadas sobre el dorremifasolasi del Cerro de las Campanas. En ese año remoto conoció a Flor Arelí, quien se vino al sur atraída por la leyenda del pan de queso. Dice la leyenda que quien prueba el pan de queso no regresa a sus tierras de nacencia, termina dominado por el espíritu de Cecilia Domínguez.

Eduardo Valentino, dominado del recuerdo de las faldas gitanas de Flor Arelí, compuso el disco En tus sueños, donde incluye la melodía “Tú vendrás” como si fuera la profecía del viaje en el tiempo de Flor Arelí.

Los amigos de Flor Arelí se fueron desbarrancando rumbo al sur, pero quedó uno atorado en las matas de Querétaro, se enroscó de la escuela de música y no regresó. Flor Arelí vino a recordar sus oficios de ser niño.

Vengo del futuro, donde nos conocimos, del 10 de diciembre de 2016. En 2017 regresé, vengo a traerte tus recuerdos del futuro…

Pensé, ahora sí, que Marcelo Liberado se estaba metiendo yerbas de algo…

Marcelo terminará su novela y sucederá lo profetizado; no pienses.

Recuerdos del futuro, ¡cómo no!

Relájate, bombonete.

¿Bombonete?

No pienses. No vine volando como un ángel, ni me teletransporté, ni estoy aquí por generación espontánea. Viajé en la línea aérea de los pobres. Llegué al aeropuerto y tuve una duda, si llegar a donde mis amigos de Coyoacán o a Querétaro, me decidí por venir a visitarte. Desde que subí al autobús quedé dormida. Al llegar a la terminal, el chofer me dijo que nunca había visto a una mujer dormir tan profundamente. No sabía que viajábamos en el tiempo. 

Esta es nuestra historia del futuro, somos el producto de dos escritores: Jazmín y Marcelo Liberado.

Eduardo Valentino fue el arquitecto de nuestro encuentro. Eduardo es amigo del inmortal maestro de literatura de esta novela. El maestro Leslie Dolejal  se dejó resbalar a las orillas de la patria buscando a una pajarita de papel que salió de Miramar.

Cuando me conociste dijiste que ya me conocías.

Arelí, desde niña tuvo que aprender el oficio de ser hombre. Se encaramó en los árboles y se vistió con pantalones de mezclilla. Luchó contra osos y mordió a los coyotes del desierto, comió manzanas de los árboles y espantó a los fantasmas de las casas abandonadas, el Chupacabras huyó cuando se empezó a correr el rumor de que había una niña que le quebraba los huesos a los osos. Las piedras de Camargo se le encajaron en las rodillas y su pelo crespo correteó tras de ella antes de llegar a casa. Jugó a ser hombre, a patear pelotas, a trepar ventanas, y también a indagar de qué color están vestidas las estrellas. Desde antes de aprender el oficio de ser hombre cosechó el polvo que se desprende de los planetas, vivió en las copas de los árboles y se escondió para platicar historias en los rincones de su casa. No sabía qué hacer con tanta vida. Más grande, cuando su mirada se perdía en la carretera, decidió rebelarse en contra de los órdenes establecidos, se manifestó en contra del Imperio ondeando una bandera con la figura del Che Guevara.

 

 

 

 

Gabriel Vega Real estudió relaciones comerciales en el Instituto Politécnico Nacional, trabajó en la Secretaría de Gobernación como ejecutivo de proyecto, estudió el diplomado en creación literaria en la Sogem en Querétaro. Ha publicado en diversas revistas y diarios culturales y en programas de radio. Ha publicado los libros Por amor al cimatario, libro colectivo), El vendedor de poemas, El bozal (colectivo), La mujer más bella del mundo, Héroes inconclusos y El inquisidor de la reina, entre otros. Es director del boletín literario El Bozal.

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